El derrumbe de la seguridad pública en Celaya tiene un inicio marcado en documentos del Ejército mexicano: 2014, el año en que un comandante de Los Zetas regresó al estado que lo vio nacer para amasar una fortuna que no logró cosechar en el sur del país. Con su retorno inició la historia de violencia en el municipio donde el lunes fue asesinada Gisela Gaytán, candidata de Morena a alcaldesa.
Un expediente elaborado el sexenio pasado en la XII Región Militar de la Secretaría de la Defensas Nacional (Sedena) con sede en Irapuato, al que MILENIO tuvo acceso, narra la historia de David Rogel Figueroa, un guanajuatense hijo de agricultores de legumbres que quiso huir de la pobreza en su estado incorporándose a la policía estatal de Chiapas, donde tenía amistades que trabajaban como polleros aprovechando un alza en la migración indocumentada hacia Estados Unidos.
Apenas llegó a Chiapas, Rogel Figueroa, nacido en 1980, comenzó a escalar en el organigrama de la Policía Estatal. Pronto se hizo del rango de comandante que le permitió expandirse más allá de la frontera con Guatemala y viajar hacia el límite con Tabasco, donde conoció a Mauricio Guízar Cárdenas, apodado ‘El Amarillo’.
Aquel hombre era uno de los colaboradores más cercanos de Omar Treviño González, el temible ‘Z-42’ y fundador de Los Zetas, quien había ordenado conquistar el sur de México. ‘El Amarillo’ era su brazo derecho y tenía, entre otras tareas, la encomienda de identificar a mandos policiacos para sumarlos a la organización criminal.
Rogel Figueroa no opuso resistencia. El Ejército mexicano identifica que en algún momento, entre 2012 y 2013, se convirtió en un aliado de Los Zetas y hasta se ganó un apodo por su tono rosáceo de piel: ‘El Güero’ o ‘El Güerazo’.
Además de su esperada colaboración avisando de operativos militares, federales o estatales en Chiapas, El Güero debía supervisar a los coyotes que cruzaban migrantes para demandar cuotas, facilitar el trasiego de drogas y armas y –lo más importante para esta historia– la extracción de gasolina de ductos de Pemex ubicados entre San Cristóbal de las Casas y Comitán de Domínguez.
“Se presume que los puestos ubicados a pie tierra en el tramo San Cristóbal de las Casas y Comitán de Domínguez comercializan gasolina extraída ilegalmente contra el Estado mexicano debido a su bajo precio, sus envases no oficiales y el resguardo de personas armadas que presuntamente responden a un masculino apodado ‘El Güero’ que es identificado como integrante de la Policía Estatal”, se lee en el documento.
El negocio se le había prometido como pujante. Sería millonario, le dijeron, de un mes a otro. Si la mariguana dejaba buenas ganancias, el petróleo las multiplicaba. Pero la expectativa fue muy alta para el sueldo que Rogel Figueroa recibía de Los Zetas –unos 8 mil pesos semanales, según el cálculo de aquellos años– y el comandante decidió llevarse todo el aprendizaje que le dio El Amarillo, darle la espalda y volver a Guanajuato a fundar su propio grupo criminal.
Su regreso lo haría con un manual bajo el brazo cuyo autores fueron los primeros Zetas del país: cómo someter a un estado completo con un puñado de delincuentes.
La estrategia copiada
Así pues su regreso ocurrió a principios de 2014, según marca el calendario de la XII Región Militar. Su nuevo centro de operaciones era envidiable: el corazón del Triángulo Rojo, un polígono inspirado en el Triángulo Dorado del noroeste mexicano, donde la mariguana y la amapola crece silvestre, pero ahora en el centro del país y sobre una madeja de ductos de Pemex sin supervisión que podían pinchar para extraer la gasolina y revenderla.
El Güero eligió tres municipios estratégicos donde plantarse: Irapuato, Celaya y Juventino Rosas, por la cercanía con los ductos de combustible. Y usando su placa expirada de policía comenzó a ejecutar el manual que había sido diseñado originalmente para dominar el territorio tamaulipeco y coahuilense.
Primero, reclutó a su propia tropa: secuestradores, narcomenudistas, extorsionadores, ladrones de vehículos de carga en las carreteras. Todos eran buenos, si no le tenían miedo a la muerte o la cárcel.
Ese pelotón se integraba de apenas cientos de personas en una ciudad como Celaya con medio millón de habitantes, pero era suficiente para aplicar el método de plata o plomo ensayado en el norte del país. Así cooptaron a mandos policiacos, enrolaron militares, compraron empresarios y silenciaron a la prensa.
El Güero implementó dos estrategias copiadas al Amarillo, que a su vez las calcó de Los Zetas y que hasta la fecha continúan en Guanajuato: usar a los policías municipales –o los llamados ‘fedepales’– para detener a personas sospechosas de ser contrarios y entregarlos al crimen organizado para que sean desaparecidos, así como enviar amenazas de muerte –a veces cumplidas– a candidatos que prometieran un nuevo modelo de seguridad pública que no conviniera a los huachicoleros.
Años más tarde, ese manual en el centro del país sería llevado a cabo por sus ejecutores: había nacido el cártel Santa Rosa de Lima.
Dinero para la guerra
Los archivos militares son dudosos en cuanto a la fecha, pero certeros en un dato importante para Guanajuato: en algún momento de 2016, El Güero salió del radar de la inteligencia criminal y el Estado mexicano lo dio por muerto por causas naturales, asesinado por rivales o preso bajo otra identidad.
Poco tiempo después arribó su sucesor: José Antonio Yépez Ortiz, El Marro, un narcomenudista y ‘tumbador’ de tráileres, que contaba con una gran familia criminal y reclamó su liderazgo indiscutible en un video en redes sociales de 2017.
Vestido con uniforme militar, el nuevo jefe del huachicol guanajuatense nombró a los dos bandos más importantes de la guerra en el estado: por un lado estaban los locales, los de Santa Rosa de Lima, y por otro los visitantes, los del Cártel Jalisco Nueva Generación, que también querían entrar al negocio de la gasolina robada.
“¡Arriba Guanajuato, hijos de su puta madre!”, coreó El Marro, siguiendo al pie de la letra otro capítulo del manual zeta: la cuna se defiende con la vida. Si Tamaulipas sólo podía ser de Los Zetas, entonces Guanajuato sólo sería del cártel Santa Rosa de Lima.
Para librar esa batalla, El Marro entendió que necesitaba dinero. Mucho. Así que el cártel expandió sus negocios: extorsión, secuestro, narcomenudeo –principalmente la venta de cristal– y el robo de vehículos, que usaban para incendiar y bloquear los caminos cuando el Ejército se les acercaba. Si debía competir contra los recursos de la empresa criminal del jalisciense Nemesio Oseguera Cervantes, El Mencho, el dinero tenía que llegar en efectivo y a raudales.
A pesar de que El Güero se desvaneció y El Marro fue detenido el 2 de agosto de 2020, el legado criminal de ambos sigue vivo: Guanajuato ocupa los primeros lugares a nivel nacional en homicidio de policías, asesinato y desaparición de madres buscadoras, ataques a personas candidatas y agresiones a la prensa.
Es el resultado de la implementación del manual del ex comandante Güero aplicado con saña en Celaya: plata o plomo contra quienes representen a la justicia, las víctimas, los políticos y los medios de comunicación.
EDD