Wuhan, retorno a la ciudad que resurge

EL MUNDO | Testigo directo

Reina el miedo. Lo que fue el epicentro del coronavirus regresa a la normalidad.

Una mujer con mascarilla asoma por una barricada para controlar el acceso a una urbanización de Wuhan. (Getty)
Lucas De La Cal
Wuhan, China /

El día está gris. Como aquel 21 de enero, cuando este periódico pisó por primera vez Wuhan. La razón de ese viaje era escribir sobre una extraña neumonía que había dejado 440 contagiados y nueve muertos en una ciudad con más habitantes que Nueva York en la que empezó la revuelta militar que acabó con el último emperador de China (1911). Pero al llegar nos encontramos un guion que parecía que lo había escrito el director de una película de terror de serie B: una gran urbe nublada y húmeda en medio de China, miles de personas con mascarillas por las calles, una contagiosa enfermedad que se expandía cada día más y que había salido de un mercado donde vendían desde cocodrilos hasta pavos reales...

El ambiente estaba enrarecido, la gente se acababa de enterar de que el virus se transmitía entre humanos y muchos empezaban a encerrarse voluntariamente en sus casas. Apenas quedaba una semana para el comienzo de las vacaciones por el Año Nuevo chino y sus 3 mil millones de desplazamientos. Sin duda, el peor momento posible para el comienzo de una epidemia.

El día está confuso. Como aquel 23 de enero cuando cerraron Wuhan. Los transportes se paralizaron. Nadie podía circular. Tampoco entrar ni salir de la ciudad. Todas las tiendas y comercios cerraron. En pocas horas, las calles quedaron vacías y los hospitales llenos. Hoy, 69 días después, en el céntrico distrito de Wuchang, pese a que el epicentro del coronavirus al fin se está abriendo paulatinamente, hay poca gente en las calles. Aún persiste el miedo y la desconfianza. Los vecinos no se fían de que el mal vírico se haya esfumado de su ciudad.

Lo saben bien los dos policías, engalanados con sus trajes blancos protectores, que nos llevan hasta el hotel. Durante las tres horas de espera en el puesto de control en la estación de tren, mientras se solucionaban los trámites burocráticos para poder entrar y los funcionarios comprobaban que la cuarentena de 14 días en Pekín estaba más que cumplida, empezaron a llegar las cancelaciones de los hoteles. Ninguno quería alojar a un extranjero.

“Son órdenes de mis jefes, lo siento”, dice Gao Hi, el recepcionista de un hotel sin clientes que abrió el lunes. A Gao lo conocimos hace dos meses, en un desayuno en su hotel justo antes del cierre de la ciudad. Aquel día, bromeaba con que muchos chinos se estaban descargando un videojuego, Plague Inc, que consiste en crear un virus que extermine a toda la humanidad. “Al final también me lo acabé descargando cuando me quedé encerrado en casa con mis padres”, cuenta Gao.

La conversación es distendida. Pero él no cede. “Lo siento. No te puedes quedar aquí. Es por el temor a los casos importados. Ahora los extranjeros estáis señalados. Lo raro es que te hayan dejado venir. Mira todo lo que hemos pasado para que ahora vengáis de fuera a contagiarnos otra vez”, sentencia.

Tras varias llamadas, los policías de la estación de tren encuentran un hotel en Wuchang a un precio asumible dispuesto a dar alojamiento a un extranjero. “Bienvenido. Wuhan vuelve a sonreír”, reza el cartel que sobresale nada más llegar a la puerta del hotel. Antes de entrar hay que desinfectarse todo el cuerpo con una especie de extintor. Hay buenas vistas del río Yangtsé desde la habitación 1,106. Al mirar hacia abajo, se aprecian algunos coches y personas circulando. Ver algo de vida en Wuhan era una imagen insólita hasta este fin de semana.

“Yo aún no me atrevo a salir. Tengo miedo y no me creo que la gente ya no se esté contagiando”, dice Sunn, gerente de un restaurante en la ciudad. “Hoy he salido de casa por primera vez desde el 23 de enero”, cuenta Chu Yuan, una vecina del barrio de Shekou. “Sólo he ido a comprar fruta a la tienda, un breve paseo. Mi cuerpo me pedía andar más, pero mi cabeza me decía que me volviera corriendo a casa. Ha sido raro. Aunque tengo ganas de volver a la normalidad, sigo teniendo mucho miedo”.

El pasado miércoles, el Gobierno chino decretó la apertura de la provincia de Hubei. Su capital, Wuhan, tendrá que esperar hasta el 8 de abril para abrir sus puertas. Ahora, si uno tiene el código verde de salud, puede entrar a la ciudad. Por eso, muchos trabajadores que se quedaron fuera tras el cierre están retornando. Pero nadie podrá salir de aquí hasta que se abra definitivamente la ciudad la semana que viene.

El metro está en funcionamiento desde el sábado. También las líneas de autobuses. El 70% de las tiendas ya están abiertas. También algunos centros comerciales. Y la mayoría de los ciudadanos ha retomado sus trabajos en fábricas y empresas. Incluso han ido a recoger las cenizas de sus familiares muertos por el Covid- 19. Las largas colas en las funerarias corrieron estos días por redes sociales. También la duda sobre las cifras. Oficialmente, en Wuhan se han registrado más 50 mil casos de contagio y más de 2 mil 535 muertes (de las 3 mil 320 reportadas en toda China). “De eso no podemos hablar. Mejor no meternos en esos temas”, dice uno de los policías de la estación de tren.

Los vecinos cogen con pinzas los datos oficiales. Tanto el de los muertos como el de que hace una semana que no se reportan ningún caso de contagio local. “No nos dicen nada de las personas asintomáticas. Ahora que están abriendo todo pueden salir y contagiar a los demás”, asegura preocupada la estudiante Yung Fan. Esta veinteañera, que aún no ha salido de casa, se refiere a los que se conoce como “portadores silenciosos”. Según un informe reciente del diario South China Morning Post, citando datos clasificados de las autoridades chinas, más de 43 mil personas en el país asiático habrían dado positivo por Covid-19 a finales de febrero pese a no tener síntomas inmediatos, pero no incluidos en el recuento oficial de casos confirmados.

La última mirada la echamos a los hospitales de Wuhan. Ya no queda abierto ningún centro improvisado de los que se habilitaron para tratar a los pacientes leves y no colapsar las Urgencias. Ni hay rastro de la saturación durante el apogeo de la epidemia a finales de enero yprincipios de febrero. Esas imágenes, de pacientes tirados por los pasillos, las documentamos durante días. Al igual que las quejas de los médicos por la escasez de suministros y mascarillas. Hoy, como ha informado el periodista Jesús Centeno de EFE, hay nueve hospitales que acogen a los 1,459 pacientes que aún padecen el coronavirus.

Faltan unos días para que Wuhan pueda volver a la normalidad. Poco a poco, pequeños brotes de vida se atisban en las calles. La gente por fin puede salir y abrazar esa libertad que había sido secuestrada por la pandemia.

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