La reclusión a más de 5 mil metros de altura

Montañeros. Edurne Pasabán y Ferran Latorre, dos de los cinco españoles con los 14 ‘ochomiles’, relatan su confinamiento.

Pasabán, en la tienda de campaña junto a un compañero, durante la ascensión al Kangchenjunga en 2009. (MARCA)
El Mundo y Francisco Cabezas
Ciudad de México /

“Para mí era importante soñar. Soñar en qué haría el día que hiciera buen tiempo y pudiera salir de aquella tienda de campaña individual de 2x2 metros. Quizá, después de quitar toda la nieve de alrededor, podría calentar agua en una cazuela. Quizá me podría duchar después de 22 días. O quizá, simplemente, podría disfrutar de los rayos de sol otra vez en la cara. Son esas cosas pequeñas las que ayudaban”.

Habla Edurne Pasabán (Tolosa, 1973) y le secunda Ferran Latorre (Barcelona, 1970), dos de los únicos cinco alpinistas españoles en alcanzar la cumbre de los 14 ochomiles, las montañas más altas del planeta. Un modo de vida en el que el éxtasis por tomar la cima se mezcla con días y semanas de reclusión, bien en campos base a más de 5 mil metros de altura o, también, en campos de altura, donde el ser humano extrema su instinto de supervivencia.

Latorre atiende a EL MUNDO desde su domicilio en Sant Julià de Vilatorta. Vive solo. Hace más de 20 días que no ve a su hija de 14 años. Y, como él mismo dice, trata ahora de “salvar los muebles”. Es autónomo. Ofrece charlas motivacionales y, además, es guía de montaña. “Pero se ha cancelado todo con la crisis del coronavirus, y no tengo otra fuente de ingresos”. Latorre, antes de echar la vista atrás, advierte: “El confinamiento por el coronavirus es obligado. El de la montaña es voluntario”. Pero continúa: “El mal tiempo, sin embargo, te lleva a situaciones en que no tienes más remedio que aguantar la reclusión. Y resistir. Te acaba agobiando. Te erosiona”.

Algo que comparte Edurne Pasabán, que atiende a este periodista desde el Valle de Arán junto a su pareja y a su hijo, que está a punto de cumplir tres años. “Es verdad que cuando nosotros vamos a una expedición es porque lo hemos decidido nosotros. Y ello puede suponer pasarse 22 días en una tienda muy pequeña, casi sin poder moverte ni salir. Nevando y nevando. Me pasó por ejemplo en el Manaslu (Nepal). Pero ya nos habíamos preparado antes psicológicamente. Para lo que nos está ocurriendo ahora, el mundo no estaba preparado”.

Expone Latorre ciertos paralelismos en cuanto al aislamiento. “Estás en un sitio limitado. En un campo de altura tienes sensación de claustrofobia. Y en un campo base tampoco puedes moverte mucho. Es una sensación de agobio espacial. Tampoco sabes cuánto tiempo estarás. Y luego está la rutina diaria, intentar mantener la motivación. No desesperarse”. Latorre solía jugar a ajedrez e incluso estudiaba Ingeniería. “Hay que mantener la forma física para no venirte abajo. En un campo base la pierdes muy rápido. La inactividad se nota muchísimo más”.

“El tener una rutina, aunque fuera muy pequeña, ayudaba mucho a que pasaran las horas rápido”, interviene Pasabán. “Aunque no hiciera mucho. Te despertabas y quizá ordenabas tu tienda. Que no era más que cambiar los calcetines de un sitio a otro. Pero leía, escribía. O si el generador funcionaba, podía ver alguna película”.

Pero la mirada vuelve al mal tiempo, carcelero de alpinistas. “Te va mermando. No puedes moverte. Caes en una especie de hastío. Sufres más de lo que pensabas. Y te preguntas, ¿sufrir tanto para qué? Hay que luchar. No abandonarse”. Latorre, que en 1995 llegó a estar 60 días en el campo base del Everest, aún recuerda aquella nieve que cayó durante 11 días seguidos en el Manaslu. O los 19 días de encierro en el Broad Peak en el año 2003.

Pasabán quedó aislada a 7.500 metros bajando de la cumbre del Macalu, en 2002. “Era el segundo ochomil de mi vida. Tenía miedo. Me preguntaba: ‘¿Cómo voy a salir de aquí? ¿Saldré con vida?’ Pero las personas tenemos un instinto de supervivencia mucho mayor del que creemos. Hasta que no nos llevan al límite, no lo descubrimos”. Y Latorre lo resume en un puñado de palabras. Tan importantes para este tiempo: “Es el apego a la vida”.

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