Argentina se encontró ayer con que una serie de fallos estructurales históricos dinamitaron la cuarentena que tan insistentemente viene pregonando el gobierno de Alberto Fernández por el brote de covid-19. Las calles de las principales ciudades se colmaron de interminables filas de pensionados y receptores de ayuda social que pretendieron cobrar sus haberes en el primer día de apertura de los bancos tras dos semanas de cierre.
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“El jueves no podían besar a los nietos y hoy (ayer) están en la calle haciendo largas filas junto a desconocidos”, sintetizó el columnista Héctor Gambini, del periódico Clarín. Una síntesis de las imágenes de miles de adultos mayores y ancianos —sobre todo—, aunque también jóvenes que acamparon en las inmediaciones de los bancos desde la medianoche del jueves para ser de los primeros en cobrar.
“La situación es dramática”, relató un cronista de televisión ante un banco de la capital Buenos Aires, en el que un nutrido grupo de gente gritaba y protestaba ante la noticia de que la sucursal ya no les permitiría ingresar. “Hice una fila de 20 cuadras y no pude cobrar”, dijo un hombre al borde de las lágrimas.
Horas después, el Banco Central anunció que las sucursales abrirán sus puertas excepcionalmente hoy y domingo.
¿Por qué se aglomeran tantos argentinos? Porque el país es esencialmente adicto al dinero físico. Muchos no están bancarizados y son incontables los comercios que, o bien no aceptan tarjetas de crédito o débito, o bien alegan tener problemas de conexión e imponen el pago en efectivo.
CLAVES
SIN OPCIONES
Muchos pensionistas cobran por ventanilla porque perdieron o tienen caducada su tarjeta de crédito para cobrar por cajeros automáticos.
CRISIS SOCIAL
Miles viven hacinados y sin suministro de agua, lo que convierte en un imposible el pedido de aislamiento social y lavado constante de manos.