La amenaza de una década de pérdidas para el desarrollo

Opinión. El covid trajo disrupción, la inversión física se redujo y los más vulnerables enfrentan crisis de deuda de largo plazo

Los disparos de las defensas antiaéreas ucranianas tras casi 11 meses de invasión rusa. Clodagh Kilcoyne/Reuters
Martin Wolf
Londres /

Las crisis de los últimos tres años afectó a todos los países, pero golpeó de forma particular a los países emergentes y en desarrollo. Como resultado, de acuerdo con el informe de las Perspectivas Económicas Globales 2023, que acaba de publicar el Banco Mundial, la convergencia de los ingresos promedio entre naciones ricas y pobres se estancó. Y lo que es peor, es posible que no se recupere pronto, al tener en cuenta el daño que ya causó y que puede persistir en los próximos años. 

Para finales de 2024, se prevé que los niveles del producto interno bruto en las economías emergentes y en desarrollo sean 6 por ciento por debajo de lo que se esperaba antes de la pandemia. La pérdida acumulada del PIB en esos países entre 2020 y 2024 se proyecta en 30 por ciento del de 2019. En las zonas frágiles y afectadas por conflictos, se espera que los ingresos reales per cápita caigan para 2024. Si la economía mundial se desacelera más de lo que se perfila ahora, como consecuencia de la política de endurecimiento monetario y tal vez otras crisis, estos resultados pueden ser peores. 

Estas pérdidas, con todo lo que significan para la difícil situación de las personas más vulnerables, muestran el impacto de la pandemia, la invasión a Ucrania, el aumento de los precios de la energía y de los alimentos, el repunte de la inflación y el brusco endurecimiento de la política monetaria en los países de altos ingresos, en especial Estados Unidos, y el consiguiente incremento del valor del dólar. Un peligro evidente ahora es el de las oleadas de incumplimientos de pagos en países en desarrollo con mucho endeudamiento. Al juntarse estas dos conmociones causarán efectos duraderos, tal vez décadas perdidas, en muchos lugares vulnerables. 

Eso ya ocurrió antes. De hecho, es lo que pasó en América Latina después de la crisis de la deuda de 1982. Este conflicto también se produjo después de un aumento de los préstamos privados a los países en desarrollo, lo que entonces se denominaba el “reciclaje” de los excedentes de los exportadores de petróleo. Por desgracia, a este aumento de la deuda le siguió la invasión de Irak a Irán, una segunda “crisis del petróleo” (la primera fue en 1973), un repunte de la inflación, un fuerte endurecimiento de la política monetaria estadunidense y un dólar más fuerte. Se produjo un desastre: un problema de deuda que duró una década.

Resulta inquietante que el endurecimiento de la política monetaria por parte de los bancos centrales del G7 haya sido más similar al de la década de 1970 y principios de los 80 que a cualquier otro desde entonces, tanto en velocidad como en magnitud. Según los pronósticos actuales de las tasas de interés implícitas en el mercado, el aumento acumulado se acercará a 400 puntos base en 17 meses. El alza a partir de mayo de 1979 fue mayor al final, pero también tomó más tiempo. Esta vez las tasas parten de un nivel mucho más bajo, pero eso puede no suponer tanta diferencia si la gente ha dependido de estas tasas bajas. Además, la apreciación del dólar ha sido fuerte. Para los países que tienen una importante deuda externa con denominación en esa moneda, esto elevará los costos del servicio de la deuda.

Es útil que esta vez el endeudamiento no haya sido bancario a tasas variables, sino en bonos, que tienen vencimientos a más largo plazo y tasas fijas. No obstante, una interrupción repentina del flujo de crédito creará un apretón. El Banco Mundial señala un alza de 17 puntos porcentuales en los diferenciales de los préstamos soberanos en divisas de los países importadores de materias primas con calificaciones crediticias débiles en 2022. Además, la deuda externa del África subsahariana también es elevada, superior a 40 por ciento del PIB. No es de extrañar el enorme descenso en la emisión de bonos públicos y privados en las naciones emergentes y en desarrollo desde febrero de 2022.

De manera inevitable, los países altamente endeudados que ya sufrieron la crisis del covid y un fuerte deterioro de su relación de intercambio, al dispararse los precios de los alimentos y la energía, se verán ahora en problemas aún más graves y duraderos. Esto incluirá a un gran número de países de bajos ingresos donde los medios de subsistencia de muchos ya están al borde de la supervivencia. De acuerdo con el Banco Mundial, el número de personas que sufren “inseguridad alimentaria” en los países de bajos ingresos pasó de 56 millones en 2019 a 105 millones en 2022.

Sabemos, además, que muchos niños perdieron a sus padres durante la pandemia y que su educación sufrió una fuerte disrupción. Por otra parte, la inversión física se redujo de manera considerable. Así, para el conjunto de los países emergentes y en desarrollo, el banco pronostica que la inversión agregada en 2024 será 8 por ciento inferior a la esperada en 2020. Si a esto se añade la probabilidad de problemas de deuda de larga duración y, por tanto, el cese de los flujos de capital externo, la posibilidad de una década perdida para la convergencia se convierte sin duda en algo muy probable para muchos países. No hace falta decir que este tampoco será un entorno en el que se avance mucho con la transición energética en muchos lugares.

El covid no fue culpa de estos países. La falta de cooperación mundial para hacerle frente tampoco, ni la falta de financiamiento oficial externo adecuado. Como no lo fueron la inflación mundial ni la guerra. Pero si los países de altos ingresos no ofrecen la ayuda que ahora necesitan, será inequívocamente culpa suya.

Las democracias de altos ingresos desean embarcarse en una guerra de valores con China. Bueno, aquí hay una batalla. Hay que encontrar la manera de resolver los problemas de la deuda que están surgiendo ahora de manera efectiva y no, como ocurrió en el caso de América Latina, después de casi una década de simulación. Hay que encontrar la manera de salir del círculo vicioso en el que la baja solvencia engendra diferenciales inasequibles, que crean crisis de deuda y luego una solvencia aún más baja.

Esto no solo beneficia a los países pobres, también interesa a los ricos. Los problemas de las naciones frágiles y empobrecidas serán también los suyos. Es hora de hacer las cosas de otra manera. La próxima semana voy a estudiar cómo hacerlo.

Financial Times Limited. Declaimer 2021


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