Por: Guillermo N. Murray Tortarolo
Ilustración: Estelí Meza, cortesía de Nexos
La actual sequía que experimentamos es el resultado de tres años consecutivos de eventos climáticos extremos: primero, la Niña, que trajo consigo sequías de invierno, y ahora un fenómeno de El Niño, que ha causado sequías de verano, y que se observa cada vez más intenso. Si bien estos fenómenos son parte de la variabilidad natural del planeta y suelen ocurrir en promedio cada siete años, su nivel de intensidad actual se ha exacerbado por el cambio climático antropogénico. De hecho, El Niño también es responsable del terrible calor que hemos tenido a nivel nacional y se espera que impacte negativamente la economía global, con pérdidas estimadas de entre 2.1-3.9 billones de dólares. Frente a este escenario, lo más probable es que sigamos registrando escasas lluvias. Aunque debemos esperar para evaluar las precipitaciones de invierno, ya que históricamente el Niño ha traído abundantes lluvias en enero, éstas no serán suficiente para salvar la mayor parte de los cultivos de temporal, que dependen de la lluvia en verano. En ese sentido seguramente tendremos una producción agrícola reducida, particularmente de productos de temporal como el maíz, la calabaza, el frijol y la cebolla, por mencionar algunos. Asimismo, se espera una disminución en la disponibilidad de pastos y forrajes, lo que tendrá serias implicaciones para el ganado. Estos acontecimientos auguran una plétora de efectos económicos y sociales, sobre todo en el ámbito rural de nuestra nación.