Cierto es que la poesía, como otros géneros literarios u otras disciplinas, necesita de cultivo. En la educación básica mexicana de antaño, ignoro si ahora sea el caso, aquella forma de creación era fundamental en la enseñanza del español y los libros de texto gratuitos incluían algunas piezas de las que creo recordar “La estrella”, de Juan José Arreola, y algún destello en la memoria me dice que también había versos de Tablada, otro José Juan, contribuidor a las letras nacionales con la importación del japonés haikú, fórmula que cautivó con no poco éxito a Octavio Paz.
El tema es que si no se riega, no florece. Recuerdo que a mí me maravillaba la forma: por ejemplo, los dos cuartetos de apertura y dos tercetos de remate del soneto, la simetría visual con sus bien balanceados endecasílabos, antes que la musicalidad, gracia que encontré ya en otros escalones de la educación, cuando entendí que la poesía se lee en voz alta, como quería Jorge Luis Borges.
Leída la batería típica la trama podía complicarse, porque pasar del chileno Pablo Neruda y del uruguayo Mario Benedetti al peruano César Vallejo y a otro chileno, Vicente Huidobro, no era cosa menor, como tampoco transitar del francés Charles Baudelaire y el español Juan Ramón Jiménez al inglés Lord Byron y al alemán Friedrich Nietzsche.
Comparto estos apuntes ahora que acaba de conmemorarse el Día Mundial de la Poesía y quizá una de las mejores formas de sumarse al acontecimiento sea no solo leer más ese género, sino compartir alguna lectura reciente y por eso les dejo aquí unos versos del noruego Jon Fosse, premio Nobel de Literatura 2023, de quien Sexto Piso ha editado su Poesía completa en dos tomos.
De “Ángel con agua en los ojos” (1986), leemos: “Tu cuerpo es un jacinto/ En ti se lava un monje los dedos acerados/ Nuestro silencio es un agujero negro/ y a veces del silencio surge un animal suave/ que cierra despacio sus párpados pesados”.