Los símbolos de Galia

Edomex /

Los Juegos Olímpicos han terminado para bien o para mal. La pasión desenfrenada que cada cuatro años genera una justa de esta magnitud trajo dividendos similares a otras ediciones, pero magnificados por el crecimiento demográfico, la presencia de medios digitales y la tendencia de la gente a opinar de todo y erigirse en especialistas de casi nada, pero, eso sí, subidos en la ola del momento.

En lo local las exacerbaciones chovinistas de cada cuando, el desgarramiento de vestiduras tricolores y las frustraciones en masa ante los magros resultados de la delegación mexicana, fueron las constantes durante los diecisiete días que permeó el espíritu olímpico en tierras francesas. Ello y el consabido negocio que implica una cobertura mediática de tales magnitudes.

En el ámbito global, los organizadores se aseguraron dejar en la memoria colectiva imágenes de buena hechura, que al tiempo de poner en alto la labor gala para la organización de eventos, refrendan la vocación por generar mensajes con argumentos sólidos, estructurados, estéticos y, particularmente, funcionales.

Aunque se ha tratado de un evento del que difícilmente se puede estar ausente y no ha faltado aquel que poco o nada se haya enterado del tema, el desarrollo de las competencias y sobre todo de las ceremonias de inauguración y clausura no pasaron inadvertidos, con los bemoles esperados, las críticas y los aciertos consecuentes.

Pero si hay algo que los franchutes han sabido hacer (y no es para menos, pues son poseedores de una dilatada tradición de desarrollo del intelecto), es acudir con magistral solvencia al recurso de los signos para consolidar una narrativa que pudo haber gustado o no, pero que dejó huella en los espectadores.

El cierre de la Olimpiada llegó con la ingesta simbólica a la altura de las circunstancias. Protocolo, desfile atlético y el maremágnum musical. Pese a las necias voces que desde las redes clamaba por Daft Punk y hasta ¡Alizee! como parte del show, la presencia de Phoenix y Air fue el acabose en la delicatessen parisina.

Es curioso que dos referentes galos apelen a la lengua inglesa para nombrarse e incluso para cantar, y que sean estos íconos musicales los que, en lengua de Shakespeare, cedan la estafeta a la siguiente justa veraniega en Los Ángeles.

En alguna ocasión se me insistía en plenas calles de La Ciudad Luz que a los franceses no les gustaba el inglés y que era mejor hacerse entender de otra forma. Dado que mi francés champurrado apenas daba para comprar café y croissant, opté por el modo angloparlante. Funcionó, como funcionan las lenguas globales que conectan con todos. De ahí la eficacia del discurso en la clausura. Por supuesto no se esperaba menos, en tierras de los padres del simbolismo.


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