Querencias

Edomex /

El culto a la personalidad debería ser elevado al rango de deporte, si no olímpico por lo menos de categoría profesional. Y muy probablemente en esa disciplina un país como México podría alcanzar esferas de excelencia nunca antes imaginadas.

Sitios como este país nada surrealista son propicios para la adulación, la idolatría y la creencia de las propias figuras adoradas de que, en efecto, son tan grandes, bellas y omnipotentes como se los hace creer sus séquito de aduladores.

El ejercicio de veneración al que alude este tema no está exento de sentido común, pues sería absurdo pensar que hay quien quiere a alguna figura por el simple hecho de profesarle determinada creencia y sin esperar algo a cambio.

La zalamería es comprensible, tiene su cuota de recompensa cuando se trata de figuras políticas o de servidores públicos que, no obstante saberse reconocidos con el favor público, se dejan querer porque así lo indica la máxima hacia aquel al que se le da pan y se espera que no suelte lágrimas.

Y como el culto a lo magnánimo tiene su cuota semántica, los títulos nobiliarios que en esta tierra tenochca son prohibitivos dan paso a los académicos, por mucho que se acostumbre eximir al portador de honrar la deferencia universitaria.

Sin embargo, hay una industria en la que el modelo reverencial adquiere dimensiones impresionantes. El show bisnes no se escapa del infortunio de la devoción y usualmente regala la figura del fan, que daría su existencia con tal de pasar un momento con el objeto de su afecto.

También llega a ocurrir con la figura del manager (“nanager”, dicen algunos), asistente o colaborador, quien en los momentos más desternillantes y menos afortunados pareciera capaz de besar el suelo que pisa el entronizado ser al que sirven.

Y un caso más es el derivado del fervor que se profesan los músicos por la vía del reconocimiento, particularmente cuando uno de ellos funge como huésped en un recital y presenta a otro otorgándole el apelativo de maestro.

Y no dudo que haya algunos que resulten incluso doctos en su área, pero eso de andar por aquí y por allá soltando los “maestrismos” como si se tratara de autógrafos, me parece poco menos que petulante y poco más que absurdo.

Si ya se ha invitado al toquín al músico en cuestión queda más que obvio que se trata de un habilidoso en su arte, de ahí lo innecesario de la reverencia. Como quiera que sea, la proximidad humana por la caravana está más presente de lo que uno se imagina.

Y puede llegar a servir como seguro de vida, de empleo o, llevado al límite, de amor incondicional. De ahí la voz popular (y digital) que rezaría: “quédate con quien te mire como miran los retratados en este texto a la razón de ser de sus existencias”. ¡Eso es pasión y no pedazos!


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