En los años treinta era el Gimnasio de los Baños Jordán, La catedral del boxeo; después, en 1983, resurgiría como Nuevo Jordán, también en las inmediaciones de Salto del agua, y seguiría como tradicional semillero de grandes figuras del boxeo, como Julio César Chávez y otros de su talla.
Hasta este lugar llegó el joven Roberto El Águila Trejo, con la intención de rehabilitarse; entonces comenzó a bailar en este espacio de campeones, bajo la batuta de un curtido manager, hasta alcanzar la categoría de súper pluma, ahora de 31 años, cuyo padre —un hidalguense al que de niño veía montar toros— le pidió dedicarse al boxeo.
Y desde los 18 años inició sus prácticas, “porque llevaba una vida un poco desviada, pues conocí los vicios a través de malas influencias”, se sincera Trejo, un correoso peleador de piel tatuada. “Entonces, hasta que toqué fondo, decidí tomar un camino diferente en mi vida”.
Ahora está en El Nuevo Jordán, en la calle de Buen Tono, entre una zona de constante bullicio comercial, en medio de fondas y venta de pollos despescuezados; en la zona de Arcos de Belén, entre el corazón del Sistema de Transporte Colectivo, Metro, y el Registro Civil, cerca del Eje Central, otrora llamado Niño Perdido y San Juan de Letrán.
Hasta aquí llegaban los que aspiraban a ser campeones del boxeo, como lo fueron Alacrán Torres, El Púas Rubén Olivares, Mantequilla Nápoles, El Ratón Macías y, más hacia acá, Julio César Chávez y otros tantos, como también Daniel Zaragoza, cualquiera que en el ámbito internacional haya puesto en alto el nombre de este país.
En este lugar se arremolinaban aficionados ansiosos de ídolos, como fueron El Toluco López, Vicente Saldívar, Finito López, Carlos Zárate, Lupe Pintor, Alfonso Zamora, Erick Terrible Morales, Salvador Sánchez, Marco Antonio Barrera, Roberto Manos de Piedra Durán, y también mujeres, entre ellas Laura Serrano, la primera campeona mundial.
Todavía recalan interesados de colonias populares y de la zona conurbada; hombres y mujeres de todas las edades, sobre todo jóvenes y niños cuyos padres observan cómo golpean la pera loca y los sacos que sirven o sirvieron para que ejercitaran deportistas de diferentes categorías.
Ahora mismo vienen a los Sábados de sparring, en los que se reúnen campeones y campeonas de diferentes categorías para exhibiciones gratis.
Con más de cien años de historia en varias sedes, El Jordán cerró durante la pandemia y reabrió el pasado mes de octubre.
Y hasta acá volvió Roberto El Águila Trejo, con su historia a cuestas, sin dejarse tentar por la losa de su pasado.
El mismo que un día se armó de valor y enfrentó sus demonios, pues decidió terminar de una vez por todas con el consumo de sustancias nocivas y se propuso golpear la pera loca y saltar la cuerda, correr y correr, pero antes estrelló contra el piso la última cerveza.
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Un ejemplo actual de mánager y entrenador es Juan Carlos Ortega López, de 28 años, de los cuales 14 tiene en esta actividad, con algunos boxeadores que han cruzado fronteras para competir, hasta llegar a Uzbekistán, como es el caso de Carlos El Príncipe Cuadras, a quien alzó con el título de minis mosca.
"Nos acabamos de coronar en Uzbekistán”, dice un orgulloso Juan Carlos, mientras muestra su cinturón terciado, pues ahora también los mánager reciben esa prenda. “Se coronó en noviembre como campeón mundial interino”, dice. “Y también con Pupo Palomares”.
—¿Cómo empezaste?
—Empecé aquí gracias a mi abuelo. Él me traía para aprender un poco de box, pero en ese entonces me gustaba la lucha. Y a medida de que crecía me empezó a inculcar más que nada el lado de entrenador.
—Entonces eres de una dinastía boxística.
—Sí, somos la tercera generación. Están mi abuelo, que fabricó a varios boxeadores; están mis tíos, y ahorita estamos mi primo y yo.
—Y tu reciente campeón es El Príncipe Cuadras.
—Sí, en Uzbekistán, hasta allá; fue un viaje muy largo, de 32 horas. Está abajito de Rusia, del otro lado del mundo.
—Y a ti también te dieron un cinturón.
—Sí, es algo nuevo; muy padre que le den reconocimiento al entrenador, al manager, por el sacrificio que también hace.
Y por acá también anda Javier Carmona, veterano en estas lides, quien tiene 20 años con licencia de manager y entrenador.
Fue seleccionado olímpico en los años 80 y 90 en la división peso gallo. Tenía 17 años cuando por primera vez pisó El Nuevo Jordán. “Venía con la selección”, recuerda. “Nos ponían a boxear con profesionales de alto nivel”.
—¿Y con quién peleó?
—En ese entonces tuve el honor de boxear con varios ex campeones mundiales. A nosotros los jóvenes nos agarraban por la velocidad que teníamos. Los amateur son peleadores muy rápidos. Tuve el honor de subirme a tres rounds con Azumah Nelson.
—¿A quién conoció aquí?
—Aquí, desde luego, al gran Julio César Chávez, que llenaba de gente para verlo entrenar. Para mí Julio César es el peleador más grande que ha dado México— asegura Javier Carmona.
El manager Carmona ha guiado a varios boxeadores, niños y adultos, incluidos parientes suyos, como su hija Carla, peso mini mosca, de profesión ingeniera industrial, quien, disciplinada, contesta con precisión cada pregunta, mientras la observa su pequeña hija.
—¿Quién es Carla Carmona?— se le pregunta.
—Soy boxeadora profesional; tengo 14 años dedicándome a este deporte; seis años como amateur y otros 7 como profesional. Tenemos un compromiso la primera semana de febrero; por eso estamos preparándonos.
—¿Por qué le gusta el boxeo?
—El boxeo es un deporte que me apasiona en todos los aspectos; me ha funcionado en mi vida, y, bueno, vengo de una familia que se dedica a eso; entonces… aquí está mi corazón.
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Y aquí está Roberto El Águila Trejo, con sus tatuajes en tórax, espalda y brazos: un águila, guantes de box, una catrina, una calavera “y un San Juditas con mi nombre”, comenta y sonríe. “También llegamos a tener fe, porque cuando estamos muertos, muertos en vida, hay veces que le pedimos a Dios un poquito de paz”.
El apodo se lo puso su padre, quien se dedicaba al deporte de la monta de toros, pero él le inculcó el boxeo, porque, “él me figuraba mucho con grandes estrellas del box, como Julio César Chávez, como Zárate; mucho boxeadores, como Pipino Cuevas, que eran de su tiempo”.
—Y qué te decía tu papá.
—Él quería que yo fuera como ellos, una eminencia, y me los ponía como ejemplo.
—Pero dices que llevaste una vida desviada.
—Pues sí, tuve malas influencias, pero tuve que tocar fondo para decidir dar un camino diferente en mi vida.
—¿Y cómo estuvo ese viraje?
—Fue una inspiración, porque me acordaba de los consejos que me daba mi padre, que en paz descanse, y entonces dije: “Tengo que salir adelante”. Por eso recurrí al boxeo, y todo gracias a unas amistades, los Carmona, que me acogieron. Hasta ahora tengo 69 peleas —como amateur, empecé a los 19 años— de las cuales perdí ocho y dos empates. Como profesional perdí una y gané dos.
—¿O sea que tú renaces con el boxeo?
—Sí, claro que sí, y es cuando me doy cuenta que mi vida cambió, porque física y mentalmente empecé a ver diferente.
—O sea que hay un antes y un después...
—Sí, claro que sí; por desgracia, cuando uno está chavo te desvías por un mal camino y agarras malos hábitos, el vicio, como el hecho de querer imitar, de compararte.
—¿Y en qué momento decides dejar todo atrás?
—Ah, es que mi aspecto físico se veía desagradable; yo ya no cabía en la sociedad, pero me di cuenta que sí valía como ser humano. Entonces fue como me tuve que motivar y, literal, salir delante de un día pa mañana: Un 31 todos brindaron y dijeron salud, pero yo lo que hice fue tirar la cerveza. Mi salida fue correr hasta cansarme.
—¿Y por qué el águila?
—Por mi padre que se dedicaba a la monta de toros y decía: “Si al mismo Diablo me lo apretalan, al mismo Diablo me lo monto”.
—¿Y tú?
—Pues si al mismo Diablo le ponen guantes, con el mismo Diablo me lo subo al ring a pelear.