Ayer por la mañana fui a una bendición de nacimiento y por la tarde a un entierro, un contraste bastante crudo para un solo día: por un lado compartir con alguien la alegría de la vida que comienza, y por otro, despedir a un ser querido que luchó por quedarse, pero que la vida decidió que ya era hora de recibir el abrazo de Dios.
La realidad es que la vida es una rueda de la fortuna en dónde en algún momento tarde o temprano nos vamos a tener que bajar y aunque esa afirmación es obvia me llama la atención que la mayoría de los humanos seguimos sin entender que la famosa canción interpretada por Napoleón (José María, el cantante, no Bonaparte) que dice: “Nada te llevarás cuando te vayas” tiene mucha razón.
Aun así, seguimos acumulando cosas en lugar de momentos, joyas en lugar de amistades sinceras, ropa en lugar de buenas acciones, o quizá rencores en lugar de sueños realizados, tristezas en lugar de priorizar las alegrías, miedo en lugar de valentía, dinero en lugar de salud y nos olvidamos de detenernos a oler las flores, de contemplar la maravilla de los irrepetibles atardeceres.
Nos olvidamos de saborear el primer sorbo de café, o simplemente de darle los buenos días a la vida. Porque no es tanto lo que te lleves, sino lo que dejas en tu paso por este trayecto: el amor que das, la paz que transmites, tus vivencias y con quién las compartes, la alegría con la que logras transitar este trayecto, tu capacidad de lograr transformar lo opaco en todos los colores del mundo juntos.
Yo sé, escrito suena fácil, pero en el día a día a veces la vida misma desmotiva. No te rindas, ponle magia a cada minuto hasta que logres hacer de tu vida el mejor lugar del mundo.