Hace bien el entrenador de la Selección Mexicana de Futbol, Diego Cocca, al responder a quienes, de forma evidentemente interesada, le plantean o le preguntan acerca de si Javier Chicharito Hernández puede ser integrado en alguna de sus convocatorias.
Para el director técnico de origen argentino no hay veto para el delantero que juega en el Galaxy de Los Ángeles de la Major League Soccer. Puede ser llamado sin ningún trámite o condicionamiento especial. Pero también deja claro Cocca que el Chicharito será llamado cuándo él así lo decida, cuando se lo gane y no cuando los “amigos” o “promotores” del ex jugador del Manchester United y Real Madrid, entre otro equipos destacados, lo pidan.
Este es un asunto fundamental para medir el carácter de Cocca y demás personajes al frente de la Selección Nacional. El temperamento, la independencia y hasta la lucidez, completaría.
La realidad es que en paralelo a la documentada indisciplina del Chicharito, a la evidente tendencia a convertirse en figura de redes sociales por encima de su exclusivo papel en los terrenos de juego, el otrora eficaz goleador ha protagonizado un bajón muy notable en su carrera. Las lesiones más o menos constantes, además completan un espejo muy opaco cuando se le mira y revisa.
Calladito algunas veces, otras un poco más hablantín (siempre escoge muy bien a sus interlocutores “periodísticos”, filtrados por lo que les hace creer es una amistad), el Chicharito sabe mandar los mensajes mediáticos que le interesan. En esto es relativamente habilidoso, aunque esto no le ayudó para ser borrado del proceso de Gerardo Martino que culminó con el Mundial de Qatar.
Pero lo que no ha logrado Javier es lo más valioso en un deportista profesional: darle nueva vida, renovar, reinventar su desempeño en la cancha, justo lo que lo volvió un referente e incluso para algunos hasta un ídolo.