El duelo que enfrentó a la Selección Mexicana de Futbol contra su similar de Suiza el sábado pasado, y el que la pondrá cara a cara contra el seleccionado de Turquía este martes no son en realidad juegos de preparación para la inminente Copa Oro.
Para este torneo no es necesario confrontarse con equipos tan competitivos. Digo, siempre servirá tener claros los puntos a mejorar, pero eso sí, siempre y cuando no te bajen la moral por el suelo.
Enfrentarse contra Suiza y Turquía está resultando un ejercicio de total realismo, no de cara a la Copa Oro, sino de la Copa del Mundo que se estará inaugurando el 11 de junio del próximo año.
La derrota 4-2 ante los suizos fue producto de que se enfrentaron en Salt Lake, Utah, dos equipos con niveles competitivos, en lo individual y en lo colectivo, muy desiguales. Ya veremos qué pasa esta noche ante los turcos, pero si éstos juegan con todas sus estrellas no me queda duda de que ganarán el partido, como le ganaron hace unos días a la selección de los Estados Unidos.
Este cuadro por desgracia, les decía ya no da ningún espacio al optimismo. Los suizos y los turcos difícilmente pudieran ser considerados entre las 10 selecciones más poderosas en la Copa del Mundo venidera. Así que superada la primera ronda, con el análisis inclinado por la condición de local que tendrá el cuadro tricolor, todo lo que seguirá se puede escribir en chino.
Mejor tener todos esto claro, para evitar frustraciones, enojos, amarguras y hasta depresiones. Lo dicen los hechos: esta generación de futbolistas mexicanos no es la más brillante que se ha tenido. Y el cuerpo técnico tampoco representa nada demasiado innovador. Javier Aguirre es un entrenador que llegó, de emergente y sobre la hora, a rescatar un proyecto que se hundía y lo intentará con sus principales valores, ligados más a la entrega y el compromiso que logre sacarle a esos jugadores de calidad más bien mediana.