El viernes pasado Grupo Financiero Banorte y Grupo Ollamani emitieron un comunicado conjunto en el que señalan que, por un financiamiento-patrocinio de 2,100 millones de pesos, para su remodelación, el Estadio Azteca se llama oficialmente, desde el 14 de marzo, Estadio Banorte.
Los presidentes de los grupos empresariales firmantes, Carlos Hank González y Emilio Azcárraga Jean (por cierto, ambos, nietos de quienes consolidaron sus respectivas empresas) le comenzaron a llamar Estadio Banorte.
Desde luego fue una jugada maestra del grupo financiero con miras al Mundial de 2026 y a la publicidad que pueda representar para “el estadio fuerte de México”, como concluyó el comunicado haciendo alusión al eslogan de Banorte.
Inmediatamente algunas fuentes como Wikipedia y la Federación Mexicana de Futbol adoptaron el cambio de nombre, que por cierto en un tiempo se llamó oficialmente Estadio Guillermo Cañedo, pero otras tardarán en utilizarlo.
Seguramente sus apodos como la Catedral del Futbol, el Coloso de Santa Úrsula, el Monumental de Coapa, el Multicopas o la Casa de la Selección, se mantendrán como sinónimos.
Pero si Banorte desea que el cambio de nombre surta efecto tendrá que hacer una labor titánica no solo ante los medios y los aficionados, sino hasta en la terminología urbana. Por ejemplo: ¿Cambiarán el nombre las decenas de rutas de microbuses que salen de la estación Universidad o de la estación Taxqueña del Metro y que portan letreros de “Estadio Azteca”?
Seguramente habrá que esperar un tiempo. Por lo pronto, son ya dos los grandes estadios de futbol que llevan nombre de bancos: el BBVA de Monterrey y el Banorte de la Ciudad de México. Y también hay que esperar a este martes, para ver la reacción de los mercados financieros en las acciones de Banorte y Ollamani.
Aros del Poder
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