Si tan aplicable y sencilla fuera la receta colectivista para alcanzar el bienestar, las naciones del mundo no hubieran adoptado mayoritariamente la economía de mercado, sino que estarían regidas por el comunismo. Un sistema, encima, que necesita de la supresión de las libertades y las garantías individuales para asegurar meramente su supervivencia. Pero, está teniendo lugar un muy extraño fenómeno en estos momentos, a pesar del estrepitoso y evidente fracaso del modelo estatista: América Latina le está abriendo las puertas al más rústico populismo de izquierda y los incuestionables avances democráticos de países como Perú y Chile pueden verse seriamente amenazados, por no hablar del retroceso económico y el empobrecimiento que se avizoran en horizonte si toman el camino de comenzar a repartir la riqueza en lugar de propiciar las condiciones para crearla.
Como si el estremecedor ejemplo de Venezuela no les bastara, los peruanos se aprestan a votar por Pedro Castillo que, desde ya, anuncia que emprenderá una ola de nacionalizaciones. Su competidora directa, Keiko Fujimori, es apenas mejor —ambos exhiben un trasnochado conservadurismo— pero por lo menos no acometerá la tarea de aniquilar empresas y obstruir la inversión privada.
En lo que toca a Chile, la convención encargada de redactar la nueva Constitución, elegida este pasado fin de semana, terminó conformada por grupúsculos y postulantes independientes ajenos a derecha moderada y los partidos de centroizquierda que participaron en la transición democrática posterior a la dictadura de Augusto Pinochet. Nuevamente, el rechazo a la clase política tradicional pudiere tal vez llevar al advenimiento de un régimen radical de corte declaradamente socialista.
El denostado “pensamiento único” edificado a partir del Consenso de Washington —liberalización del comercio, apertura a la inversión extranjera, desregulación y seguridad jurídica para los derechos de propiedad, entre otras de las fórmulas recomendadas por sus impulsores— pareciera no tener ya vigencia alguna, por lo menos en los países de nuestro subcontinente. El gran problema es que la alternativa del populismo estatista es peor. Mucho peor. Nos esperan más décadas perdidas.
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