DOMINGA.– Elvis Presley, Elizabeth Taylor y Luis Miguel tenían razón cuando decían que no había fiestas como las de Acapulco. Dicho por turistas nacionales y extranjeros, la mejor es la del 31 de diciembre: el puerto más famoso de Guerrero se vuelve una verbena que recorre barrios populares y hasta hoteles cinco estrellas. Una de las noches más especiales para viajeros, hoteleros y para el crimen organizado.
Un primer aviso de que los cárteles están interesados en el festejo de Año Nuevo lo observan cada diciembre quienes llegan en carretera. A la altura del Mercado Central de Acapulco, por ejemplo. Es discreto pero a la vista de todos. Aprovechando el tráfico para llegar a la Costera Miguel Alemán, decenas de vendedores toman la carretera y ofrecen bengalas y pirotecnia para las fiestas.
“No les compres cohetes. A nadie, ni a los niños que te piden un peso. Ese es negocio del cártel”, dice un expolicía estatal con quien viajé a Acapulco cinco semanas después de la devastación causada por el huracán Otis en 2023. Quería atestiguar el levantamiento parcial del puerto en las fiestas decembrinas; en lugar de eso, encontré la dominación casi completa del crimen para los festejos de fin de año.
Según mi fuente, integrante de la división de inteligencia criminal entre 2016 y 2024, cada bengala, cohete, juego pirotécnico es un negocio acaparado por el Cártel Independiente de Acapulco, una escisión de los hermanos Beltrán Leyva. Gracias a que controlan la trata de personas con fines de explotación sexual en el puerto, logran tener menores de edad y adultos mayores que venden de la tarde hasta la madrugada. En los mercados, es negocio de Los Ardillos. En las iglesias, de Los Rojos.
“Es un negocio horrible. Los llaman a todos a una casa, les dan los productos para vender y en la madrugada pasan por ellos. Niños, abuelitos, que están de pie todo el día, esquivando camiones. Si no alcanzan la venta mínima, los dejan sin comer o les dan cuerazos”, dice el expolicía, mientras niega con la cabeza al ver las filas de niños vendedores. “No, hijo, gracias, ya vete a descansar”.
Casi nadie lo sabe pero las posadas tienen ese componente criminal que brilla de noche. Las velas también pagan derecho de piso. Igual que los cirios y hasta los permisos para hacer fiesta en la vía pública de colonias populares como La Laja.
“¿Quieres ver cómo funciona la economía del crimen en fin de año?”, pregunta mi copiloto. “Ven a Acapulco”.
No hay fiesta de Año Nuevo que no pague derecho de piso
Llegamos a la Costera Miguel Alemán y vamos hacia el Acapulco nuevo, el de los campos de golf, canchas de tenis y habitaciones que se venden como “doble diamante” o “delux presidencial”. Es finales de 2023 y los primeros empresarios en ponerse de pie con ayuda de los fondos de reconstrucción son los que desde siempre han tenido más dinero: sus inversiones están desde Las Brisas hasta Diamante y luego hacia los clubes de yates con condominios que aún se cotizan en dólares.
Pocos restaurantes y antros tienen espacio adecuado, luz y agua potable, pero eso no impide que haya una oferta de fiestas que prometen lujo y exclusividad para pasar el 31 de diciembre: “Noche de blanco en Acapulco”, “VIP Año Nuevo 2023-2024”, “Cena de lujo con vista al mar”, “Despide con estilo el Año Viejo”.
“Mira todo esto: un paraíso de lavado de dinero. Con el pretexto de que el huracán se llevó hasta las terminales bancarias, las cenas de Año Nuevo se pagan en efectivo. Y así va a ser por años, se va a volver costumbre. Puro dinero que, en Acapulco, significa dinero del crimen organizado”, cuenta.
Pone un ejemplo: un grupo de amigos pide el “Menú Especial de Año Nuevo” en uno de esos supuestamente elegantes salones de fiesta con columnas griegas y mármol falso. El paquete incluye una mesa VIP cerca de la pista, cinco tiempos de comida, botellas premium, fuegos artificiales incluidos en la cuenta. El total asciende a 100 mil pesos. El pago de la cuenta sale íntegro de un sobre amarillo. Pero hay un problema: la cena real fue modesta con un valor real de unos 3 mil pesos. No eran 10 amigos, sino tres. La mesa estaba al fondo, dos tiempos de alimentos no se consumieron, tres botellas se quedaron sin abrir y no hubo bengalas.
El 2 de enero el restaurante deposita el efectivo a su cuenta. Declara ingresos mínimos, paga unos pocos pesos de impuestos y el resto lo entrega a proveedores con armas y hace retiros “legales”. El concepto legal es “ganancias de fiesta”. Y así el dinero ya cambió de identidad. La cena fue el pretexto y los gastos excesivos de Año Nuevo, la coartada perfecta.
“Es una práctica de sobrevivencia para el empresario. En Acapulco no hay fiesta de Año Nuevo que no pague derecho de piso. En cuanto la fiesta es en vía pública, requiere ‘cover’, se hace una invitación masiva o se planea con una cena, ¡derecho de piso! Así que lavar dinero es una forma de tener en tu presupuesto la extorsión criminal”, dice el expolicía.
¿Cuánto? Hay antros que pagan hasta 50 mil pesos de derecho de piso por la noche. Cantinas que pagan 10 mil y botaneros de 5 mil. Pagan también los tabledance clandestinos, los burdeles ocultos y los yates que simulan fiestas privadas, pero que llenan de extranjeros que hacen turismo sexual en una de las noches menos vigiladas del año. “Ahora te voy a enseñar otra parte de la noche más criminal del año”, dice y yo doy volantazo, de nuevo, hacia la Costera Miguel Alemán, que aunque está resguardada por militares se siente tan insegura como un campo de guerra.
La venta de cerveza y licor, cosecha criminal
De vuelta al viejo Acapulco. El tradicional. O como dice mi fuente: el que lava las mesas de plástico con un trapo con cloro y te entrega la cerveza más fría de tu vida. Dónde empieza y dónde acaba la parte más popular del puerto es arbitrario, pero el expolicía –nieto de dos habitantes de la colonia brava Luis Donaldo Colosio– dice que va de la Playa Papagayos hasta la Playa Caletilla y la Isla Roqueta.
“Aquí el negocio es otro”, dice con voz de experto. “Acá se trata de la venta de cerveza que sólo se puede comprar a un grupo criminal. Eso ocurre todo el año y el 31 de diciembre se agrega otro tipo de alcohol: el adulterado para la fiesta.
“Tequila, ron y vodka son los preferidos. El crimen compra a los pepenadores botellas viejas, las rellena con quién-sabe-qué porquería, les pone nuevas etiquetas y listo para la fiesta. Al día siguiente, Acapulco amanece con gente con una congestión alcohólica que los lleva al hospital o a la tumba”.
Las drogas, cuenta, también fluyen con mayor velocidad en el Acapulco tradicional. No es que no haya en el Acapulco nuevo, sino que el volumen de personas que festejan y la facilidad de transporte entre las colonias populares hacen que los narcóticos sean más rentables en giros negros en zonas como la de Barrios Históricos, también llamada Zona Tradicional o Náutica, que incluye el área alrededor del Fuerte de San Diego. Ya no sólo es marihuana o cocaína. El nuevo menú incluye éxtasis, ketamina, tusi y piedra.
“Y te genera un problema similar al alcohol adulterado: al día siguiente, 1 de enero, o hasta el día 2 o 3, tienes chavos intoxicados con drogas que ingirieron en la fiesta. En el mejor de los casos lo resuelven con una hospitalización; en el peor, se acaban la droga, les viene la cruda y se pasan a los robos para seguir con una fiesta que se acabó hace una semana”, asegura.
En México no hay registros de intoxicaciones masivas por drogas en una fiesta de Año Nuevo, pero sí hay casos judiciales de sobredosis en ciudades con una alta presencia de cárteles mexicanos: en una fiesta en Los Ángeles, California, donde unas 45 mil personas celebraron un ‘rave’ masivo el 31 de diciembre de 2009, las autoridades reportaron una oleada de sobredosis con éxtasis en las horas posteriores. Al menos 18 personas requirieron atención médica urgente por consumo de MDMA y una persona murió. Desde entonces, ese evento se usa en la investigación de salud pública sobre los efectos de las drogas en eventos multitudinarios de Nochevieja.
Y luego tienes otro tipo de riesgos: las fiestas barriales. Los vecinos ponen la música y el cártel las reglas: deben contratar seguridad armada propia, venta exclusiva de drogas e, incluso, hasta el DJ que suele ser una empresa con la que lavan dinero con celebraciones todo el año, desde Día del Amor y la Amistad y hasta la Navidad.
“La fiesta la secuestran los criminales. Invitan a la gente como si fuera suya –no de los vecinos– y se ganan a las personas. Y aprovechan para regalar pavos, guisados, ensaladas, electrodomésticos, juguetes. No hay mejor día, excepto Navidad, en la que los criminales se hacen pasar por ovejas, pero son lobos con dientes afilados”.
Mientras manejo a nuestro hotel en Chilpancingo pienso en otro riesgo no comentado por mi copiloto: las multitudes siempre atraen a quienes usan las masacres como su lenguaje del terror. Un vocabulario que en México conocemos, desgraciadamente, muy bien.
Masacres de Año Nuevo en el mundo
Una de las matanzas más infames en Año Nuevo ocurrió en la madrugada del 1 de enero de 2017, cuando un ciudadano uzbeko llamado Abdulkadir Masharipov, de entonces 28 años, abrió fuego en la discoteca Reina, en el barrio Ortaköy de Estambul, Turquía, donde cientos de personas celebraban el Año Nuevo.
Originalmente, Masharipov desataría el ataque en la concurrida plaza Taksim, pero abortó el plan original después de vigilar el área y concluir que había demasiados policías. Caminando por Estambul vio la discoteca y cambió de objetivo. Con armas de asalto asesinó a 39 personas e hirió a 79. Fue arrestado 16 días después y confesó su militancia en el grupo terrorista Estado Islámico (EI), cuyos líderes ordenaron el ataque por el apoyo que brindaba el ejército turco al bloque internacional contra los yihadistas.
Ocho años después ocurriría otra masacre en Año Nuevo por un militante yihadista, pero en Estados Unidos: a las 03:16 de la madrugada del 1 de enero de 2025, el ciudadano estadounidense Shamsud-Din Bahar Jabbar, 42 años, embistió a una multitud que festejaba en Nueva Orleans, Luisiana. Luego de abandonar su camioneta abrió fuego contra los heridos. En total, asesinó a 15 personas y lastimó a 35. Cuando los policías llegaron hasta su vehículo encontraron una bandera del EI.
Sin embargo, en Alemania, los yihadistas fueron descubiertos: siete seguidores de Estado Islámico planeaban en la Nochevieja de 2015 un ataque suicida con bombas en dos de las estaciones de tren más abarrotadas de Múnich. Aprovecharían que muchos vecinos y turistas irían a sus cenas o fiestas para asesinar, al menos, a cientos de ellos, pero sus planes fueron detectados con anticipación y frustrados.
"La Autoridad Criminal Federal informó a la policía bávara sobre indicios proporcionados por un servicio de inteligencia de que el EI estaba planeando un ataque esta noche a la medianoche en la estación principal de trenes de Múnich y en la estación de Pasing", dijo Joachim Herrmann, ministro del Interior del estado sureño de Baviera. Al anunciar el plan descubierto, y elevar públicamente las medidas de seguridad antiterroristas, los atacantes cancelaron el atentado terrorista.
Y no sólo es EI. También el grupo terrorista nigeriano Boko Haram usa el 31 de diciembre para potenciar sus daños: el 31 de diciembre de 2010 atacaron con bombas cuarteles policiales en el pueblo de Abuja matando a cuatro personas e hiriendo a 26. Y en 2015 repitieron la fecha: un atentado suicida junto a una iglesia durante una misa de Año Nuevo en la ciudad de Gombe.
La concentración de miles de personas, sin duda, son otro atractivo criminal. Y en México los cárteles no son tímidos a la hora de maximizar los saldos negros. Lo vimos en el bombazo del 15 de septiembre de 2008 en Morelia, Michoacán, y en el cochebomba de Coahuayana, Michoacán este 6 de diciembre.
“Siempre es una noche difícil”, concluye el expolicía, cuando llegamos al hotel. “Y hoy pusimos de ejemplo a Acapulco, pero esto pasa en Cancún, Puerto Vallarta, Los Cabos, Ciudad de México, el lugar que quieras en México. No se dice mucho, pero el 31 de diciembre hay que divertirse, pero también tener arriba la guardia”.
ATJ