Para no contagiarse de covid-19, Carmen convirtió su área de trabajo en quirófano. Manipula sus instrumentos con guantes, lleva goggles, cubrebocas N95 y careta para protegerse el rostro, y cubrió su espacio vital con hule transparente, aunque no es doctora, sino vendedora ambulante en la delegación Iztapalapa.
El puesto de esta mujer de unos 55 años se ubica a escasos metros de la clínica 47 del IMSS en la colonia Vicente Guerrero, donde a diario llegan pacientes portadores del virus.
Hasta el lunes pasado ella y 30 compañeros del corredor de comida no habían abierto sus negocios, luego de que las autoridades les pidieron hace más de un mes que se retiraran, pero con el fin de la Jornada Nacional de Sana Distancia regresaron de una forma poco convencional.
A diario atienden con uniformes de astronauta; religiosamente lavan el piso con cloro, ponen sus mesas y desdoblan el hule con el que prácticamente recrean una sala de cirugía.
“Sé que soy mayor, pero tenemos que adaptarnos; mis hijos y yo tenemos la mala costumbre de comer tres veces al día”, comenta sarcásticamente Carmelita.
A unos puestos está el comercio que atiende El Güero, de 57 años, que vende jugos.
“Cuando nos prohibieron vender me endrogué con un carrito de 5 mil pesos para vender café y pan, pero era necesario o no hubiera tenido con qué sobrevivir este tiempo”, cuenta Rubén.
La impresión que se llevan los clientes es la de hombres y mujeres responsables. “De por sí no da confianza comprar frente al hospital, pero bueno, hay días en los que no tenemos de otra”, asegura Ingrid, una consumidora que espera en la sala de urgencias.
La venta es poca, pero los vendedores esperan que poco a poco los clientes, al ver su cápsula, recuperen la confianza de comer frente a un hospital covid-19.
ledz