“Soy de buen diente; me encantan los chapulines, los tacos y las pastas”

Entrevista | FRANCISCO RIVAS

Como titular del Observatorio Nacional Ciudadano alza la voz de una sociedad civil harta de ser el blanco de la delincuencia; sabe que es una actividad ardua, pero se da un espacio para los placeres como la pasta y un queso de su entrañable Italia.

Los fines de semana se los dedica a ‘Lupe’ y a ‘Lola’. ¿Qué está leyendo? ‘Il sangue di san Gennaro’, de Sándor Márai. (Especial)
Horacio Besson
Ciudad de México /

La indignación le viene de chico. Imaginemos la escena: tiene nueve años y acaba de descubrir lo que es la impotencia ante la violencia y la corrupción cuando es golpeado en un asalto al negocio de su papá. Ese fue, quizá, el punto de partida para que Francisco Rivas (Ciudad de México, 1973) decidiera dedicarse a combatir la inseguridad, la injusticia y la ilegalidad en el país.

Encabeza un equipo que, a través del Observatorio Nacional Ciudadano, no para en denunciar al crimen, sus entrañas, las causas y las consecuencias desde la visión de la sociedad civil.

Asesinatos, secuestros, robos, delitos electorales. El entorno no es muy alentador para este licenciado en Economía y Psicología con maestría y doctorado. Pero no se desalienta. Se da tiempo para disfrutar la vida. Los viajes, la buena comida y la grata compañía son refugio y amuleto para alejar, a sus 45 años, los males e invocar los placeres en infinitos rincones del planeta ya recorridos y aún por descubrir y, sobre todo, en su querida Ciudad de México.

Sin embargo, su vida está marcada por Tijuana.

Norteño...

No, soy chilango.

Pero creciste en Baja California...

Tampoco. Yo nací en Ciudad de México pero viví en Italia hasta los 26 años. Mis papás se divorciaron cuando yo era bebé y mi mamá, de origen italiano, se regresó con su novio “de toda la vida”. Mi primera carrera y mi primera especialidad las hice allá.

¿En Perugia?

La familia de mi mamá es de allá. Es una ciudad muy bonita, fui muy privilegiado porque es absolutamente cómoda, chiquita, el corazón verde de Italia. Tiene un patrimonio cultural interesante. En julio hay una tradición desde los 70, el Umbria Jazz. En octubre está el Eurochocolate, porque ahí está una de las fábricas más antiguas de chocolate, la Perugina.

¿Eres chocolatero?

No soy tan dulcero. Me gusta más la comida salada, pero sí me gusta el chocolate. El Baci Perugina es obligado. Todas las navidades las paso en Italia y compro 3 o 4 kilos y me los traigo a México.

Entonces, viva la comida...

Soy de buen diente. Como de todo. La comida mexicana me encanta, los chapulines y los escamoles. Soy supertaquero. Pero preparo penne, fusilli, macaroni. Siempre trato de comer en casa. Esa es una de las bondades de vivir en Perugia: regresas a comer a casa. En Italia, quitando Milán y Roma, todo cierra a esa hora para que la gente vaya a sus casas.

¿Qué pastas son tu especialidad?

Carbonara, penne al vodka y pasta con salmón.

¿Cómo sería un fin de semana ideal?

Me gusta mucho viajar aunque ya me da flojera hacerlo solo por un fin de semana, por eso sería en Ciudad de México. Los sábados escribo mis artículos. Además, aprovecho para salir a comer con amigos o pareja. Aunque cuando estoy solo soy tendencialmente flojo, así que me hago pasta con tomate y albahaca o compro carne y la aso.

Nunca falta el queso...

Exacto, soy superquesero. Sobre todo mozzarella di bufala. Me gusta mucho el doble crema, pues me lo daba mi abuela paterna que era de un rancho cercano a Atotonilco el Alto. Yo la quería mucho y ese queso me la recuerda mucho.

Te encanta viajar, ¿qué sitios te han sorprendido?

Hay lugares icónicos como el Taj Mahal o Machu Picchu o Angkor Wat, que la primera vez que fui me dejó con la boca abierta. Me encantó Myanmar, pues no tenía expectativas. Armenia me sorprendió mucho. Pero tal vez uno de los viajes que recuerdo con un placer extremo fue un safari en Sudáfrica. Ver los leones y leopardos que te pasan al lado es impresionante.

Y viniendo de Perugia, ¿no te impactaba Ciudad de México?

Sí, por muchas cosas. Por un lado, la familia de mi mamá en Italia era casi nula y por parte de mi papá somos 56 primos hermanos, entonces venir a México era muy divertido; sí era impactante pues, aunque todavía se podía salir a jugar a la calle en los 70, cada vez era menos. En cambio, en Perugia, yo era muy libre, desde primero de primaria me iba solo a la escuela. Además, desde chico siempre noté el tema de la corrupción y eso me impresionaba. Y creo que a la gente se le olvida cómo era el México de los 70 y de los 80. A nosotros siempre que entrábamos y salíamos del país nos pedían mordida.

Y vivir todo eso te marcó como niño

Mi papá tenía bodegas en la Bondojo y la primera vez que me tocó un asalto yo tenía siete años. Una vez a mi papá casi lo matan a golpes cuando su esposa estaba embarazada de mi hermano. También a ella la golpearon. Yo recuerdo a policías de la ciudad asaltándonos.

¿Por qué vivir en México y no en Italia?

Yo llegué acá por azares del destino. Yo en la universidad hice activismo político y me tocó en la carrera todo el movimiento de Manos Limpias (proceso anticorrupción de los 90). Tuve la suerte de estar al lado de gente muy honesta. Conocí en Perugia al demócrata cristiano Leoluca Orlando, que funda su partido La Rete; le empecé a escribir y un día me ofreció trabajo. Más tarde, el gobierno de Baja California lo invitó como asesor y entonces necesitaba alguien en México. La idea era quedarme una semana y me quede nueve años en Tijuana. Amo profundamente a Tijuana. De hecho mucha gente cree que soy de allá, pero nací aquí. Soy chilango.

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