El ser humano es un animal de relatos: la mayoría de los individuos selecciona algunos recuerdos, suprime otros, inventa algunos más y los entreteje todos de la manera que considera más apropiada, a fin de asociar su propia vida con una historia edificante y persuasiva. Sin embargo, a veces los relatos vitales están tan afectados e imbuidos de fantasías y falacias que resultan poco verosímiles y funcionales y marcan un problemático abismo entre el discurso y la realidad.
Dos formas de contrapesar esta índole de relatos contrahechos son la literatura y el psicoanálisis: por un lado, aprendiendo de la gran ficción que revela la falibilidad y maleabilidad de las memorias e identidades; por el otro, mediante la práctica del análisis en la que, el individuo y un terapeuta, buscan narrar y resignificar de la manera más verídica y auténtica una vida. Ambas prácticas exploran la capacidad del lenguaje para dar forma, sentido y coherencia a la experiencia.
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En El buen relato, (hay ediciones en El hilo de Ariadna y Random House) una psicoanalista, Arabella Kurtz, y un escritor, J.M. Coetzee dialogan en torno a las analogías y diferencias profesionales en su acercamiento al relato y en las funciones de éste como forma estética y como recurso terapéutico.
Con envolventes y exigentes digresiones, a lo largo de once capítulos, los autores transitan de la construcción de la memoria y la identidad individual hasta las mentalidades y actitudes colectivas y sus complejas relaciones con la verdad y la mentira. Porque, al igual que los individuos, las colectividades reinventan, ocultan o edulcoran su historia y suelen caer en los extremos de autoinculpación o negación. Así, los individuos, las tribus y naciones pueden vivir historias y situaciones impostadas y, a menudo, esconden elefantes debajo de la alfombra.
Para los autores, la narrativa y la terapia ayudan a rehacer estos engendros y, aunque por vías muy distintas, ambas aspiran a alcanzar una porción de verdad. Esta autenticidad es necesaria para que cualquier individuo entienda sus circunstancias, asuma responsabilidades y establezca la posibilidad de una existencia lúcida. Por eso, la lectura de narrativa, al mostrar los dobleces de la moral y la memoria o ilustrar las dispersiones y extravíos de lo que se llama identidad, contribuye a que el individuo disponga de más herramientas para elaborar y complejizar su propio relato (y, al respecto, pocas obras autobiográficas tan crudas, despiadadas y reveladoras como las del propio Coetzee).
En el psicoanálisis, por su parte, la efectividad de la forma narrativa que se imponga a una realidad ayuda a lidiar con ella y a enfrentarla con mayor libertad, honestidad y capacidades. La práctica narrativa y terapéutica tienen, pues, aspiraciones vecinas: liberar la voz del autor (y con ello hacer partícipe de este proceso de liberación al lector) y liberar la voz del paciente, aumentando su capacidad de aceptar y discernir sus experiencias y emociones.
AQ