Es una de las caras más representativas de la cuarta transformación, pues su trabajo consiste en escuchar, recibir y dar cauce a cientos de peticiones, exigencias y ocurrencias que recibe todos los días el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Atiende a casi 500 personas al día y parece ser quien mejor lleva a la práctica la frase que una y otra vez cita el mandatario: “El poder es para servir al pueblo”.
En su entorno es conocida solo como Lety. Estudió antropología social en la Escuela Nacional de Maestros y era profesora de primaria en 1996, cuando conoció al actual titular del Ejecutivo, entonces líder nacional del PRD.
En 2000, ya como jefe de Gobierno, el tabasqueño la nombró encargada de Atención Ciudadana, el mismo cargo que tiene ahora, pero en la Federación.
El reto —dice— es mayor, pero no deja de ver un halo “maravilloso” en esta labor, que comenzó con filas y filas de gente afuera de la casa de transición de AMLO en la colonia Roma.
¿Quién es Lety?
Me dicen Lety aunque soy una persona mayor. Me llamo Leticia Ramírez Anaya. Soy hija de una familia humilde. Mi padre fue minero y obrero en una fábrica de plásticos; mi madre siempre tuvo mucho trabajo como ama de casa porque fuimos cinco hermanos.
¿Cómo terminaste aquí?
Siempre tuve afinidad por apoyar a la gente. Fui maestra de niños que desertaban de la escuela; yo debía buscarlos en la calle y mantenerlos en la escuela para recuperarlos. Siempre tuve ánimo de apoyar socialmente.
¿En qué momento conoces a AMLO?
Soy militante del PRD. Conocí al licenciado López Obrador en los éxodos de 1991 y 1994, pero hasta 1999 me invita a participar en su campaña como jefe de Gobierno; estaba embarazada de mi única hija, Luna María. Participé con él, ganamos y me convierto en responsable de Atención Ciudadana.
¿Cuál es la diferencia con tu actual cargo?
La presencia política del licenciado en CdMx era acotada; ahora es más responsabilidad.
¿Qué hiciste entre la salida de AMLO de la Jefatura de Gobierno y su última campaña?
Marcelo Ebrard se queda como jefe de Gobierno y me pide que lo apoye; mi hija tenía cuatro años y yo acababa de enviudar, así que me quedé. Después tuve un trabajo en Medio Ambiente y posteriormente me fui como delegada de Morena a Tlaxcala para apoyar la tercera campaña de López Obrador. La siguiente experiencia fue llegar a la casa de transición, en la calle de Chihuahua, en la Roma.
¿En qué momento te dice: “Abre las puertas y empieza a recibir gente”?
El 1 de julio gana AMLO. En Tlaxcala había que hacer muchas cosas del proceso electoral, pero una semana después me llamó a su oficina y me dijo: “Lety, necesito que me apoyes en lo que siempre has hecho”. Llegué un miércoles. Solo había un espacio vacío, dos sillas y mucha gente formada en la calle.
¿Qué significó para ti esa experiencia?
Fue muy importante para mí, fue único, me marcaron mucho esos días. La esperanza de tanta gente marcó mi vida.
¿Y qué haces en tu tiempo libre?
Trato de ser una madre cercana a mi hija, de darle tiempo de calidad, aunque a veces no me queda mucho. Procuro no contestar el teléfono cuando estoy con ella, aunque ella lleva una propia agenda porque ya tiene 18.
¿Qué te gusta hacer?
Leo, me gustan mucho las novelas. Disfruto sentarme y tomarme una taza de café sin hacer nada. Nada, solo sentarme. Mi casa es pequeña, pero hay una parte por donde el sol entra muy bonito. Me gusta sentir el sol, tomar mi café y pensar tonterías.
¿Te propones dejar un legado?
Sería el de tratar de entender el servicio público como una oportunidad de dar más que de recibir. Que se entienda que efectivamente hay —existimos— muchas personas comprometidas con que haya paz y tranquilidad en el mundo.
¿Cómo te ves en seis años?
Satisfecha de haber hecho lo que tenía que hacer, de no haber desaprovechado ninguna oportunidad de ayudar a quien realmente lo necesitaba. Siempre está eso con claridad: aquí estamos para ayudar a la gente. Es la única forma de irme tranquila a mi casa.
¿Qué está leyendo?
Medio sol amarillo, de Chimamanda Ngozi Adichie.