Formado en el cardenismo, el senador de Morena Cristóbal Arias Solís (Michoacán, 1954) presume que ha recorrido los “Caminos de Michoacán”, además de ser un lector voraz que pudo “haber escrito Cien años de soledad”.
Rechaza ser un político de tiempo completo, pues se da sus escapadas de “la realidad parlamentaria” con libros, música, teatro y sobre todo con la compañía de sus nietas.
Sobre sus lecturas considera que Jorge Luis Borges era tan culto que no es para profanos... ha leído todas las obras de García Márquez, Vargas Llosa y Carlos Fuentes, y Marcel Proust es el autor más difícil con el que se ha cruzado.
¿Cómo ingresó a la política?
Me inicié al lado del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas cuando fue gobernador de Michoacán. Por razones obvias, en Michoacán el general Cárdenas es querido, recordado y admirado. Conocí al ingeniero por un destacado nicolaíta que estuvo en las filas del cardenismo y de Natalio Vázquez Pallares, un abogado que fue rector de nuestra universidad y con quien trabajé un tiempo; el ingeniero me invitó a colaborar en su gobierno, donde fui director de la Comisión Agraria Mixta, después de Asuntos Agrarios y por último secretario general de Gobierno.
¿Qué le gusta más de los “Caminos de Michoacán”?
La calidad de su gente, su arquitectura colonial: Morelia, Pátzcuaro, Zamora; tenemos lagos, ríos, montañas. Los santuarios de las mariposas monarca y poblaciones bellísimas, como Tlalpujahua.
¿Qué personaje histórico michoacano es su referente?
Don José María Morelos, sin duda alguna, es el arquitecto de lo que ahora son nuestras instituciones nacionales. Él lo vislumbró muy bien en 1813, cuando se lanzó la guerra de Independencia y se sumó al padre de la patria, Miguel Hidalgo y Costilla, lo plasma en los Sentimientos de la nación. Él abrevó el conocimiento de los filósofos del siglo XVIII del pensamiento francés: Rousseau, Diderot, así como de grandes pensadores políticos de América. Concibe la división de poderes que se aplicó primariamente en la Revolución francesa y en otros países antes que aquí.
¿Cuál es su pasatiempo?
Soy aficionado a la literatura. Desde muy joven me lo inculcó mi padre, y mi maestra de Español fue la misma durante tres años, era española, llegó con la oleada de migrantes en 1936-1939.
En casa mi padre leía mucho a José Rubén Romero, conocido por la obra La vida inútil de Pito Pérez. Después me apasionó la literatura de Latinoamérica. En la prepa me tocó el llamado boom de la literatura, con Cortázar, Márquez, Vargas Llosa. Tengo muy presente cuando mi papá me regaló Cien años de soledad, casi me lo eché en una sentada.
Más allá de las diputaciones y las senadurías, mi afición por la lectura y la música es algo que sigo conservando, es una terapia muy saludable. Vivaldi, Bach, Handel son a quienes más admiro. En el Senado, en mi privado, pongo música clásica o de la nueva era, como Dead Can Dance; también me gusta el jazz y el blues.
¿Qué autor no pudo terminar de leer y cuál es su predilecto?
Uno que se me hizo pesado fue Marcel Proust. En cambio uno que admiro también desde la facultad, tenía yo 20 años, es el autor de La náusea, Jean-Paul Sartre. Es una obra filosófica que me marcó hondamente y hasta mucho tiempo después supe lo que era el existencialismo, como corriente o pensamiento filosófico. Pero cuando la leí aún no me cabía lo que era el existencialismo, porque me la regalaron y me encantó. La he releído.
Otros que me apasionan son García Márquez, Vargas Llosa. Los considero de mis favoritos a escala internacional, pero como latinoamericano pondría en el tercer lugar a Carlos Fuentes. Pero en el primer lugar está el realismo mágico de García Márquez. Y de los franceses me quedo con Sartre, con la premio Nobel de Literatura, Herta Müller.
¿Qué libro le hubiera gustado escribir?
Me hubiera gustado escribir muchos libros, ya que admiro a tantos escritores. Una vez creí, cuando era muchacho, que pude haber escrito Cien años de soledad, porque ¡me gustó tanto! Hallé varias facetas de mi vida, la de mi familia las voy encontrando en los personajes de la familia Buendía. Entonces ahí dije que pude escribir mi vida, fantaseando. Obviamente es imposible hacer un libro tan rico en lenguaje, en la fantasía, en la creatividad, como lo hizo García Márquez.
Decía Jorge Luis Borges que a Cien años de soledad le sobraban 50 años. Borges siempre fue muy irónico y sarcástico. Creo que eso siempre lo caracterizó, pero él no escribió ninguna novela. Él era un poeta y cuentista. Borges era tan culto, que a mi juicio no es para profanos. Me considero profano. Sé que no es fácil, pues hay poemas y libros admirables de Borges. Historia universal de la infamia es un libro muy interesante. Yo creo que tiene una gran obra, pero él siempre fue así: buscaba llevar la contra con sarcasmo.
¿Qué está leyendo?
El vendedor de silencio, de Enrique Serna.