Ignacio Ovalle resucitó a la vida pública. Hoy es pieza clave en el combate a la desigualdad y pobreza alimentaria en el gobierno de la 4T. Funcionario en los sexenios de Luis Echeverría, José López Portillo y Carlos Salinas de Gortari, fue director general de la Conasupo, ahora es titular del nuevo organismo Seguridad Alimentaria Mexicana (Segalmex).
También fue embajador en Cuba y Argentina. Uno de sus pasatiempos era tocar la armónica en cada alto, cuando se trasladaba en su vehículo, incluso aún conserva la funda, donde ahora guarda un iPod en el que escucha música clásica de camino al trabajo.
Estuvo fuera del servicio público unos 20 años, tiempo en que impartió conferencias sobre valores humanos, una etapa que disfrutó. El ex secretario particular de Luis Echeverría afirmó que está casado con la mejor mujer del mundo y si fuera necesario, daría la vida por Alma Luz López.
¿Cómo es Ignacio Ovalle?
A todo dar (risas). Tengo que pensar. No hablaba de esas cosas desde que mi esposa y yo éramos novios, hace 33 años.
¿Qué música escucha?
La verdad, si tengo que escoger, música clásica. Me gustan mucho los autores con la letra B: Bach, Beethoven y muchos otros.
¿Solo esa?
Bueno, también la música popular, la mexicana tradicional; me encanta la música jarocha. La oaxaqueña me toca el alma, me conmueve muchísimo. También la moderna.
¿Reguetón?
También. No rechazo ninguna, pero hay algunas que no entiendo. Me gustan lo que llamarían clásicos de música moderna, como Billy Joel, y el rock que no es estridente.
¿Toca algún instrumento?
Toqué, pero no lo pongas porque lo hago muy mal (risas). Fui autodidacta, es decir, no tomé clases; sin embargo, me gusta tanto que no quise ser músico pasivo. Entonces intenté con varios instrumentos, el piano, guitarra, oboe, clarinete, flauta transversal, marimba y acordeón.
¿Y tiene su marimba?
¡Sí, claro!, la aprendí a tocar de chiquito; por falta de tiempo, me dediqué a la armónica; hay dos tipos, la melódica y cromática. La cromática puede sacar nota por nota. Yo la prefería, pero ya no toco.
¿Quería ser músico?
No. Era solo para alimentar mi alma. Mira, en esta bolsita guardo un iPod, antes guardaba mi armónica, por lo que cada que me tocaba el semáforo rojo, la tocaba. Ya no, a veces me siento en el piano e invento, porque no sé tocar. Tomé clases de piano, pero me hice bolas y lo dejé; siempre toqué para mí, era una manera de estar conmigo.
¿Aún le gusta estar con usted?
¡Claro!, pero de otra manera, antes me encontraba con la música melancólica, ahora me gusta escuchar a expertos y tengo tan poco tiempo en este trabajo que prefiero la conversación con gente inteligente.
¿Es de buen apetito?
Como de todo, pero no me gustan las vísceras.
¿Baila?
Sí, bailo con mi esposa.
¿Practicó algún deporte?
Cuando era joven jugaba frontón a mano pelona, me quedaba hinchada como guante de beisbol y llegué a ser un buen jugador; luego practiqué frontenis y luego tenis. Después golf y natación, ahorita práctico muy poquito.
¿Alguna vez participó en alguna competencia?
Hago natación y he ganado concursos de resistencia, alguna vez gané uno, era un club en el que yo estaba y se trató de ver quién nadaba más kilómetros en un mes hábil. Nadé 97, 98 kilómetros en varios días y gané mi medallita. Juré no volver a competir porque hago ejercicio por placer. Cuando estaba en una competencia sufría y casi me dolía ganar, porque yo veía que el otro ponía el mismo corazón.
¿Ya no compite por nada?
La única competencia que valdría la pena y no se puede medir es la fuerza de voluntad y las ganas de hacer las cosas, el amor por lo que haces.
¿A qué se dedicó mientras estuvo fuera de gobierno?
Me alejé 20 años de la vida pública y me dediqué a dar cursos sobre valores humanos, elaboré los cursos, cada una de mis conferencias duraba cuatro horas. Estoy contento, es lo mejor que he hecho en mi vida, de seis de esas conferencias hice un libro que se llama Evolución de la conciencia.
Es muy bueno para curar el insomnio, lees tres páginas y te vas a quedar dormido (risas).
Te faltó una pregunta: Estoy casado con la mejor mujer del mundo. Yo doy la vida por ella; espero que no sea necesario, pero juro que doy la vida por mi mujer, Alma Luz López.
¿Cómo conoce al presidente López Obrador?
En el gobierno de López Portillo fui director del Instituto Nacional Indigenista. Una tarea complementaria era la coordinación del Plan Nacional de Zonas Deprimidas y Pueblos Marginados. Eso fue hace 40 años y en ese tiempo tuve el placer de conocer a López Obrador; lo nombramos director del Instituto Nacional Indigenista en Tabasco.
¿Quién se lo recomendó?
El entonces gobernador de Tabasco Leandro Rovirosa me habló, a instancias del poeta Pellicer, para recomendarme a López Obrador, y la mera verdad, espero no parecer barbero, resultó muy trabajador. A las seis de la mañana ya estaba trabajando.
¿Entonces son amigos?
Nos hicimos amigos; yo nunca he comido en su casa, ni él en la mía. Nuestra amistad se basa en la afinidad de ideas y de trabajo.
¿Perdieron comunicación?
Yo me fui de embajador a Argentina y Cuba, cuando regresé él ya era líder de una oposición muy importante. En el ocaso del anterior gobierno tuvo la generosidad de llamarme. Me invitó a esta tarea que sacaremos con el corazón.