El 18 de febrero, Diana, de 21 años, decidió abandonar a su pareja luego de 11 meses de relación. Tomó la resolución de tajo, luego de que el hombre, un taxista que le llevaba unos años, intentara matarla después de una discusión.
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No fue la primera vez que hubo golpes. A los dos meses de que comenzaron a vivir juntos iniciaron las agresiones, primero verbales, luego los golpes.
“La primera vez que me pegó, quise demandar. Fui al centro de Justicia para la mujer, pero ya no procedí porque su familia y la mía decían ‘es tu esposo, es tu pareja’ y volvía, pero siempre continuaban las humillaciones”, dijo la joven.
Una noche, al regresar a casa después de ir a una reunión con unos amigos de él la agredió nuevamente. Apenas subieron al auto y comenzó a insultarla.
Vino el primer golpe en la boca. La sangre en las comisuras y el llanto. La llenó de cardenales e insultos hasta que Diana gritó que detuviera el auto.
“Yo le dije que parara el carro y al insistirle tanto frenó, y en una avenida me salí. Él sale para seguirme. Yo no sabía ni qué rumbo tomar. Me agarró del cabello y empezó a pegarme. Me arrastró al carro sin dejar de golpearme y dijo, ‘si te bajas te mato’.
“Nos fuimos porque él me dijo que me iba a dejar con mi mamá. Abro la puerta y me quería ir. Me agarró del cabello y me quería ahorcar. Yo me defendí y al estar manoteando me caí a la calle. Me levanté y quise correr para casa de mi mamá. Él vino a toda velocidad con el carro. Unos centímetros y me hubiera atropellado”.
Su ex pareja le echó el carro encima de nuevo, pero Diana se escondió entre otros autos y comenzó a gritar hasta que salió su mamá.
“No le iba a pegar a un carro. Nada más quería atropellarme”, dijo la joven que cumple hoy una semana en un refugio para mujeres víctimas de violencia.
Diana es una mujer con familia, pero sin redes de apoyo. La mujer no fue violentada sólo por su pareja. Su familia le pidió que no lo denunciara y en el Ministerio Público al que acudió le informaron que no podían ayudarla porque no tocó el botón de pánico.
Se quedó sola en la noche, temerosa de que su ex pareja regresara. Rondaba el lugar y dejó taxi cerca de la casa de sus padres.
Diana caminó hasta que una oficial, al verla con el rostro hinchado, la acompañara al ministerio público de Iztapalapa donde la canalizaron al Centro de Justicia para las Mujeres.
Ahí recibió atención médica inmediata y un dictamen que le permitió ingresar al refugio en que permanecerá los próximos tres meses, hasta que sea capaz de rehacer un proyecto de vida sin violencia.
Ahora, en algún lugar del Estado de México, Diana se esfuerza diariamente para identificar los patrones de conducta que la llevaron a soportar todo tipo de vejaciones y superarlas porque dice, hoy tiene ganas de vivir.
“No sé donde está, pero me siento tranquila. Obviamente con el miedo de qué va a pasar, de si me pueda encontrar. Gracias a Dios me está ayudando la psicóloga, me está ayudando mucho. Tenemos nuestras tres comidas al día y colaciones. Me siento bien. Y yo sé que me están ayudando emocionalmente, físicamente, porque aquí también me ayudaron a curar mis golpes.
“Aquí aprendes a tratar de tolerar diferentes tipos de personas. A encontrarme a mí misma, a valorarme, a quererme. Es difícil y está siendo muy difícil para mí porque todo eso ya lo habías perdido y otra vez empiezas desde cero. A encontrarte, a amarte”.
Diana convive con 16 personas, entre ellas seis niños en el refugio. Todos los días de las 6:00 a las 21 horas, las mujeres y sus hijos, sobrevivientes todos de situaciones violentas, asisten a terapias solas o en equipos para tratar de reconstruirse.
Juntas, las mujeres se hacen cargo de las tareas de la casa, de cocinar y mantener limpio el lugar, mientras una pedagoga cuida a los niños, los atiende y juega con ellos.
Hay horarios específicos para las tres comidas. Hacen dos colaciones durante el día.
Tienen espacios para descansar y talleres en donde aprenden oficios que les permitirán obtener independencia económica una vez que salgan.
En el lugar dan clases de repostería, belleza y uñas acrílicas. El refugio también cuenta con una bolsa de trabajo en la que han logrado colocar a casi 90 personas a lo largo de seis años de operación, gracias a la colaboración que tejen con otros actores.
Desde 2013, el inmueble fue otorgado a la organización bajo la figura de depositario por el Servicio de Administración y Enajenación de Bienes del gobierno federal y desde entonces funciona como refugio.
Entonces se convirtió en uno de los 132 espacios para víctimas de violencia en el país que hoy atienden a más de 20 mil personas en todo el país.
El lugar tiene un patio enorme con mesas de jardín y una fuente para los habitantes más pequeños del lugar; cuenta con seis habitaciones, una plantilla de 14 personas, cámaras de seguridad y opera bajo un modelo certificado por el Instituto Nacional de las Mujeres.
Cada año participan en la convocatoria pública para obtener recursos del Centro Nacional de Equidad de Género y Salud Reproductiva que en esta ocasión fue publicada en medio de un debate generado a partir de la convicción del Ejecutivo de entregar los recursos públicos directamente a los beneficiarios.
“No habría forma en la cual un espacio como este sobreviviera, si todo lo que ésta surgiendo en el gobierno federal se implementara para organizaciones como las que yo represento y como la que da servicio en este espacio. No habría forma en la que estos espacios subsistieran”, dijo Sabina, la directora del lugar.
Por razones de seguridad, ni la ubicación ni los responsables y trabajadores del lugar pueden hacerse públicos, pero los refugios están obligados a rendir cuentas y a transparentar los gastos ante la Secretaría de Salud.
La operación del lugar, que ofrece acompañamiento a las mujeres resilientes hasta seis meses después de que obtienen la carta de egreso voluntario, depende en 80 por ciento del presupuesto federal y del voluntariado.
Muchos de los especialistas que laboran no cobran por sus servicios y en algunas ocasiones llegan a pagar de su propia bolsa lo que necesiten para brindar atención.
El costo estimado por familia va de 7 mil a 15 pesos mensuales, incluyendo todos los servicios que les prestan y de acuerdo con Sabina es imposible que una transferencia directa ayude realmente a las víctimas.
“Jamás. No me imagino a una mujer violentada que salga a buscar un hotel. ¿Va a ir a pagarle al abogado? Si de algo carecen estas mujeres es de poder. Aquí les ayudamos a recuperarlo”, aseguró.
La directora explica que necesitan acompañamiento. No se trata de recibir un monedero electrónico o una tarjeta de débito: “son mujeres tan vulnerables que necesitan quien las acompañe. Gente empática.
“Trabajamos para que dejen de considerarse víctimas; algunas logran hacerlo al 100 por ciento y otras a las que les cuesta más trabajo”.
Hoy, el presidente Andrés Manuel López Obrador insistió en que su administración entregará los recursos directamente a los beneficiarios.
“Me decían ‘entonces el refugio de mujeres afectadas, maltratadas. ¿Cómo se va a apoyar?’ ¡Gobernación, de manera directa, para eso es el gobierno! Vamos a buscar la forma y les aseguro que no va a haber ningún problema, y va a ser hasta mejor”, dijo en su conferencia mañanera.
Diana, que sobrevivió a un intento de homicidio, no parece estar de acuerdo.
“Pues. La verdad si me hubieran puesto dos opciones hubiera preferido esto porque o sea ¿qué haces con el dinero ¿qué haces? Nada. O sea sí puedes rentar, pero no te ayudan emocionalmente. Aquí sí te ayudan. Me están haciendo que sea yo, que sea Diana. Que empieces a ser una nueva persona y con el dinero no lo puedes hacer. Sí tienen dinero, pero no puedes hacer lo que aquí hacen”, dijo.
La joven inició apenas su proceso de recuperación. Terminó la primera de 12 semanas del programa y confía en que un día dejará de sentir miedo.
“Algún día lo voy a perder. Me siento tranquila. Me siento bien aquí”, asegura minutos antes de dirigirse a la terapia de grupo.
En el refugio, el plan inmediato siempre es sobrevivir, pero Diana se da espacio para imaginar qué quiere hacer de su vida cuando termine de reunir los pedacitos.
“Policía, me gustaría ser policía”.
OVM