"Sleep, dearie, sleep"

Si algo saben hacer los británicos, es honrar a sus muertos, y ayer lo hicieron frente a todo el mundo por la reina Isabel II, quien ya descansa en el Palacio de Windsor.

Cantos, gaita y oraciones para el adiós a Isabel II
José Antonio Belmont
Ciudad de México /

Si algo saben hacer los británicos, es honrar a sus muertos, y ayer lo hicieron frente a todo el mundo por la reina Isabel II, quien ya descansa en el Palacio de Windsor.

Todo Londres fue testigo, en primera fila, de históricas ceremonias llenas de simbolismos para honrar una última vez a quien fue su monarca por 70 años.

Para algunos, el adiós definitivo a Elizabeth Alexandra Mary ocurrió por la tarde en la capilla de San Jorge cuando quitaron de su ataúd la corona, el orbe y el cetro, principales símbolos de la realeza. Para otros, el reinado acabó cuando Lord Chamberlain rompió la vara de oficio, un tipo bastón de mando, y la colocó sobre el féretro. Pero para muchos, el final fue horas antes, por la mañana en la Abadía de Westminster, cuando el gaitero de Isabel II, Paul Burns, tocó un último lamento por la muerte de Su Majestad: Sleep, dearie, sleep (Duerme querida, duerme)...

Durante años, Burns, proveniente del Regimiento real de Escocia, estuvo bajo la ventana de la habitación de la monarca británica en el Palacio de Buckingham para tocar su gaita y despertarla cada mañana; ayer, el sonido de este instrumento musical de viento fue de despedida.

Al interpretar esta música tradicional del Reino Unido concluyó el histórico funeral de Estado, en el que se pronunciaron textos preparados desde hace muchos años y exclusivamente para este momento, como el salmo 42 compuesto por Judith Weir: "Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿Cuándo vendré y me presentaré delante de Dios?...".Otras plegarias incluso descifraron el destino de la reina Isabel II, luego de que falleciera hace casi dos semanas: "...la muerte es la puerta a la gloria", exclamó durante su sermón el arzobispo de Canterbury, Justin Welby. "No se perturbe nuestro corazón, crees en Dios, cree también en mí", pronunció la Primera Ministra del Reino Unido, Liz Truss, al leer una parte del evangelio de San Juan.

Otros pronunciamientos evocaron la conexión que tuvo la monarca británica con la Abadía de Westminster: "Una iglesia donde el recuerdo y la esperanza son deberes sagrados. Aquí, donde la reina Isabel II se casó y fue coronada, nos reunimos para llorar nuestra pérdida", clamó David Hoyle, Decano de Westminster.

Tras varias palabras y cantos más, durante casi una hora recordaron a Su Majestad, a quien dos minutos antes del mediodía volvieron a honrarla con silencio, ahora con dos minutos que solemnemente se guardaron en esa histórica iglesia y fuera de ella en todo el Reino Unido.

Para despedir, enseguida se entonaron los arreglos de Gordon Jacob: "...¡Dios salve al rey!. Envíalo victorioso, feliz y glorioso, mucho tiempo para reinar sobre nosotros... ¡Dios salve al rey!...".

Enseguida inició el último viaje de Su Majestad en los hombros de ocho soldados que tuvieron a cuestas, por unos minutos y metros, el ataúd revestido de plomo que le hace pesar unos 200 kilogramos. Detrás del féretro estuvieron el rey Carlos III y su esposa, la reina consorte Camila, además de la princesa Ana y su esposo.

Después, 142 marinos reales tiraron con sogas de la carroza en la que ya se encontraba el ataúd con el cuerpo de la monarca británica. A esa misma hora, en Hyde Park comenzaron a disparar salvas de cañones en honor a la reina Isabel II.

En éste, el más grande de los Parques Reales de Londres, miles de los llamados dolientes, muchos vestidos de negro y otro con el uniforme de guardia con el que sirvieron a Su Majestad, siguieron la histórica ceremonia a través de las pantallas gigantes que instalaron las autoridades británicas.

De inmediato empezó la procesión para que todos sus fieles pudieran ver pasar, aunque fuera en ataúd, a su monarca una última vez. El trayecto del cortejo fúnebre por las calles de Londres destacó sitios como el Cenotafio, un monumento diseñado por Edwin Lutyens en honor a los británicos fallecidos durante la Primera Guerra Mundial; también, por supuesto, el Palacio de Buckingham, casa por 70 años de Su Majestad; o el arco de Wellington, último punto antes de recorrer unos 35 kilómetros al oeste de Londres al Palacio de Windsor.

En toda esta ruta, ya resguardada para entonces por una guardia real, los dolientes de la reina Isabel II estuvieron apostados en las calles arrojándole al paso de la carroza flores, principalmente rosas rojas.

Siete minutos después de las 4 de la tarde, el cortejo fúnebre llegó al Palacio de Windsor para el último acto religioso de un día histórico porque, como dicen en el Reino Unido, la monarquía es un llamado de Dios...


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