Nuestro reflejo nos ubica en la realidad que habitamos, por mucho que a veces no nos guste voltear hacia el espejo.

Hay piedras más vivas que aquellos humanos petrificados.

Entre palomitas y celofán, cualquier película se transforma en un no muy agradable concierto.

"Pienso en todos los objetos que han ido poblando mi mesa de noche, los que despiden el día y me esperan al despertar como una familia".

Los secretos pierden cada vez más su encanto, para la mala suerte de quienes se dedican a encontrarlos.

La revisión de un recuerdo de la infancia pone en duda el "final oficial" del gato de la familia.

Cada tanto, nos engañamos pensando en cómo lucirá el porvenir; el domingo pasado, sin embargo, el futuro dio muestras de estar ya instalado en el presente.

Hay invocaciones que fabrican espíritus; quizá su llamado es tan poderoso que de alguna manera logran hacer sentir su presencia.

Ninguna película mejorará si se llena el cuadro de extras uniformados; de hacerlo lo único que se logrará es que la trama se enrede y se entienda menos.

Cada vez más humanizados, los robots revelan nuestros miedos y actitudes hacia aquellos seres que no logramos entender.