La infancia descolorida

A fuego lento

El niño que fuimos trata, por supuesto, de la orfandad; es decir, de la niñez acortada por los rigores y sinsabores de la vida adulta

A fuego lento 792 Foto: Alfaguara
Roberto Pliego
Ciudad de México /

Pocos escritores han entendido tan bien como Dickens lo que significa la orfandad. Vean, si no, a Pip, el protagonista de Grandes esperanzas, el huérfano capaz de crearse a sí mismo: pierde su corazón para ganar su autoestima. Ignoro si Alma Delia Murillo tenía en mente a Dickens cuando imaginó El niño que fuimos. Sé, sin embargo, que ignoró o desatendió su lección mayor: nada o muy poco de nosotros dirá aquella novela que rehusamos habitar.

Si no Dickens, ¿quién preside El niño que fuimos? A juzgar por frases con la pobreza expositiva de “Que les (sic.) dieran por el culo a esa pareja de tíos rastreros”, “no entendía por qué tenía que volver a sufrir, por qué tenía que volver a enfrentar la soledad”, “me hizo sentir que tenía un lugar en el mundo y que merecía algo bueno”, “sentía que los colibríes en su interior se habían liberado y se extendían por toda la habitación”, “decidió que enfrentaría el asunto sin asomarse a las aguas de su pantanosa culpa”, uno sospecha que el ángel tutelar tiene la autoridad de Barbara Cartland, Yolanda Vargas Dulché o Corín Tellado.

El niño que fuimos trata, por supuesto, de la orfandad; es decir, de la niñez acortada por los rigores y sinsabores de la vida adulta. Después de veinte años, los protagonistas —Román, un exitoso diseñador de zapatos; Óscar, un profesor de Arquitectura sobre el cual pesa el deseo de convertirse en novelista; María, bailarina y acróbata— se reencuentran para revivir sus años en un internado público que guarda la forma de un patio de recreo, una cocina jugosa, una biblioteca. Murillo alterna la evocación y la crónica rutinaria del presente, y toma tan pocos riesgos estructurales, argumentales y estilísticos que pronto caemos en la cuenta de que su verdadero propósito es atraer al tipo de lectores que sueltan la risotada cuando ven cómo una prefecta mete el pie en un zapato lleno de mierda o asienten con satisfacción cuando un politiquillo corrupto recibe su merecido luego de que fotografías y videos exponen su intimidad homosexual. Cuando incluso la eutanasia aparece descrita como si se tratara de una sesión grupal sazonada con frases de autoayuda, conviene irse a otra parte, a la genuina literatura, lejos de esos libros que empobrecen la compleja trama de la naturaleza humana.

 

El niño que fuimos Alma Delia Murillo Alfaguara México, 2018

LAS MÁS VISTAS