El día en el aire | Por Ana García Bergua

Husos y costumbres | Nuestras columnistas

Si los extraterrestres que nos hubieran visitado hace cientos de años lo volvieran a hacer ahora, pensarían que nuestro idioma ya no son los sonidos que salen de nuestras bocas, sino los timbres que suenan por todas partes.

El orden del día siempre ha viajado por el aire como la luz, y las voces se acomodan a él. (Ilustración: Simón Serrano)
Ana García Bergua
Ciudad de México /

Las campanas de la iglesia a unas cuadras y la chicharra que avisa del recreo en la escuela de enfrente me hablan de los sonidos de otros días. Las campanas de las horas y los rezos, los timbres que cortaban las jornadas de estudio o de trabajo le daban forma al día común, como el canto del gallo o el piar de los pájaros en las mañanas y al atardecer, cuando se recogen en los árboles. El afilador siseaba en las mañanas y el carrito del camotero aullaba en las tardes. A fin de cuentas, el orden del día siempre ha viajado por el aire como la luz, y las voces se acomodan a él: escuchamos a los niños cuando van o vienen de la escuela y el bebé de los vecinos llora siempre a la medianoche, aunque los perros ladran a cualquier hora.

Ahora este viaje es variado y supersónico: no sólo pájaros, chicharras, campanas, camoteros y niños, sino miles de alarmas distintas, cánticos de celulares, cláxones, ambulancias y música. ¿Quién podría distinguir la hora si se le pidiera hacerlo con los ojos cerrados, a partir solamente de lo que se escucha? Sería muy interesante: la alarma de Ramírez que tiene cita con el médico a las cinco, la llamada para Pérez a quien el novio espera en el cine a las ocho, el juego de Estrada en el celular con sus recompensas y castigos, las clases de idioma en el Duolingo de Uruchurtu, el encargo que González entregará a las diez, la música como de fiesta que suena a las once de la mañana y el ulular de la ambulancia que da siempre la impresión de noche fría; todos esos avisos se empastarán en las horas con las campanas ahora casi inaudibles y así el día avanzará y se detendrá al ritmo de la vida de cada persona, la danza del tiempo de nuestra época. ¿Habrá aún quien se detenga a escuchar el Big Ben? Nuestro orden día ya no es un orden común a todos o por lo menos a un grupo, son los ruidos que acompañan a cada quien en su caminar por las aceras.

Hace días, sentados en la sala de espera de una consulta médica, mi esposo me hizo notar el concierto que estábamos escuchando: el titilar de las alarmas, los teléfonos y los timbrazos llamando a este u otro doctor, las llamadas y mensajes provenientes de los celulares, toda una sinfonía de lo cotidiano que seguramente ya algún compositor contemporáneo habrá escrito a su manera. Si los extraterrestres que nos hubieran visitado hace cientos de años lo volvieran a hacer ahora, pensarían que nuestro idioma ya no son los sonidos que salen de nuestras bocas, sino los timbres que suenan por todas partes y en cierta medida lo son. Imagino a estos extraterrestres tratando de encontrar una lengua en esos sonidos dispares sin lograrlo; quizá por eso no nos han invadido aún.

AQ

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.