Habitar la obra. Gabriel Macotela: 70 años

Arte

Para celebrar al pintor, escultor, grabador y dibujante mexicano, se prepara una exposición en el Seminario de Cultura Mexicana, lo que será sin duda una gran oportunidad para acercarse o para volver a ella, para leerla y releerla.

Gabriel Macotela, artista. (Foto: Jesús Quintanar)
Sergio Briceño
Ciudad de México /

Para Claudia Luna Fuentes

Escarabajos de barro tras cristales de peceras con luminarias ámbar. Grabados de pequeño formato obsequiados por sus amigos. Miniaturas de hierro forjado simulando vírgenes desnudas. Una silla Mies van der Rohe. Cables conectados con clavijas art nouveau a extensiones que recorren todo un piso. La bocina para karaoke donde Gimena, su hija, ensaya algunas rolas y Gabriel pide que pongan “A forest”, de The Cure. Cabello tonsurado y breve melena ocre. Una barriga de fauno y la carcajada franca, abierta, sonorosa.

La poeta y artista visual Claudia Luna Fuentes me invitó a la casa de Gabriel Macotela sobre la calle de Querétaro, en el corazón de la Roma Norte. Cuando llegamos, mi vista trató de leer lo que de lenguaje hubiera en la fachada de ese recinto de tres niveles cubierto con numerosas capas de pintura, y lo primero que encontró fue el verso de López Velarde: “Mi corazón, leal, se amerita en la sombra”, escrito con caligrafía angulosa y rápida, como por un fantasma que quisiera sobreponer la poesía sobre la pintura o intentara inmovilizar la pintura fijándola en la poesía.

Luego de gritar su nombre varias veces, Gabriel apareció en el balcón. Tardó unos minutos en bajar. Cuando nos abrió, le dio un largo y apretado abrazo a Claudia y a mí me saludó de mano con una sonrisa directa y amable, firme. “Suban”, dijo, y nos mostró, al tiempo que se escuchaban sus pasos crujir sobre los escalones de madera, un par de maquetas con foquitos de color al interior de algunas de sus construcciones: le daban la vuelta a toda la mesa casas cuadradas con chimeneas cuadradas y una vía férrea llena de vagones cisterna cargando hidrocarburos o sustancias tóxicas. El arroz pintado con diversos tonos hacía las veces de escombro y un tono grisáceo y mortecino convertía todo aquello en una escena apocalíptica, donde difícilmente podría concebirse algo vivo. “Así estamos quedando, a esto nos está llevando la ciudad”, murmuró Gabriel, dirigiéndose a la otra maqueta de dimensiones similares.

Gabriel Macotela en su casa. (Foto: Jesús Quintanar)

Los barretones de pintura en los muros interiores de esa casa abigarrada traían a la memoria figuras y campos que hubiera envidiado Tim Burton o habrían quedado bien en alguna cinta de Jean-Pierre Jeunet. Pero era el ambiente, la atmósfera de gran resignación y combate, de conspiración y delirio. Gabriel tenía pintada, junto al verso velardeano, una leyenda en apoyo a los acapulqueños afectados por los vientos de Otis. En la cochera un MG color plata funcionando y en cuyo entorno había un retrato de Felguérez, piezas de Felipe Ehrenberg. Difícil desligar a Macotela de su aura de artista comprometido con las causas sociales, de su amistad con García Ponce, de su cercanía con la familia Pecanins. Pero lo más atractivo es su forma desmelenada de concebir una obra con base, tal vez, en su manera de coleccionar objetos, que va situando en los diferentes rincones de su residencia para que puedan transferirle su energía, su peculiar modo de estar en el espacio. Y es esa espacialidad la que le otorga temporalidad a sus hallazgos plásticos, a sus conceptos del derrumbe o de lo simétrico, de lo gestual o de lo aleatorio, como si la materia desgastada cobrase otro sentido en sus manos.

En lo que vendría a ser la sala de estar, había incluso un nido de pájaros, una pieza en cerámica de alta temperatura de Pedro Ramírez Vázquez, el cascarón de una bocina Harman-Kardon y la campana de una lámpara de vidrio cubriendo un foco de cien watts. Hasta ese momento me di cuenta de que estábamos viviendo dentro de una obra del propio Macotela, quien cumple el próximo mes de octubre 70 años de edad. Para celebrarlo, se prepara una exposición en el Seminario de Cultura Mexicana, en Polanco. Por lo pronto, leamos y releamos su obra, entremos en ella. Habitémosla.

Sergio Briceño

(Colima, 1970), autor, entre otros, de los libros Trance, Insurgencia, Náqar y Saetas.

Instagram: @brincazoga

AQ

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