El recuerdo insumiso

El recuerdo insumiso

La palabra que aparece, de Enrique Díaz Álvarez, es un breviario de horrores, que transita desde Troya hasta el paisaje forense mexicano, y que resalta el valor del testimonio y la importancia de recordar lo execrable.

Portada de 'La palabra que aparece', de Enrique Díaz Álvarez, publicado en 2021. (Anagrama)
Armando González Torres
Ciudad de México /

Los verdugos, los invasores, los perpetradores comienzan por mermar la solidaridad y la memoria de las víctimas; apuestan a un mundo mudo que aceptará, sin chistar, su narrativa; sin embargo, las palabras e imágenes insumisas, los testimonios, conscientes o aleatorios, los delatan y cuentan la otra parte de la historia.

En la actual invasión de Rusia a Ucrania, videos de celular o testimonios periodísticos documentan la masacre, pero también la impresionante dignidad, reciedumbre y resistencia de los agredidos. Estas instantáneas desactivan los hechizos afrodisiacos del discurso bélico y ridiculizan cualquier justificación geopolítica.

En estos momentos de azoro, no podía ser más oportuno mi encuentro con el libro La palabra que aparece (Anagrama, 2021) de Enrique Díaz Álvarez, un breviario de horrores, que transita desde Troya hasta el paisaje forense mexicano, y que resalta el valor del testimonio, la importancia de recordar lo execrable y lo imperdonable para evitar la impunidad y la repetición.

El modelo del testimonio es el equilibrio y ambivalencia de la Ilíada de Homero, ese cantor griego que, sin embargo, retrata la humanidad de cuerpo entero y hace simpatizar y amar también a sus enemigos. En este sentido, movilizar el amor (y el horror) hacia el suplicio de las víctimas e impedir su cosificación o desaparición total resulta fundamental para denunciar y exorcizar la ubicua violencia. Las apropiaciones indebidas de la memoria son frecuentes y a menudo pasan inadvertidas. Por eso, importa ampliar el relato del dolor, describir adecuadamente el peso de la ofensa física y psicológica, recobrar el testimonio de los vencidos y de los silenciados, identificar las zonas grises y los grandes disimulos y omisiones sociales que arropan a los monstruos, localizar las rotaciones entre víctimas y victimarios. Todas estas operaciones catárticas y críticas de la memoria funcionan efectivamente contra los aparatos de propaganda y contra los propios prejuicios enquistados en las sociedades.

El libro está lleno de atinadas referencias artísticas sobre la violencia desde Homero y los poetas aztecas hasta Sara Uribe, pasando por Simone Weil, los escritores de Auschwitz, John Hersey o Kurt Vonnegut. Los excesos de horror, crueldad, brutalidad y maldad deliberada deben recuperarse para no olvidar de lo que somos capaces y quitar el velo de secreto a la barbarie. Cierto, saber demasiado es incómodo; sin embargo, recordar es lo único que puede salvar y reparar frente a la desmemoria inducida o el recurso de la mentira. El que testimonia se recupera a sí mismo, hace creíble lo inverosímil y vuelve al presente aquello que no debe olvidarse. De cualquier manera, son muchos los dilemas de la víctima o el testigo: ¿dejarse calcinar por el recuerdo abrasivo?, ¿elegir un egoísta, pero lenitivo olvido? ¿o empeñarse por purificar y ampliar la memoria de la tribu, denunciando lo imperdonable, sin sacrificar su veracidad y complejidad?


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