Tres días antes de la muerte del célebre periodista italiano Eugenio Scalfari, fundador del diario La Repubblica, en España se volvieron a destapar las hediondas cloacas del periodismo patrio. Antonio García Ferreras, director de los informativos del progresista canal La Sexta y presentador del programa de análisis y debate Al rojo vivo, fue exhibido como alguien indigno de ser llamado periodista. Resulta que, a sabiendas de que era falso, el presentador difundió que Podemos, el partido político de izquierda creado por el hoy retirado Pablo Iglesias, era financiado por gente como Nicolás Maduro quien, “según consta en un documento”, le hizo “una transferencia de 272,000 dólares a una cuenta que tenía en el paraíso fiscal de las islas Granadinas”.
La “noticia” se difundió en 2016, cuando Podemos ya contaba con millones de votos del electorado español y se vaticinaba que podía gobernar el país en coalición con los socialistas (como, a pesar de todo, tres años después ocurrió). Si ahora se sabe es porque un ex comisario jubilado, experto en sacarle los “trapos sucios” a tal o cual político, previo pago y con toda clase de artimañas, ha difundido la conversación que grabó con García Ferreras cuando le filtró “la información”. “Esto es algo muy burdo, ¿no? No sé si se sostiene”, reconoció el señor de la tele cuando le dieron los documentos falsos, pero aun así soltó con todo el sensacionalismo posible el acontecimiento.
La Red de Colegios Profesionales de Periodistas ha repudiado ese tipo de prácticas: “no por obvio debe ser ignorado: los periodistas siempre deben contrastar la información y no publicar jamás aquella que se considere falsa; y en caso de confirmarse la falsedad, corregir con la mayor prontitud y con la máxima proyección posible. La utilización de los medios en beneficio de intereses espurios va mucho más allá del derecho a una línea editorial, totalmente legítimo, para adentrarse en prácticas incompatibles con el periodismo”. La Asociación de la Prensa de Madrid y la Federación de Asociaciones de Periodistas de España, por cierto, guardaron silencio.
A diferencia del otro lado del charco, en este rincón del mundo los medios siempre han reconocido hacer un “periodismo militante”, de derecha o de izquierda. Pero pocas veces se cuestionan entre sí. Por eso conviene aprovechar la ocasión para asumir que en los últimos años los periodistas (y no solo los políticos) tenemos parte de responsabilidad en el deterioro democrático. Nuestro trabajo es buscar la verdad, fiscalizar al poder (sea una ideología o de otra) y no nos corresponde ser voceros de una u otra facción política ni querer ser los más influyentes. Publicar noticias sin verificación, falsas, y sabiendo que lo son, hace daño. Y, cuando eso ocurre, hemos de reconocer las equivocaciones sin dignidad impostada y asumir responsabilidades, aunque ello obligue a apartarnos de la profesión. Porque por errores de este tipo, según el más reciente informe del Instituto Reuters, la gente desconfía de los medios y no cataloga al periodismo como una profesión respetable.
Hay varias definiciones certeras de periodista. Yo siempre tengo presente aquella que dice que “es estar en la mierda y tratar de no ensuciarse”. O la atribuida a George Orwell: “periodismo es publicar lo que alguien no quiere que se publique. Todo lo demás son relaciones públicas”. Eugenio Scalfari, además de promover la decencia en nuestro gremio, nos ha dejado una de las mejores: “un periodista es gente que le cuenta a la gente lo que le pasa a la gente”. Ahí está englobado todo: nuestra función social, nuestro apego al humanismo y la claridad de que lo que hacemos ha de estar dirigido a los ciudadanos y no, en primera instancia, al poder político o económico o a los compañeros, como suele ocurrir. No es tan fácil huir de los intereses que rodean el oficio, pero tampoco es tan difícil “genetizar” ciertos principios éticos y ser honesto, que no objetivo, en nuestro trabajo. Sobre todo ahora, cuando en todos lados los valores democráticos se tambalean.
AQ