La alegría de editar

Café Madrid

En sus últimos años, Mario Muchnik reunió una gran cantidad de entrañables memorias del mundo editorial. Hoy, escritores y colegas lo recuerdan.

Mario Muchnik, 1931-2022. (Foto: Trama Editorial)
Víctor Núñez Jaime
Ciudad de México /

El trabajo de un editor consiste en disgustarse antes de que más gente se disguste. O que cuando algo le guste, le guste a todo el mundo. Un editor, por lo tanto, guía al autor por unas rutas y lo previene de otras. Alimenta sus ideas y hace que se cuestione sus propias ideas para sacar lo mejor de él. “La imagen del editor”, decía Tomás Eloy Martínez, “la retrató el escritor y filósofo Walter Benjamin: un lector que es a la vez autor, ‘alguien que describe y que prescribe’. Y a la vez siempre, según Benjamin, alguien de ‘extremo coraje’, capaz de repetirse a sí mismo cada mañana: voy a saber y voy a transformar”.

Pero para Mario Muchnik un editor era, nada más pero nada menos, “un mediador constructivo entre el autor y el lector”. Me lo dijo él mismo, hace ya más de una década, cuando fui a verlo a su casa, en el onceavo piso de un edificio del madrileño Paseo de la Castellana. Tenía 80 años, lo acababan de operar de cataratas en los ojos, todavía tenía la vista nublada y, con ayuda de una lupa, apenas podía leer algún artículo de los suplementos literarios. “Mirá, nene, podemos estar aquí hasta la media noche, ¿eh? Has venido a verme en una época en la que tengo más amigos muertos que vivos. Y mil anécdotas. Pero esto es normal, según me dicen los mayores”, me dijo antes de soltar una sonora carcajada y de comenzar una conversación que, en efecto, duró varias horas.

Lo recuerdo ahora que su viuda, Nicole Thibon, acaba de entregar al Instituto Cervantes la biblioteca y el archivo del editor, traductor, escritor y fotógrafo argentino fallecido el pasado 27 de marzo. Estamos en el Salón de Actos de este enorme edificio, que antes fue un banco y ahora resguarda el legado de varios autores del mundo hispano. En el estrado están Pilar Reyes, Montero Glez, Juan Cruz y Juan Manuel Bonet. Todos, ante una enorme foto de Muchnik con su característica sonrisa de travieso, le rinden un homenaje póstumo al hombre que dio a conocer la obra de Elias Canetti en español. Casi todos los libros donados tienen una cariñosa dedicatoria para que el que fue su dueño y, entre las cartas manuscritas o mecanografiadas que hay en las cajas, se encuentra varias firmadas por gente como Julio Cortázar, Italo Calvino, José Donoso, José Emilio Pacheco, Adolfo Bioy Casares o Ernesto Sabato. El Cervantes planea que el próximo año todo este material sea de acceso público.

Mientras tanto, Pilar Reyes, directora de Alfaguara, habla de la edición artesanal que practicaba Mario Muchnik. Montero Glez destaca la cultura y la generosidad de quien nunca dejó de animarlo a escribir. Juan Cruz habla de la destreza del argentino para relacionarse con los autores. Juan Manuel Bonet analiza los retratos de escritores hechos por el homenajeado, todos en blanco y negro, que también han sido entregados a al Instituto. Y Nicole Thibon, pintora y articulista de Le Monde, los escucha sentada en primera fila.

Yo recuerdo a Muchnik relatándome su alegría al editar (“no sé si te han contado, pero hubo un tiempo en el que no había computadoras”) y cómo “le robaron” su editorial, Muchnik Editores, que creó junto a su padre, Jacobo, también editor, y Víctor Seix. Pero, sobre todo, me acuerdo del rosario de anécdotas con los autores de su catálogo que me contó. Les comparto una: “Coincidió que viniera Octavio Paz con la visita del Papa Juan Pablo Segundo. Paz tomó una habitación en el Hotel Colón, con un balcón para ver al Papa. Yo le dije: ‘¿Y no me dejarás ocupar un lugarcito en tu balcón?’ Y me dijo: ‘Y, sí. Y Nicole también. Y dile a tu papá, por supuesto’. Entonces estuvimos con él todo el día. Él pidió que subieran sándwiches y cervezas y así vimos el paso del papamóvil. Era Octavio Paz, sí, pero era sobre todo un hombre simpático que hablaba sobre Batman. Le interesaba muchísimo. Sabía todo de Batman. Y de Superman. Conocía todos los cómics, pero le interesaba más Batman por el trasfondo social que tenía. Era un gran conversador, Octavio. Es que… ya te habrás dado cuenta vos, nene: España es un país muy ignorante. Comparado con México, esto es menos que la escuela primaria. Aquí no hablan inglés. Y para acceder a la gran cultura hay que saber inglés y francés. Y aquí está lleno de gente que no habla esas lenguas. Es como si fuera una cultura a la que le falta una pierna, algo por el estilo. Es terrible. Entonces, claro, cuando uno se encuentra con un Octavio Paz es maravilloso”.

AQ

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