Paseando por la memoria

Libros | A fuego lento

'El jardín de los ídolos', de Georgina Moctezuma, entrelaza la autobiografía con la historia de su ciudad, haciendo brillar lo entrañable del recuerdo.

Portada de 'El jardín de los ídolos', de Georgina Moctezuma. (Tierra Adentro)
Roberto Pliego
Ciudad de México /

El jardín de los ídolos (Tierra Adentro), con el cual Georgina Moctezuma obtuvo el Premio Nacional de Ensayo Joven José Luis Martínez 2022, es un paciente alumbramiento, un refinado ejercicio de memoria colectiva y personal, un pequeño edén a resguardo de la vulgaridad y el griterío que ocupan las plazas públicas con impertinente desparpajo.

Mientras recupera algunos momentos marginales de la historia de la ciudad de Puebla —de naturaleza documental y aun mítica y hasta mágica—, Georgina Moctezuma va ofreciendo retazos de su autobiografía a través de una escritura que mucho tiene de ensoñación. No tiene más interés en el presente que el que puede guiarla hacia las ancianas memoriosas o a los archivos que conservan antiguos registros de sucesos. Así que, de su mano, caminamos por las calles, las plazas, los parques y barrios de Puebla para dar con el escenario de una leyenda prehispánica que sobrevive al pie de un ahuehuete o con el motín encabezado por las reclusas de los conventos de Santa Inés y Santa Catalina a mediados del siglo XVIII. Pero Georgina Moctezuma no quiere presumir de erudición; quiere narrar una ciudad en la que los juegos infantiles y las resacas adultas poseen la fuerza de un conjuro.

La ciudad de Georgina Moctezuma parece únicamente habitada por mujeres. Ahí están su madre y su abuela; sus compañeras de trabajo en el Archivo Histórico de la Catedral de Puebla; la tía Agripina; la vendedora de semillas que muestra el camino hacia el estanque donde, cuenta una leyenda, las mujeres que se bañaban desnudas quedaban prisioneras bajo sus aguas; la mujer que entra a una cabina telefónica para empinarse una botella de aguardiente… Son, a su manera, guardianas de un tiempo anterior al culto a la velocidad y a la Santa Red.

Ese tiempo es el mismo ante el cual se rinden los paseantes —no los turistas ni los empleados—, aquellos que procuran detenerse a observar una maravilla oculta entre la basura visual del paisaje urbano o a descubrir una anomalía invisible a los ojos presurosos. Georgina Moctezuma ha sabido recuperarlo y en ese acto, en apariencia despreocupado, ha sabido también atrapar el alma esquiva de las cosas, antes de que dejen de habitar nuestros deseos y nuestros sueños.

AQ

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