La sanación surrealista

Escolios

No sólo era un movimiento de renovación literaria, sino que aspiraba a ser un medio de regeneración humana a partir de la asimilación de las pulsiones subconscientes, así como de la reivindicación del amor.

La oferta surrealista de salvar la psique humana sigue sonando saludable y vigente. (Especial)
Armando González Torres
Ciudad de México /

Las vanguardias de principios del siglo XX fueron una irrupción de energía lúdica y escandalosa. El primer manifiesto del surrealismo, aparecido en octubre de 1924, es típico de ese género estentóreo y bravucón. Sin embargo, el surrealismo, aparte de estos rasgos de provocación, tuvo otras características que explican su larga pervivencia y su extendida influencia artística.

El surrealismo no sólo era un movimiento de renovación literaria, sino que aspiraba a ser un medio de regeneración humana a partir de la asimilación de las pulsiones subconscientes, así como de la reivindicación del amor. El surrealismo pretendía un rediseño integral de la conciencia y de las interacciones del individuo. Para ello, hacía una apología de lo inconsciente, del sueño y de la locura creativa como un instrumento de liberación de las convenciones cegadoras y paralizantes. Su poder de convocatoria y sus primeros frutos artísticos fueron descollantes y su impronta alcanzó, con notables exponentes, las artes más variadas. No es extraño que este ambicioso movimiento de “sanación” artística quisiera asociarse con esa otra gran fuerza que pronto transformaría la humanidad: la revolución marxista. Así, el surrealismo se puso al servicio de la revolución. No obstante, rápidamente el idilio entre estas dos fuerzas se volvió imposible.

Después de la entusiasta adhesión, vino la ruptura y la conversión de André Breton al anti-estalinismo. Romper con el régimen soviético, le devolvió al surrealismo su autonomía artística, aunque no lo salvó de las rencillas y el sectarismo interno, encabezado por su líder, Breton, quien, a contrapelo de la retórica libertaria del movimiento, ejerció un férreo control y convirtió al surrealismo casi en una iglesia.

Tras la Segunda Guerra Mundial, la invocación a lo irracional y al furor amoroso que preconizaba el surrealismo resultaban poco llamativos ante el saldo de la tragedia bélica. Por lo demás, el jefe del movimiento, Bretón fue cuestionado por su exilio en plena ocupación alemana y el surrealismo comenzó a ser relegado a los desvanes del anacronismo estético y la irresponsabilidad política. Con todo, en esta época de mengua y decadencia, el contacto con una nueva camada de artistas periféricos le dio nuevos bríos y de la esperanzadora raíz del surrealismo brotaron nuevas obras de referencia.

Escritoras y escritores latinoamericanos como Octavio Paz, Blanca Varela, Emilio Adolfo Westphalen, Olga Orozo, Enrique Molina o Alejandra Pizarnik hicieron florecer las semillas un tanto decrépitas del surrealismo. Por lo demás, muchas de las técnicas del azar, la sorpresa y el automatismo psíquico acuñadas inicialmente por el surrealismo se consolidaron como parte fundamental del repertorio artístico y de las estéticas contemporáneas. Hoy a cien años de su primer manifiesto, la oferta surrealista de salvar la psique humana mediante la sabiduría del subconsciente y el bálsamo del amor, sigue sonando saludable y vigente.

AQ

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