Desde hace un par de meses que tengo un nuevo estudio. No saben la felicidad que me provoca: lo adorné a mi gusto e incluso me di el lujo de mandarme a hacer un nuevo librero, para guardar en él mis libros preferidos y los que no quisiera de ninguna manera que se me perdieran: Shakespeare, Cervantes, Lord Byron, Flaubert y Jorge Ibargüengoitia. Desde luego, cada que se me antoja leer un rato, al que acudo es a Ibargüengoitia.
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Para aderezar nuestro pesimismo en estos tiempos tan borrosos, les comparto aquí algunos párrafos de don Jorge de sus artículos reunidos en Instrucciones para vivir en México sobre las elecciones, entre 1970 y 1976. El primero corresponde a aquellas en las que compitió José López Portillo contra sí mismo como único candidato:
“Cada seis años, por estas fechas, siento la obligación de dejar los asuntos que me interesan para escribir un artículo sobre las elecciones, que es uno de los que más trabajo me cuestan. Puede comenzar así: ‘el domingo son las elecciones, ¡qué emocionante!, ¿Quién ganará?’”
“Hay que admitir que la campaña política que está llegando a su fin ha sido, en lo que respecta a los cargos menores, bastante notable. En un distrito, por ejemplo, hay un candidato que pretende imponerse sobre sus contrincantes “porque usted ya lo conoce”. En mi caso esto no se cumple. No lo conozco. Lo he visto, sí, debo admitirlo. Pero sólo fue en un momento fugaz, antes de apagar el televisor”.
“En una época muy lejana, que está perdiéndose si no en la noche cuando menos en el atardecer de los tiempos, esa mujer, hoy candidata a diputada suplente, fue el gran amor de mi vida. Creo que es lo más cerca que he llegado al Congreso de la Unión”.
“Otro candidato notable es un independiente. Cuevas. Creo que si correspondiera a mi distrito, votaría por él. De esta manera mataría varios pájaros de un tiro. En primer lugar les daría un golpe, no decisivo pero golpe al fin, a los partidos organizados: en segundo, les daría una lección de civismo a los que cuentan las boletas demostrándoles que no todos nos dejamos arrastrar por la masa, y en tercero, contribuiría a darle un golpe, esta vez decisivo, a Cuevas. Porque ya lo quisiera yo ver, elegido por la voluntad popular, sentado en su curul, oyendo discursos interminables”.
“Pero esta actitud (…) es lo que se llama un estado precientífico de la cultura, en el cual nos encontramos una buena parte de los mexicanos. Este estado se caracteriza no por la fe ciega en algo, sino por la falta de fe más absoluta en lo que marcan los instrumentos, lo que piensan los científicos y lo que anuncian los periódicos.”
“Una cosa es ser mafioso y otra ser soporífico”.
AQ