Hoy España es más latinoamericana que nunca. Desde finales de los años noventa del siglo pasado muchos cruzaron el charco para instalarse en la península, pero ha sido en los últimos años cuando se ha acentuado el flujo migratorio y cuando la riqueza cultural que trae consigo se ha evidenciado más (hasta el punto de celebrar todos los meses de octubre un Festival de la Hispanidad). La estadística oficial dice que en este país viven poco más de un millón de latinoamericanos pero, claro, esa cifra no toma en cuenta a los “sin papeles”, ni a aquellos que tienen la doble nacionalidad y tampoco a los que están esperando la resolución de su solicitud de asilo (gracias a esto, por ejemplo, miles de venezolanos están siendo acogidos en estos lares).
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Si hace más de 80 años eran los españoles quienes partían hacia el continente americano (a México y Argentina, principalmente), huyendo de una atroz dictadura, ahora son los latinoamericanos quienes escapan de regímenes autoritarios, de la pobreza y/o la inseguridad y llegan a “buscarse la vida” en la Madre Patria. Entre ellos hay varios escritores que, obviamente, hacen lo posible por seguir desarrollando su vocación. Como cualquier migrante, encaran un choque cultural, unas pérdidas emocionales y una variante idiomática que, de alguna u otra manera, influyen en su proceso creativo, dando lugar a una suerte de género inédito, denominado “literatura ectópica”.
Lucía Hellín Nistal es una investigadora de la Universidad Autónoma de Madrid que lleva un tiempo estudiando los procesos de adaptación, lucha o negociación de los autores “desarraigados.” Después de devorar varios libros bajo esa óptica, llegó a la conclusión de que, quien se dedica a escribir y abandona su lugar de origen, más pronto que tarde transforma su identidad, estilo y léxico y explora nuevos temas y géneros. Es decir, que de manera consciente o inconsciente va dejando en su literatura una ristra de marcas que los delatan como expatriados.
Hellín aborda este interesante tema en su ensayo La literatura de los desplazados. Autores ectópicos y migración (Villa de Indianos). En más de 300 páginas, llenas de casos de autores europeos, africanos, asiáticos y latinoamericanos, hoy residentes en España, explica que la literatura ectópica (“aquella escrita por autores inmersos en un nuevo espacio literario, cultural o sociopolítico”) es, además, “una literatura profundamente problemática para las categorías tradicionales de literatura nacional, porque ¿dónde catalogamos la obra de una autora que vive sus primeros años en Nador, pero después migra a Cataluña y escribe sus novelas allí? ¿Hace literatura amazig, marroquí, catalana o española? En realidad sería un poco todo eso, y algo más, porque es una literatura que nace del desplazamiento y que, para ser estudiada y comprendida, necesita categorías y herramientas propias”.
En los círculos literarios de Madrid, por ejemplo, es cada vez más frecuente encontrarse a escritores procedentes de América Latina que, incluso, ya han tenido otras experiencias migratorias, como la argentina Ana Llurba, autora de libros como Mapas y cicatrices (Fruto de Dragón), que antes de venir a España vivió Houston y en Berlín. Ella, me dijo el otro día, refleja en su escritura el choque cultural entre Europa y Latinoamérica, “pero no a propósito.” Al leer algunos de sus textos recientes, se nota que tiene un cuidado especial con el lenguaje, como si fuera muy consciente de la materialidad de algunas palabras y expresiones que antes no tenía totalmente “automatizadas.” Llurba dice que se sigue considerando una escritora “cien por ciento argentina”, pero reconoce que utiliza “un mínimo de léxico peninsular y algunos modismos ibéricos. Porque, después de una década y media aquí, sería una impostura seguir escribiendo como si nunca hubiera dejado mi país”.
Para muchos, sin embargo, el sólo hecho de ser escritores extranjeros les dificulta el acceso a las editoriales españolas y varias veces se quedan sin publicar. El libro de Lucía Hellín también tiene una explicación para este obstáculo: “la producción cultural está controlada por un discurso dominante que hurta el potencial transformador y, en el mejor de los casos, convierte las obras de autores foráneos en objetos de consumo exótico que sirven para tapar la desigualdad e injusticia que rodea a los desplazados en un espacio imperialista y racista”. Ese es el Lado B de este asunto.
AQ