En este ensayo Wolff analiza las implicaciones biográficas y musicales del nombramiento del compositor en la corte del emperador José II de Viena, el estilo imperial en sus obras más representativas del periodo y un repertorio de piezas, la mayor parte desconocidas, que dejó inacabadas.
¿Acaso la extraordinaria producción final de Mozart, cuyo inicio marcan las tres grandes sinfonías de 1788, no invita a replantearse la orientación estética de las últimas obras del compositor? En una carta de 1790, dos años después de haber ingresado en el servicio imperial como compositor de cámara, Mozart escribió que estaba en el umbral de su plenitud: sin duda, su nombramiento, que había supuesto un sueldo fijo, un título prestigioso y escasas obligaciones, contribuyó a su prolífica producción. A través de documentos, partituras y cartas de Mozart a sus allegados, Wolff no solo crea un intenso relato, sino que ofrece una perspectiva nueva y sólida sobre la relación entre las inquietudes artísticas del maestro y las expectativas de la época.
FRAGMENTO
¿Es posible analizar los cuatro últimos años de la vida creativa de Wolfgang Amadeus Mozart sin centrarse en la catástrofe que supuso su muerte prematura? ¿Tiene sentido hacerlo? Este acontecimiento cambió para siempre el curso del clasicismo musical a fines del siglo XVIII porque, entre otras cosas, impidió que Beethoven pudiera componer cerca del ídolo cuya presencia, en un primer momento, lo había llevado a Viena para estudiar con él. En realidad, el mundo musical nunca ha asumido la muerte prematura de uno de sus mayores genios. Los círculos musicales recibieron un duro golpe al enterarse de la noticia a fines de 1791, y muchos no quisieron aceptar que hubiera fallecido a causa de una enfermedad, digámoslo así, normal. No es de extrañar, pues, que casi inmediatamente surgieran rumores acerca de posibles causas no naturales, e incluso de juego sucio; llegó a hablarse de asesinato. Como es sabido, las historias persistentes sobre el posible envenenamiento de Mozart —por parte de Antonio Salieri, el supuesto rival malévolo, o de un amigo llamado Franz Hofdemel, o de Franz Xaver Süssmayr, su alumno y secretario, a causa de dos historias amorosas distintas pero igualmente ridículas— corrían por doquier y se adornaban sin ningún pudor. También se propagaron rumores que hablaban del asesinato de Mozart perpetrado por unos masones decepcionados por su conducta. Invariablemente, las diversas anécdotas han fascinado a generaciones enteras de amantes de Mozart y no merecen ser repetidas, puesto que los investigadores ya han perdido suficiente tiempo intentando refutarlas, aunque, al hacerlo, no han conseguido otra cosa que mantenerlas vivas y alimentar su fuego. Incluso hoy, apenas si encontramos una biografía de Mozart que no haga una referencia, por tangencial que sea, a la posibilidad de que el compositor no falleciera por causa natural. Sin embargo, los biógrafos y estudiosos de la música de Mozart siguen buscando claves plausibles que ayuden a explicar las circunstancias que condujeron a la enfermedad y a la muerte del compositor. Según la opinión mayoritaria, su final prematuro parece algo casi predecible, como si fuera un acontecimiento inevitable. Su muerte se atribuye normalmente a una combinación de cansancio, la desesperación por no alcanzar la plenitud y el reconocimiento profesional, y la preocupación por el precario estado de sus finanzas. A menudo se considera que la muerte de Mozart fue una desgracia que ya se anunciaba y se reflejaba en sus últimas obras, pasando por alto que es difícil que un creador en la treintena pueda sentir que está componiendo sus “últimas” obras. No obstante, por irracional que pueda parecer, la percepción de un supuesto sentimiento de fatalidad en la música de sus últimos años está aún muy extendida y es ampliamente aceptada. Por eso se pueden leer, por ejemplo, frases poéticas sobre “el encantado y bello mundo otoñal de la música [de Mozart] escrita en 1791, cuando los rayos del sol se inclinan definitivamente para dar paso al anochecer y la oscuridad”. A esta opinión se añade la imagen eterna del músico componiendo su propio réquiem, y la creencia de que esta circunstancia influyó en la naturaleza de su música.
Christoph Wolff: Mozart en el umbral de su plenitud: al servicio del emperador (1788-1791). Acantilado, España, 2018.
El clima es prioridad
El cambio climático no es una amenaza que se vislumbra a lo lejos. Ya está aquí. Las consecuencias políticas, sin embargo, aún están por venir. La tesis central de este libro es que el mundo está encaminado hacia un estado de excepción dirigido por una alianza entre Estados Unidos y China para hacer frente a la crisis climática. Se tratará de un nuevo régimen planetario, al que algunos especialistas llaman Climate Leviathan. La tesis del libro no es que el calentamiento global va a transformarlo o destruirlo todo. El objetivo de este libro es colocar el tema del clima en el centro de la discusión política y busca ser una contribución a la teoría política.
Geoff Mann, Joel Wainwright: Leviatán climático. Una teoría sobre nuestro futuro planetario. Biblioteca Nueva, España, 2018.
Berlin y el paraíso
Hace pocos años, una colección de relatos de una escritora ya desaparecida y casi olvidada sacudió el panorama literario mundial. Era Manual para mujeres de la limpieza, de Lucia Berlin, quien alcanzó entonces el lugar que le correspondía: se convirtió en la escritora favorita de la prensa y los lectores, el título fue libro del año para los medios y su estilo se vio comparado con el de Raymond Carver o Charles Bukowski.
La singular capacidad de Berlin para representar la belleza y el dolor de las rutinas de nuestra vida, su extraordinaria honestidad, su magnetismo, la familiaridad de sus personajes, su sutil pero abrumadora melancolía..., todo ello se encuentra nuevamente y con gran intensidad en Una noche en el paraíso, una compilación que es un acontecimiento y un regalo para todos los lectores ansiosos por seguir leyendo al indiscutible fenómeno que es Lucia Berlin. Este volumen indispensable, preparado por su hijo, Mark Berlin, contiene 22 relatos inéditos en español y está lleno de obras maestras de la literatura reciente.
FRAGMENTO
Prólogo : La historia es lo que cuenta
Mark Berlin
Lucia, bendita sea, era una rebelde y una mujer con un arte extraordinario, y en su día su vida era un baile. Ojalá pudiera contar todas sus anécdotas, como aquella vez que recogió a Smokey Robinson en la Avenida Central de Albuquerque, y lo llevó fumando un canuto al concierto que daba en el Tiki-Kai Lounge. Llegó tarde a casa, con restos de Chanel bajo el olor a humo y sudor. Fuimos a una danza sagrada en Santo Domingo, Nuevo México, por invitación de un anciano de la tribu. Uno de los bailarines se cayó y Lucia pensó que ella tuvo la culpa. Desgraciadamente, el pueblo entero pensó lo mismo, porque éramos los únicos forasteros. Durante años ese fue nuestro tótem de la mala suerte. En la familia, todos aprendimos a bailar en la playa, en los museos, en restaurantes y clubes como si fuéramos los dueños del lugar, en centros de desintoxicación y cárceles y galas de entregas de premios, con yonquis, chulos, príncipes e inocentes. El caso es que si intentara contar las peripecias de Lucia, incluso desde mi punto de vista (ya fuera o no objetivo), pasaría por realismo mágico. Nadie se creería esas movidas.
Mi primer recuerdo es la voz de Lucia, leyéndonos a mi hermano Jeff y a mí. No importa qué cuento fuera, porque cada noche traía una historia con su dulce tonada, un acento mezcla de Texas y Santiago de Chile. Canciones, como “Red River Valley”. Culto, pero llano… y que por suerte no heredó de su madre el deje nasal de El Paso. Quizá soy la última persona que habló con ella y, una vez más, me leyó. No recuerdo qué (¿una reseña, un fragmento de los cientos de lecturas que le pedían, una postal?), solo su voz clara, amorosa, volutas de incienso, destellos de crepúsculo, y que después los dos nos quedamos en silencio contemplando sus libros. Sabiendo el poder y la belleza de las palabras que guardaba en esas estanterías. Algo que saborear y ponderar.
Junto con el humor y el gusto por escribir, heredé sus dolores de espalda, y gruñíamos y se nos escapaba la risa al unísono o en armonía cada vez que alargábamos el brazo para coger más cambozola, una galleta salada o uvas. Quejándonos de los medicamentos y los efectos secundarios. Nos reíamos del primer precepto budista: la vida es sufrimiento. Y de la actitud mexicana de que la vida no vale mucho, pero desde luego puede ser divertida.
Recuerdo a mi madre muy joven, paseándonos por las calles de Nueva York: nos llevaba a museos, a visitar a otros escritores, a ver una linotipia en marcha y a pintores trabajando, a oír jazz. Y entonces de pronto estábamos en Acapulco, luego en Albuquerque. Las primeras paradas de una vida itinerante, con un promedio de nueve meses en cada escala. Aun así, el hogar era siempre ella. Vivir en México le daba terror. Escorpiones, lombrices intestinales, cocos que caían de las palmeras, policía corrupta y astutos traficantes de droga; pero como recordamos el día antes de su cumpleaños, de algún modo habíamos sobrevivido. Lucia sobrevivió por lo menos a tres maridos y sabe Dios a cuántos amantes… ¡y eso que a los catorce años los médicos le dijeron que nunca podría dar a luz y que no pasaría de los treinta! Trajo cuatro hijos al mundo, de los que soy el mayor y el más problemático, y criarnos le costó horrores. Pero lo hizo. Y bien.
Mucho se han cargado las tintas en su alcoholismo y ella tuvo que luchar contra la vergüenza de ese estigma, pero al final vivió casi dos décadas sobria, en las que produjo lo mejor de su obra, y además inspiró a buena parte de la nueva generación con sus clases. Eso no sorprende, porque desde los veinte años enseñaba de manera intermitente. Hubo momentos duros, incluso peligrosos. A veces se preguntaba en voz alta por qué no vino nadie a sacarnos de allí cuando éramos unos críos y ella tocó fondo. No sé, salimos adelante. Todos nos habríamos marchitado en un barrio residencial; éramos la banda de los Berlin. “El mundo está erizado de peligros” era una de las frases a las que mamá echaba mano últimamente. Vivo en la calle, y aunque a ella le gustaba oír algunas de mis anécdotas de los bajos fondos, le preocupaba imaginarme durmiendo a la intemperie con adictos al crack, esquizofrénicos y borrachos (aunque esa fauna sea solo un diez por ciento de los campistas urbanos). Las madres se preocupan, y Lucia era una gran madre. También sabía que yo sobreviviría, que continuaría escribiendo y creando.
Buena parte de nuestras experiencias son increíbles. La de historias que ella podría haber contado. Como cuando se bañó desnuda en Oaxaca con un amigo pintor después de tomar setas. Fliparon al salir del agua, verdes de los pies a la cabeza por el cobre del arroyo. ¡Me la imagino así, toda verde, con su rebozo rosa! Ni siquiera intentaré dar una pincelada de la colonia de rehabilitación en las afueras de Albuquerque (basta con leer su cuento “Perdidos”), pero imaginad a Luis Buñuel y Quentin Tarantino haciendo una película dentro de una película en la que aparecen seis exheroinómanos, Angie Dickinson, Leslie Nielsen, una docena de zombis de ciencia ficción, y la mencionada banda de los Berlin. Mi recuerdo favorito es una puesta de sol en Yelapa centelleando en el saxofón de Buddy Berlin, remolinos de bebop y humo de leña mientras mamá preparaba la cena en un comal, su cara radiante bajo la luz coral, flamencos pescando sobre un solo zanco en la laguna, el rumor de las olas y el croar de las ranas, mientras nosotros hacíamos los deberes a la luz de un farol oyendo discos rayados de Billie Holiday, descalzos en la arena gruesa.
Mi madre escribía historias verdaderas; no necesariamente autobiográficas, pero por poco. Las historias y los recuerdos de nuestra familia se han ido modelando, adornando y puliendo con el paso del tiempo, hasta el punto de que no siempre sé con certeza qué ocurrió en realidad. Lucia decía que eso no importaba: la historia es lo que cuenta.
Lucia Berlin: Una noche en el paraíso. Alfaguara, México, 2019.
G.O.