Un jefe de familia secuestrado por extraterrestres, un vendedor de seguros confinado en la realidad movediza de un cuadro sin autor, un poblado de Morelos transfigurado en una prisión mental, cientos de visitantes del planeta Kepler en busca de asilo en la Tierra y portadores del virus de la vejez prematura, un feto de posible origen alienígena capaz de torturar a su madre con reclamos impertinentes, un programa diseñado para medir la reacción de clones humanos ante experiencias traumáticas: estas son las figuras y los motivos que animan a Cuando las luces aparezcan (Paraíso Perdido) del joven narrador Roberto Abad.
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Estamos frente a seis relatos que podríamos inscribir en la nueva ficción de naturaleza fantástica. Todo busca el extrañamiento del lector o, aún más, instalarlo en una realidad a la que si acaso reconoce es porque ha pasado muchas horas frente al televisor. Digamos que tienen más de Mulder y Scully y sus archivos X que de Philip K. Dick o Thomas Ligotti.
Reconocemos así la pretensión de erigir una dimensión extraordinaria mediante el desarrollo de ciertas creencias asociadas a los augurios populares o científicos: la sospecha, por ejemplo, de que algunos seres humanos han sido utilizados como conejillos de Indias por viajeros de otras galaxias; o la posibilidad de conocer a nuestros pares genéticos. Hay otra intuición, quizá la mejor prevista, en “El retrato”: la del hombre que mira cómo su presente se ve inmediatamente plasmado en el óleo que compró en la tienda memoriosa de un bazar.
El malestar comienza una vez que tenemos muy claro que la escritura corre en sentido contrario a la dimensión fantástica de la realidad. No pasa de ser denotativa, sobre todo cuando se concentra en las rutinas laborales, amorosas o fraternales de los protagonistas. Y es, sobre todo, machaconamente convencional cuando el relato exige mover los hilos con espíritu de riesgo. Las sombras hacen una vez más su aparición cuando leemos al final de “Hijo”: “Agujas atraviesan las capas de mi piel bajo el abdomen. Es un ardor que aumenta, me quema y no tengo otro remedio que abandonarme a esa sensación. Les pido que paren. Me sostengo de los tubos de la cama, les suplico que lo detengan, que no puedo más, ya no quiero, ya no, por favor”.
Cuando las luces aparezcan
Roberto Abad | Paraíso Perdido | México | 2020
AQ