No eres dos y ya no eres uno

Bichos y parientes

En la circunstancia actual, parece que ya no hay retorno al mundo como estaba.

Donald Trump, actual presidente de Estados Unidos. (Montaje: Laberinto)
Julio Hubard
Ciudad de México /

Como hacer bizco: las cosas están donde están y en otro lado.

En México, perdimos la República y estamos apenas adivinando el frenesí de la idiotez judicial. Junto, los Estados Unidos parecen condenados a vivir en este mundo su contrapasso dantesco. Torturan a sus tres socios principales (aunque tengan razón en acusar al gobierno mexicano de coludirse con el crimen organizado); alimentan una ruptura ideológica con Europa y firman acuerdos internacionales junto a sus enemigos. La cosa ya pasó la raya del bluff. No hay retorno al mundo como estaba. Cuando dejemos de hacer bizcos y el mundo deje de sacudirse sin saberse estar, sabremos cuál de los ojos apuntaba al sitio real. (Spoiler: ninguno y ambos).

Las dos imágenes desfasadas apuntan a una simbiosis del mal. Es Dante, y es el canto XXV del Infierno. Y no es ya el mal que viene de la tentación y la debilidad natural del ánimo o del carácter; tampoco es el error persistente, que se confunde con la verdad. Es la desnaturalización voluntaria:

Lector, si eres reacio a darme crédito/ en lo que te diré, no me sorprende,/ pues yo lo vi y apenas me lo creo./ Mientras yo los observo atentamente,/ una serpiente con seis pies se lanza/ sobre uno de los tres y lo atenaza./ Los pies centrales le clavó en el vientre;/ le asió los brazos con los anteriores/ y luego le mordió las dos mejillas;/ con los traseros le trabó las piernas/ y entre los muslos le ensartó la cola,/ atravesándolo hasta los riñones./ Jamás la hiedra se arraigó en un árbol/ con la fuerza con que esta horrible fiera/ sus miembros enroscó con los ajenos./ Se fundieron después como la cera,/ mezclando en uno solo sus colores:/ ninguno parecía el que antes era,/ igual que avanza en un papel la llama/ formando un cerco de color oscuro,/ que ya no es blanco pero aún no es negro./ Los otros dos miraban y gritaban:/ «¡Ay, ay, Agnolo, cómo estás cambiando!/ Ahora ya no eres dos, ni uno tampoco»:/ Dos cabezas en una se fundieron/ y se vieron mezclados los dos rostros / en una sola faz, y ambos perdidos./ De cuatro brazos que eran, dos quedaron;/ piernas y patas, torso y vientre unidos/ formaron unos miembros jamás vistos./ Nada quedó del primitivo aspecto,/ y la perversa imagen, que no era/ dos ni ninguno, se marchó despacio.

(Es el canto 25; la traducción, estupenda, es de José María Micó, para la editorial Acantilado).

No eres dos, pero ya no eres uno. ¿Hay mejor manera de decir que algo se ha desnaturalizado y pervertido hasta perder su ser y hacerse irreconocible incluso para sí mismo?

Dante cita a dos poetas, Lucano, por las serpientes, y Ovidio, por las metamorfosis. Los reúne y los supera: las serpientes de Lucano son de una virulencia aterradora (cosa que guarda un secreto malévolo: durante la huida del derrotado ejército de Pompeyo, a través del desierto de Libia, muchos soldados sufrieron mordeduras de serpientes… y mejor atribuir las muertes al veneno que reconocer el abandono de los soldados); las metamorfosis de Ovidio, si bien casi siempre merecidas o justas, según la rara jerarquía moral de los politeísmos, son todas por agencia de un dios: los humanos las padecen, pero no las producen. Las de Dante en el Infierno son todas por responsabilidad de los propios sujetos. Las padecen porque las produjeron. Y en eso consiste el “contrapaso”: la inversión simétrica y equivalente del pecado cometido en la Tierra.

Pero estamos en la séptima bolsa del octavo círculo, donde han de padecer los ladrones de bienes sagrados. Ya Virgilio y Dante fueron transportados por Gerión a esa región donde el pecado no puede atribuirse sino a la mala fe, la malevolencia, y no a las debilidades de las pasiones. Es el lugar donde los culpables están, además, teñidos de soberbia: pretenden tener un juicio propio, independiente y contrario al sentido común, como si hubiera lengua o inteligencia privadas. En algún momento decidieron que su juicio, propio y privado, valía más que la sensatez. Y no son los peores: junto con ellos van quienes decidieron valer la perversidad del soberbio sobre su propio juicio. Mezcla peor que fatal: renunciar al ser y optar por la obediencia de un soberbio loco que se rige por una ley que se inventó solo.

Era el inicio del siglo XIV cuando Dante halló en el Infierno a Vanni Fucci, a Caco y a los transformistas Agnolo y Cianfa. Esa bolsa tenía 22 millas de longitud. Cuando lleguen las clases políticas actuales, van a estar muy apretados.

AQ

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