Pierre Lemaitre y Arturo Pérez-Reverte nacieron el mismo año (1951). Tanto el francés como el español son considerados “escritores tardíos”, pues comenzaron a publicar libros cuando ya tenían “una edad”. Es que, dice el autor de La tabla de Flandes, “estábamos ocupados en vivir para luego tener algo que contar.” Ambos, también, son autores superventas en sus respectivos países y han practicado varios géneros literarios. El otro día, a media tarde, los dos se juntaron en Madrid para tener una conversación pública, compartir las “costuras” de sus novelas y, con ello, dar una clase magistral de literatura.
Hablaron de la importancia de los clásicos, del folletín decimonónico como base de la literatura contemporánea, del intento de disrupción que fue la nouveau roman, de la relación con sus editores, de las limitaciones expresivas de sus idiomas, de si se consideran artistas o artesanos de la palabra y de la creación de tramas, personajes y otras técnicas literarias, como la intriga, la cual dominan y quizá por eso, entre otras cosas, ambos atraen a muchos lectores. Por su habilidad en el uso de elementos como este suele decirse (los críticos suelen decir) que Lemaitre y Pérez-Reverte han sabido fusionar la literatura popular con la alta literatura, pero ellos no están de acuerdo con ese tipo de comentarios.
La verdad es que yo descubrí un poco tarde a estos dos autores. No leí a Pérez-Reverte hasta que en México La Reina del Sur se convirtió en un best seller. Me pareció una historia bien escrita, bien estructurada y, sobre todo, muy bien investigada (seguramente gracias a que antes de ser novelista fue periodista). Luego me adentré en su Territorio comanche y, además de disfrutar su prosa rítmica y descarada, tomé nota de algunas lecciones de reporterismo. No es uno de mis “autores de cabecera”, pero de vez en cuando me intereso por alguno de sus libros (el último que leí fue El italiano) y admiro la libertad de opinión que ejerce a diario sin importarle que los demás lo ataquen (bueno… cuando alguien es rico, famoso y cuenta con una extensa red de apoyo, se puede dar el lujo de olvidarse de lo políticamente correcto).
A Lemaitre, en cambio, sí lo he seguido más. Quedé deslumbrado con Nos vemos allá arriba, un retrato de la fractura social causada por la guerra (en los que combatieron en ella y en quienes los rodean) y, al mismo tiempo, un canto a la superación del ser humano. Por esta novela, en donde se mezcla el relato de aventuras, el drama psicológico, la crónica sociopolítica, el humor, la rabia y la compasión, Pierre Lemaitre obtuvo el prestigioso Premio Goncourt. Su trayectoria personal, además, no es “típica” de los escritores: estudió psicología, luego dio clases en escuelas de formación profesional para adultos y de literatura para bibliotecarios. No sólo hace libros, también guiones de películas y de series de televisión. Se nota mucho que antes de ser escritor fue un gran lector y cinéfilo. No dejen de leer libros suyos como Vestido de novia, Alex o Recursos inhumanos.
En todos ellos, por cierto, Lemaitre mantiene al lector enganchado a la historia a través de la creación de misterio, tensión y omisión de datos. Genera preguntas sobre los personajes o el argumento y así también crea en nosotros el deseo de hallar respuestas. ¿El protagonista logrará su objetivo? Y mientras resolvemos esa duda, el interés no se desvanece y surgen, incluso, nuevas tensiones. Abre y cierra expectativas a medida que avanza la trama, casi siempre con intrigas. A veces los lectores tenemos más información que los personajes, o al revés, pero lo importante es que cuando llegamos al final, no nos sentimos engañados. ¿Qué sería de la literatura sin la intriga?
En la conversación pública del otro día, Arturo Pérez-Reverte y Pierre Lemaitre se definieron como “unos niños que siguen jugando a disfrazarse y que le decimos al lector: ven a jugar con nosotros, acompáñanos en esta aventura”. También dijeron ser unos artesanos, “en el sentido de que estamos continuamente cincelando, puliendo y limando una forma expresiva…”, explicó Pérez-Reverte. “Lo peor para mí es la planeación de todo. Tengo que planear la estructura, los capítulos, los párrafos, los diálogos. Y luego están las correcciones, que son agotadoras. Porque yo escribo rápido pero edito despacio”, agregó Lemaitre, el exitoso autor francés que confía más en su trabajo que en su talento.
AQ