Pocas cosas más tristes que un plato vacío; la superficie redonda pide siempre llenarse, con o sin magia. El plato es el territorio del cuerpo y la esperanza: un asado de carne ceremonioso o una ensalada con su humor negro, no importa tanto. Lo importante es el plato lleno, saber a qué atenerse, qué porción me corresponde en el festín del mundo.
Plato que nos civiliza y nos permite comer erguidos, lejos del suelo, ni lengüeteando el piso, ni compartiendo las babas de la batea común. El plato nos da su lugar, también nos deja aislarnos, comer donde queramos con cierto derecho: ya no hay que enseñar los dientes al animal que nos quiere robar la presa, mi plato es mío y sólo a mí me corresponde. Todo un triunfo del individuo, el plato.
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Por eso la falta de concordia y la guerra misma pueden comenzar aventándose los platos. Porque el plato es frágil pero también es duro y difícil de volver a pegar: golpea y se rompe a la vez como los temperamentos neuróticos. Una de las mayores afrentas al otro puede ser robarle la comida del plato o el plato mismo, la violación de su espacio particular.
En el otro extremo, los amantes comparten el plato como muestra de amor, se alimentan juntos como una manera de experimentar el mundo desde el mismo lugar exacto. Casi fundirse o darse besos a través del alimento.
¿Por qué lavar los platos tiene algo de humillación? Siempre da la impresión de que quien lava los platos no comió o fue castigado por haberlo hecho. Pero hay quien lo disfruta, quien aprovecha para meditar e inventar cosas mientras friega y enjuaga: a fin de cuentas, el momento solitario de lavar los platos tiene su lado filosófico, el cochambre pegado a la olla se puede enfrentar como un problema existencial y el de lavaplatos es uno de los empleos más humildes.
Las mujeres traemos integrado el redondo primer plato en el que comerán nuestros hijos. A veces cuando son pequeños compartimos con ellos la comida, hasta que se asquean y se convierten en ellos mismos con su plato propio.
El plato que dibujan los nutriólogos, con sus porciones saludables y su equilibrio perfecto, suele ser como aquellas utopías impracticables que algunos admiran de lejos y en las que no vivirían ni aunque estuvieran locos.
Los platos desechables ahora son cuadrados y siempre dan una idea de almacenamiento; uno come en ellos como si empacara la comida para un viaje que ya hizo sin darse cuenta.
Platos de barro, de cristal, de loza fina, el plato de plástico de colores en que se sirve el taco callejero, la tortilla pura; a la hora de comer, la vida le reparte a cada quien su plato como una mesera ciega e irónica.
AQ