Pocas veces la masculinidad se ha visto tan vapuleada como en El silencio que nos une (Tusquets), la segunda novela de Pablo Berthely Araiza. Sus merecidos o inmerecidos prestigios amatorios, su mezcla de arrogancia y desparpajo, su estridente rebeldía, sobre todo a la edad en que cualquier paso se encamina hacia el futuro, estallan como burbujas de jabón frente a la violencia institucionalizada que alcanza por igual a hombres y mujeres.
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El silencio que nos une es una historia de bautismos dolorosos. Con irónica distancia, su protagonista, Carlos Arruza, evoca el año en que abandonó la niñez para instalarse abruptamente, y ya despojado de toda ilusión, en la edad adulta. También, pero ahora con filoso desencanto, evoca el escenario de esa infancia: un condominio de nueve casas al sur periférico de la Ciudad de México habitado por algunos turbios y nobles representantes de la clase media en la hora en que un candidato presidencial era asesinado y un guerrillero encapuchado publicaba poemas en un diario. Berthely Araiza dibuja más que un punto geográfico. Se trata de un microcosmos que obedece a las sinrazones que prosperaban en el país.
Avanzamos zigzagueando por dos escenarios. Por un lado, tenemos la tortuosa educación sentimental del protagonista, víctima de sus inseguridades y de su torpeza para comunicarse. Está enamorado de su vecina pero no sabe qué hacer con ese dulce veneno. ¿Quién diría que sus miedos atraerían su ruina? Por otro lado, tenemos un esbozo de las vicisitudes políticas que anunciaban la catástrofe colectiva. De este modo, El silencio que nos une entrelaza el destino individual y el destino nacional para arrojarnos a la cara una evidencia insoportable: ya en 1994 México acunaba y consentía a sus feminicidas.
Pablo Berthely Araiza huye de la estridencia. Prefiere sugerir antes que vociferar, crear líneas de sombra antes que cuadros expuestos. Nos hace creer que leemos una novela de formación —y por momentos lo es: el primer beso, el primer encuentro sexual, el primer revés tribal, los bucólicos paseos en bicicleta, la conciencia de la inocencia que va quedando atrás— cuando en realidad espera que nos hallemos inermes y mirando hacia otro lado al instante en el que aseste el puñetazo definitivo.
El silencio que nos une
Pablo Berthely Araiza | Tusquets | México | 2023