Sobre los hombros | Por Ana García Bergua

Husos y costumbres | Nuestras columnistas

Hay partes del cuerpo que, al descuidarnos, obran por sí solas en contra nuestra.

A la hora de escribir, los hombros se enroscan junto a la espalda como si se agacharan a pensar también. (Generada con DALL E)
Ana García Bergua
Ciudad de México /

Extraña parte que sostenemos a la par que nos sostiene, esos hombros cansados o entusiastas, provocadores y sensuales, que hacia adelante o atrás se desvencijan en perpetuo desequilibrio. Suelo tener los hombros caídos y aunque no crea estar agobiada, ellos sí, y a la hora de sentarme a escribir ya están enroscados junto a la espalda como si se agacharan a pensar también, o espían la pantalla de la computadora. ¡Arriba, atrás!, les digo y se enderezan como niños regañados, pero sólo un momento. No me dejan olvidarme de ellos, quedarme tranquila porque ya son mayores y se sostendrán solos, como otras partes del cuerpo que se olvidan y sin embargo siguen su trabajo, dedicadas y obedientes: hay partes del cuerpo así.

Si tuviéramos que acordarnos de respirar todo el tiempo, la vida sería un tormento, pero hay partes que al descuidarnos obran por sí solas en contra nuestra; los hombros se contracturan, se tuercen, se enroscan y opinan sobre lo nuestra vida aunque no queramos. El cuello piensa en los problemas de dinero; la espalda se joroba por el trabajo y las humillaciones de la mala suerte, pero los hombros, los que deberían sostenerlos, recordarles que a fin de cuentas estamos aquí sólo una vez, se descuadran o se caen. Es cierto que también esos hombros se echan para atrás en plan provocador, miran al cielo y ladran o se arriman a otros hombros para ayudarlos si los necesitan.

Hombros como percheros y percheros como hombros: a veces uno quisiera quedarse colgado en el armario y dormir el sueño de los fantasmas. Los tan hombros extraños y expresivos: se alzan indiferentes o, como muros, encubren las miradas y la indiferencia que se alza por encima de ellos; cargan a los héroes, a los trabajos honrosos, a las responsabilidades y a las culpas por igual. En la multitud se comunican con los otros hombros y a veces marchan a la par de ellos por causas distintas, militantes. Y también son sensuales; del cuello se deslizan como montañas suaves para dejarse besar y que los acaricien; al contrario de su talante duro que sostiene y carga, de repente se caen como con sueño y no dejan que la ropa se les quede puesta: los tirantes y las mangas parecieran caer solas, invitar a los juegos de la desnudez y la molicie. Se cree que en los hombres cargan y en las mujeres juegan, pero no es así. Así como los vemos, casi como arquitectura, las dos esquinas del raro edificio que somos, resultan extrañamente pasionales, como acantilados de hueso y piel; contrario a lo que pensaríamos, no se están nunca quietos.

Hombros rebeldes y desobedientes, con la espina dorsal forman la cruz que nos sostiene y no dejan que perdamos (del todo) la cabeza.

AQ

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