Sorolla en Chamberí

Café Madrid

Este barrio madrileño celebra la obra del “pintor de la luz”, uno de los más grandes artistas que ha dado España.

Obras de Joaquín Sorolla cuelgan a lo largo del barrio de Chamberí. (Europa Press)
Víctor Núñez Jaime
Madrid /

En estos días salir a dar una vuelta por la Villa y Corte puede ser contraproducente. Uno puede volver a casa deshidratado y medio achicharrado o, de plano, acabar en Urgencias por un serio “golpe de calor”. Pero, como nos quedó claro durante la pandemia, el confinamiento no siempre es la mejor opción. Así que uno se arriesga. El otro día se conmemoró el centenario del fallecimiento de Sorolla y, a última hora de la tarde, me fui a dar un paseo por el muy castizo barrio de Chamberí, pues en varios de sus edificios cuelgan durante estas semanas algunos de los cuadros del “pintor de la luz”.

Joaquín Sorolla fue un artista prolífico que dejó más de dos mil obras impresionistas e iluministas, pero que para muchos sólo era “el pintor de playas”. Nació en Valencia y, cuando apenas tenía dos años, se quedó huérfano porque sus padres fueron víctimas de una epidemia de cólera. Lo crió una de sus tías, muy pronto comenzó a hacer buenos dibujos y a finales del siglo XIX empezó a ganar concursos provincianos. Luego, mientras estudiaba a fondo el legado de Velázquez, fue introduciéndose en el mundillo artístico y, al mudarse a Madrid, su nombre comenzó a ser conocido, pues su cuadro La playa de Valencia, por ejemplo, ya estaba en una de las postales oficiales del Mediterráneo. Como también se ocupó de hacer “denuncia social” (la carestía, la falta de vivienda o de acceso a la educación), su popularidad no se limitó a las élites. Con el dinero que ganaba vendiendo sus lienzos pudo construirse una buena casa y un buen estudio en Chamberí (que ahora es un museo) y hoy se le considera el vecino más ilustre que ha tenido el barrio a nivel artístico.

Por eso ahora en estas calles se ha querido destacar la efeméride y varias reproducciones gigantes de sus obras acaparan la atención de los transeúntes. Refugiado en la sombra de un árbol, y sin parar de beber agua, vi con cuidado estampas de títulos como Paseo a la orilla del mar, Bajo el toldo, playa de Zaraus, Niñas en el mar o Primer Jardín de la casa Sorolla. Que en Madrid no hay playa (“vaya, vaya”) ya se sabe y, la verdad, obras como estas hacen que uno la añore la costa, la brisa y las palmeras.

Joaquín Sorolla, 'Playa de Valencia a la luz de la mañana'. (Wikimedia Commons)

En el Museo Sorolla, lleno de aparatos de aire acondicionado encendidos a su máxima potencia, se ha montado una exposición del autor, que es incompleta y ha sido nombrada de manera cursi. ¡Sorolla ha muerto! ¡Viva Sorolla! pretende mostrar la trayectoria del artista valenciano y madrileño adoptivo, pero no lo logra porque no es una retrospectiva hecha y derecha.

Resulta que este año también se conmemora el medio siglo de la muerte de Picasso y, claro, la mayoría de los reflectores de las autoridades culturales (y del público) están dirigidos a él. De todas formas, la bisnieta y gran especialista en la obra de Sorolla, Blanca Pons-Sorolla, se ha prodigado en la prensa diciendo una y otra vez que ya en 2009 se hizo una “estupenda exposición” en el Museo del Prado y que ahora lo ideal sería hacer la retrospectiva en Estados Unidos, “tal vez en la National Gallery de Washington, un museo que me gusta mucho”, dijo la señora que también se ha quejado por la enorme cantidad de falsificaciones de los cuadros de su bisabuelo que circulan por medio mundo.

Autorretrato de Joaquín Sorolla. (Wikimedia Commons)

Ya estando ahí, me dispuse a deambular por el elegante y fresco Museo Sorolla, donde no sólo se exhiben varios de sus cuadros, sino también sus muebles y sus utensilios de trabajo. La casa es una de las más completas y mejor conservadas de Europa y su jardín es uno de los rincones más tranquilos en medio de esta ciudad. Según el personal del museo, se ha conservado la decoración que distribuyó Sorolla y su familia por toda la estancia en 1911, cuando llegaron a vivir a este lugar. Así que más de mil cuadros conviven con el mobiliario y los objetos originales de la vivienda. Lo primero que uno ve es la selección de los lienzos más representativos de la evolución pictórica del señor de la casa, luego se accede al despacho donde se recibía a algunas visitas y clientes y enseguida al taller donde pasaba la mayor parte del día trabajando. Más allá está la sala, el comedor, la cocina y las habitaciones de la familia, en las que se distribuye una amplia colección de dibujos realizados por el pintor. Uno tarda poco en recorrer todo y, al final, no hay más remedio que irse para enfrentarse de nuevo al insoportable calor.

AQ

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