Un año | Por Ana García Bergua

Husos y costumbres

La autora viaja en el tiempo y reflexiona sobre todo aquello que hace no tanto tiempo se daba por sentado y ahora, no obstante, luce tan lejano.

Un instante de la marcha del 8M de 2020. (Foto: Patricia Curiel)
Ana García Bergua
Ciudad de mëxico /

Hace un año me alistaba para ir a la gran marcha del 8 de marzo; me puse una camiseta morada y un paliacate verde. Mi hermana y yo nos fuimos en metro y en el monumento a la Revolución nos unimos a un contingente de poetas. Nunca había visto tal cantidad de mujeres reunidas, de muy diversos grupos y orígenes, tantas juntas, furiosas y alegres a la vez. Tantas que perdimos al contingente, pero llegamos al Zócalo. Y el día 9 las amigas nos preguntábamos: ¿vas a hacer huelga? Yo no sabía si dejar de ir a dar mi clase y mi taller, lo consulté con mis alumnas y al final decidí que sí, iba a faltar. Si la ciudad debía saber lo que era un día sin mujeres, pondría (o quitaría) mi grano de arena.

Los medios hablaban del coronavirus y el presidente recomendaba darse abrazos, sería como una gripe fuerte. En la marcha nadie pensó en usar cubrebocas. Había que lavarse mucho las manos y ya.

Todavía esa semana viajé con ERA a Monterrey a la Feria del Libro para celebrar los 60 años de la editorial. Se empezaba a hablar de desinfectar cosas y en la farmacia del aeropuerto traté de comprar gel con alcohol pero se había terminado: me vendieron unas toallitas para las manos. En el avión nadie usaba cubrebocas; me dio un ataque de tos medio asmático por los cacahuates y me cubrí la cabeza con el suéter preocupada por mis vecinos, al parecer no les importó. En la Feria, gente y más gente, muchos amigos escritores y editores, alegres de reunirse y festejar sin otros temores que los consabidos, quejas por el calor, el dinero, por otras cosas. Todos sumergidos en aquel mar de concreción intensa, urdiendo más encuentros y proyectos. De regreso, unas mujeres volaron con cubrebocas puesto, imaginé que venían de Estados Unidos; limpié la mesita del avión con las toallas para las manos. Atribuí el catarro de esos días a los aires acondicionados.

El día 17 estábamos en confinamiento. Pasado el pasmo, con alumnos, maestros y talleristas empezamos a probar Zoom. De las marchas, los viajes, encuentros y abrazos pasamos a espiar los libreros de nuestros colegas, a conocernos en piyama con nuestras mascotas, a temer y llorar muertes. Miles de muertes, la violencia contra las mujeres en aumento, las redes un obituario interminable, la prensa nuestro zigzagueante oráculo.

Bueno, ¿y el 8, qué vamos a hacer el día 8? Se va a armar, me dice mi hija mayor; pero no podemos salir, sería un suicidio colectivo, le respondo. Será en las redes, no sabes la fuerza que tienen las redes; se van a organizar muchísimas cosas. La realidad se ha ampliado, en un año hemos entendido la fuerza de esta redealidad, un aire distinto en el que ya respiramos. Perdón que cuente todo esto, pero sigo sin poderlo creer.

AQ

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