Gimnasio Lupita, cuna de campeones que cerró tras pandemia del covid-19

Edición Fin de Semana

En el 32 de la Calzada Becerra, se erige el dicho inmueble, cuna de campeones del boxeo que gracias a la pandemia cerró sus puertas.

El arquitecto Alberto Navarrete, dueño del Gimnasio Lupita, posa para una foto en el patio del inmueble donde se ubica el Gimnasio Lupita. (Pedro Anza
Ciudad de México /

El escritorio del arquitecto Alberto Navarrete es lo único que permanece pulcro, en el edificio de tres pisos del número 32 de la Calzada Becerra, luego de más de 16 meses de haber cerrado el Gimnasio Lupita.

Ubicado en el corazón del emblemático barrio de Tacubaya, enfrente del mercado Becerra, el gimnasio cerró a principios de marzo de 2020 por la emergencia sanitaria.

En 1963, Francisco Navarrete Herrera, abuelo de Alberto, inauguró en este lugar un negocio de baños públicos, los Baños Lupita, al que a los pocos años, para fomentar el deporte en la comunidad, incluyó un área de entrenamiento de lucha libre, pesas y boxeo, deporte que ganó protagonismo rápidamente. Al paso del tiempo, el sitio comenzó a ser conocido entre la gente del barrio como el Gimnasio Lupita.

“No se entiende Tacubaya sin lo que son los Baños y el Gimnasio Lupita, espacio donde la gente que ahorita ya es mayor, estuvo de niña, o se venía a bañar o a entrenar al gimnasio”, cuenta el Arqui, como apodan a Alberto los boxeadores que entrenan en el lugar.

El timbre de un teléfono antiguo irrumpe de vez en cuando en la quietud del despacho; detrás del escritorio hay cajas, papeles, láminas, hules y collages fotográficos de los ídolos del gimnasio: boxeadores famosos que desfilaron en su juventud por aquí. Son más de diez meses desde que el lugar está inactivo. Alberto viene unas cuantas veces a la semana a limpiar y ordenar.

Mientras subimos las escaleras para visitar el ring y el sitio donde alguna vez funcionaron los baños, me cuenta la historia del lugar: “El gimnasio ha pasado por varias etapas, desde los tiempos gloriosos, donde estaba el Cuyo Hernández con todos sus campeones, la época de oro del Gimnasio Lupita, sin discusión. Se acabó el boxeo de ese tipo, donde había un solo campeón en el mundo, nada más; ahora hay campeones mundiales en cada país”.

Al descorrer una puerta corrediza atrancada con un trapeador, queda al descubierto el gimnasio. Se entra con paso reverente, como si se ingresara a una capilla: el lugar reposa en un silencio demasiado largo y desacostumbrado. En 57 años de historia nunca se vio así de desolado, pero conserva la atmósfera del pugilismo popular capitalino; un olor a cuero y sudor mezclado con sangre impregna las paredes.

Los costales y las peras están en su mayoría descolgados, las escupideras secas. Un mural de la Virgen de Guadalupe y las caras en blanco y negro de boxeadores como Carlos Zárate o Guadalupe Pintor esperan, desde las paredes, en guardia eterna, el reacomodo y la reapertura.

“Los boxeadores del Lupita son muy entrones, gente que va para adelante, que no se rinde”, dice el arquitecto Navarrete, quien sin embargoes partidario de un estilo más técnico, uno como el que representa -para Navarrete- Ricardo Finito López, formado en el Lupita.

“Yo quisiera que la gente que viene aquí fueran personas como el Finito, que siempre fue muy disciplinado. El boxeo es un arte. Aquí los del gimnasio son corazón, por ponerle una palabra que se pueda decir, salen y dan todo. Estoy tratando un poquito de influir en ellos, en el sentido de que, ‘oye, el boxeo es que tú le des y que no te den’. Aquí en México la gente no le gusta el que golpea y se mueve; no, “es que es correlón”, dicen. El concepto de la gente es que me tengo que quedar parado y los dos nos tenemos que matar el uno al otro. Eso no es el boxeo”.

Un torrente de nombres salen de la boca del arquitecto Navarrete, si de boxeadores surgidos del Lupita se trata: Carlos Zárate, José Guadalupe Pintor, Alexis Argüello, Rafael Bazooka Limón, José Luis La Gringa Zepeda, Genaro León, el Vaquero Navarrete, el Coreanito Mateos y, más recientemente, Dante Crazy Jardón y Anthar Sosa. Este último, Anthar, fue designado por el legendario entrenador del Gimnasio Lupita, Enrique Profe Morales, para sucederlo como entrenador y manager del lugar.

SEGUNDO ROUND

Una tenue luz se cuela por las rendijas de la ventana del gimnasio provisional de Anthar en la parte superior de su casa en la colonia Tepeaca de la alcaldía Álvaro Obregón.

Al ritmo de un disco de salsa caribeña, los jóvenes se intercalan el pequeño espacio aprovechándolo en una coreografía precisa y cronométrica: unos alternan el entrenamiento de velocidad con el de fuerza, pasan de practicar combinaciones en los costales a hacer sombra con pesas en la mano; otros trabajan la coordinación y la condición pegándole a la pera fija y saltando la cuerda.

Sus edades rondan entre los 15 y los 22 años, siete u ocho son los más constantes; algunos de ellos ya boxeadores profesionales, como Antonio Tony Montana y Javier Coquitas Navarro. Al primero lo caracteriza su disposición y terquedad, al segundo su estilo nato y elegante. Otros están próximos a debutar, como Diego Armando Barrios, quien reúne la serenidad y la templanza para mantener la puntería en los puntos álgidos de la madriza. Algunos más consolidan firmes sus primeros pasos en el boxeo amateur; es el caso de Fabián Tobar El Nenuco y Leonardo Marín. Todos miran a Anthar con respeto y admiración.

TERCER ROUND

La carrera de Anthar como boxeador profesional ascendía a paso veloz: campeón absoluto de los Guantes de Oro en 2009, campeón absoluto en la Arena México y subcampeón del Cinturón de Oro en el Salón José Cuervo en Polanco. Triunfador en sus 18 peleas profesionales, comenzaba a estabilizar su vuelo midiéndose con pugilistas que hoy son boxeadores de renombre. Lo caracterizaba un poderoso upper y el hecho de ganar la mayoría de sus peleas en el cuarto round, de ahí el nombre de su negocio: El Cuarto Round, un restaurante de comida corrida en la colonia Mixcoac.

Tranquilo, de carácter amable y sobrio, dentro del ring era un feroz noqueador, un fajador al puro estilo mexicano. Un día, saliendo del entrenamiento en el Gimnasio Lupita, tuvo un accidente en su motocicleta, un camión de la Ruta 46 lo arrolló en la esquina de Calle 10 y Periférico.

Después de despertar de un coma de 20 días, tras una fractura expuesta de cadera, traumatismo en el cráneo y múltiples operaciones, incluido un injerto de placa de titanio en el pómulo derecho y una cirugía en la que le redujeron metro y medio de intestino, la prometedora carrera boxística de Anthar Sosa frenó de manera súbita.

“Mi vida cambió bastante, yo era un campeón, era un atleta de alto rendimiento, y de un día a otro estoy en cama, sin poder mover piernas, brazos. No podía comer, no podía bañarme, no podía ir al baño, todo me lo tenían que hacer; un médico me dijo que no iba a poder caminar dentro de seis años. Mi papá me decía que usara el bastón, que usara la andadera, la silla de ruedas, y yo no quería usar nada de eso, porque me sentía inútil. A los dos meses ya estaba yo caminando bien, a los tres meses ya estaba trotando y a los seis meses ya estaba yo corriendo”.

Así, en un prodigioso “¡levántate y anda!” y contraviniendo el influjo potencialmente hipnótico de los diagnósticos médicos que sentenciaban, mas que advertir, un destino hostil e irreductible, como el toro sangrante y moribundo que sigue aferrado a su corneo, Anthar se puso en pie y siguió su derrotero. Aunque de vez en cuando participa en peleas de exhibición, enfoca su energía y tiempo, principalmente, en formar futuros campeones.

“Dejar de luchar es comenzar a morir”, dice un tatuaje en el brazo derecho de Anthar. Al sonido del timbre, los jóvenes boxeadores se acomodan en torno a su entrenador para recibir instrucciones del siguiente ejercicio. Lo escuchan en un silencio reverente, como honrando con su atención plena un linaje no expresado, una cadena maestro-discípulo que remontara a los primeros boxeadores del mundo. Lo observan con los mismos ojos que el niño Anthar veía a su maestro, Eduardo Profe Morales, intentando develar un secreto.

CUARTO ROUND

El futuro del Gimnasio Lupita parece estar en jaque. En el solitario inmueble de la Calzada Becerra 32, el arquitecto Navarrete espera la luz verde de las autoridades capitalinas para la reapertura. Acomodarse a las medidas sanitarias para proseguir con el entrenamiento es difícil dentro del inmueble. La mayoría de los jóvenes que aquí entrenan, poco más del 50 por ciento, tiene como mira la profesionalización. En aras de ello el contacto físico es irremediable.

“La mayoría viene a ser competitivo, entonces tiene que hacer sparring. No vamos como en otros gimnasios, no voy a decir nombres, donde es más “llevo mis pants bonitos y me estoy luciendo”. Aquí vienen a los chingadazos, aquí vienen a ser competitivos y para eso hay golpes”, dice Navarrete.

Aun así, el arquitecto vaticina para tiempos venideros, y no muy lejanos, la formación de un nuevo campeón mundial. ¿Será uno de los jóvenes que hoy entrenan con Anthar un candidato al puesto?


  • Pedro Anza
  • Pedro Anza estudió Antropología Social e incursionó en el cine. Ha colaborado con diferentes medios, como fotógrafo, videógrafo y escribiendo crónicas, cubriendo temas nacionales e internacionales.

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