En la lucha contra el cambio climático, las empresas juegan un papel fundamental, sobre todo porque 92 por ciento de ellas, a nivel mundial, consideran la reducción de las emisiones atmosféricas como una prioridad urgente; pero más allá de adoptar prácticas sostenibles en sus procesos de producción, es crucial que inviertan en la conservación de la naturaleza. Esta dualidad no solo responde a una necesidad ética y moral, sino que también se convierte en una estrategia inteligente y proactiva para enfrentar los desafíos climáticos que vivimos hoy.
Adoptar prácticas sostenibles es un paso esencial, así como reducir las emisiones de carbono, minimizar el uso de recursos naturales y promover la eficiencia energética; sin embargo, estas medidas, por sí solas, no son suficientes para abordar una crisis de esta magnitud y limitar el aumento de la temperatura media global para no superar la barrera de los 1.5ºC al 2030.
La conservación de la naturaleza ofrece una solución complementaria y poderosa. Los ecosistemas saludables actúan como sumideros de carbono, absorben y almacenan grandes cantidades de CO2 y ayudan a mitigar los efectos del cambio climático. Además, la preservación de hábitats naturales protege la biodiversidad, algo crucial para mantener el equilibrio de los ecosistemas y garantizar la estabilidad de los servicios ambientales de los que dependemos.
Cuando invierten en la conservación de la naturaleza, las empresas contribuyen a proteger el medio ambiente y también aseguran su propia resiliencia y sostenibilidad a largo plazo. Los beneficios son diversos: desde la mejora de la reputación hasta la reducción del riesgo de impactos ambientales negativos en la cadena de suministro. Adicionalmente, estas inversiones pueden abrir nuevas oportunidades de negocio en sectores como el ecoturismo o la bioeconomía.
Por ejemplo, para 2050, se necesitarán 300 millones de hectáreas adicionales de tierra para satisfacer la creciente demanda de productos agrícolas, a menos que la agricultura se convierta en un proceso sostenible de largo plazo, que represente un cambio en las prácticas habituales de gestión de la tierra.
Es importante decir que la responsabilidad corporativa no debe limitarse a mitigar los impactos ambientales directos de las operaciones empresariales; es esencial que las organizaciones establezcan objetivos científicamente fundamentados que ayuden a prevenir los impactos del cambio climático, fomenten el crecimiento sostenible de los negocios y demuestren compromisos tangibles ante consumidores cada vez más conscientes.
Las empresas tienen la responsabilidad y el potencial de liderar el cambio hacia un modelo económico más sostenible y justo. Esto implica reducir su propia huella ambiental, pero también contribuir de manera significativa a la conservación y restauración de los ecosistemas.
En este sentido, es alentador ver que cada vez más empresas reconocen la importancia de invertir en la naturaleza como parte integral de su estrategia de sostenibilidad. Desde la reforestación y restauración de ecosistemas degradados hasta la protección de áreas naturales clave, estos proyectos están marcando la pauta para un nuevo paradigma empresarial en el que la rentabilidad económica va de la mano con el respeto por el medio ambiente y la sociedad.
La adopción de prácticas sostenibles en los procesos de producción es crucial, pero no suficiente para abordar los desafíos climáticos actuales. Las empresas deben ir mucho más allá y comprometerse activamente con la conservación de la naturaleza. Esta inversión no solo es una necesidad urgente, sino también una oportunidad para construir un futuro más próspero y sostenible para todas las personas.
DJR