El poder del estoicismo de Reina Isabel II y Anna Wintour

FT MERCADOS

La Reina del Reino Unido y la editora de Vogue comparten la misma estrategia: la mística de no decir nada y mostrar muy pocas emociones.

La Reina del Reino Unido y la editora de Vogue durante el desfile del diseñador Richard Quinn
Jo Ellison
Ciudad de México /

He pasado los últimos días en compañía de algunos tipos fuertes y silenciosos —no en la vida real, entiendes, que se ha llenado con la cacofonía habitual—. Pero las cualidades de estoicismo, reserva y servicio silencioso son muy discutidas en dos libros que acaban de publicarse. El primero, The Palace Papers, de la exeditora de revistas y escritora Tina Brown, recorre 20 años de alborotos en el seno de la casa de Windsor para ofrecer un veredicto sobre la salud de la casa real británica. El otro, una biografía de la editora reinante de Condé Nast, Anna Wintour, escrita por Amy Odell, trata de comprender la formación de una de las mujeres más poderosas de los medios de la época moderna, quien es tan obstinadamente inescrutable detrás de sus característicos lentes oscuros como cualquier reina.

“El misterio de la realeza se preservó con la máxima: ‘Nunca te quejes, nunca te expliques’”, escribe Brown en un capítulo inicial antes de pasar a describir, a lo largo de más de 400 páginas, qué es lo que mueve a los Windsor. La gran conclusión es que la Reina Isabel II rara vez muestra franqueza, evita la confrontación emocional, especialmente dentro de su familia, y tiene un sentido del deber que se expresa a través de un sacrificio absoluto de sí misma.

“La Reina opta en público por mostrar muy pocas emociones”, escribe Brown, que pasó dos años entrevistando a decenas de conocidos de la realeza, antiguos empleados, políticos y actuales sirvientes de la casa real para producir un apasionante retrato de la vida doméstica más bien burguesa y banal de los Windsor. “Nunca estamos cansados, y a todos  nos encantan los hospitales”, comenta la reina María, abuela de Isabel II, sobre la agenda real, que dirige un séquito de sirvientes reales que parecen interesados principalmente en acrecentar su propia influencia.

Todo el mundo tiene mucho que decir sobre la Reina, pero al ser una de las monarcas más longevas de la historia, pocos cuestionan su compromiso con el cargo. Su familia se ha visto envuelta en sucesivos escándalos, pero ella se mantiene firme. “Su estoicismo épico ha llegado a significar la resistencia de la nación”, escribe Brown. “El poder del silencio real es la máxima mística de la monarquía”.

Wintour adoptó una estrategia similar en su ascenso. El libro de Odell, un gran estudio pero en última instancia superficial de la editora de Vogue, hace frecuentes referencias al implacable comportamiento de Wintoura su discreto profesionalismo y al hecho de que nadie puede entenderla realmente. Al igual que la Reina, Anna Wintour tenía un padre poderoso (Charles Vere Wintour, editor del periódico londinense Evening Standard), y al igual que la Reina, académicamente no era alguien brillante. Al igual que la Reina, nació en un entorno privilegiado. Y como la Reina, siempre ha utilizado el silencio para consolidar su poder.

“Ella no quería formar parte de un grupo que ya existiera”, recuerda un amigo del colegio de Wintour en sus años adolescentes, antes de los lentes oscuros, pero ya con el pelo corto. “Quería estar en su propio aire enrarecido... eso es parte de la mística”, dice.

Ah, la mística femenina. El poder de no decir nada. Me resulta un poco deprimente pensar que dos de las mujeres más famosas del mundo siguen siendo atractivas solo porque se mantienen silenciosas. Tal vez sea sintomático de nuestra debilidad británica por las mujeres frías y gobernantes que pueden reprendernos para que nos superemos. La Reina Isabel II parece vivir en un estado de éxtasis frugal, negándose a sí misma cualquier placer o expresión personal excepto cuando se comunica con un caballo. Se dice que los silencios sísmicos de Wintour provienen de la timidez, aunque, como escribe Odell, los emplea con la misma frecuencia para seducir y/o intimidar.

“AL IGUAL QUE LA REINA, WINTOUR NACIÓ EN UN ENTORNO PRIVILEGIADO. Y COMO LA REINA, SIEMPRE HA UTILIZADO EL SILENCIO PARA CONSOLIDAR SU PODER”
Jo Ellison, editora de FT

En fin, todo suena tan controlado y aburrido. Yo no podría ser la Reina. Una existencia tan agotadora de hacer cortes de listón, parecer neutral y ser cuidadosa me causaría un deterioro irreparable del habla por tener que morderme la lengua. Tampoco, si el libro de Amy Odell sirve como guía, me apetece mucho ser Wintour, que debe estar agotada de tanto desgastar y administrar a todos esos emisarios para comunicar su voluntad.

Un exclusivismo tan gélido es terrible cuando se considera la política del lugar de trabajo moderno, pero en los últimos años la glacial Wintour empezó a descongelarse. El libro de Odell hace hincapié en el momento de humanización que siguió a la elección de Donald Trump, cuando Anna Wintour convocó a todo el mundo a la oficina a primera hora de la mañana, pronunció un discurso y luego rompió a llorar.

Y hace dos semanas, bajo la mirada de la publicación de Odell, reinó sobre su baile anual. La Met Gala, un evento para recaudar fondos para el Metropolitan Museum of Art’s Costume Institute (Instituto del Vestido del Museo Metropolitano de Arte), que Wintour preside desde la década de 1990, ha elevado tanto su prestigio que el primer lunes de mayo es conocido por algunos como el “Día de Anna Wintour”. Según Odell, su administración parece un truculento juego de poder entre las exigencias de las celebridades, el micromanagement (microgestión) y la agresión pasiva sobre la que Wintour controla todo, desde los vestidos hasta las flores. Es la máxima expresión de su soberanía, pero aunque su control en Condé Nast se ha profundizado e intensificado desde su llegada en 1988, algunos dirían que el imperio que domina se ha hecho más pequeño y menos impactante con cada década que pasa.

Al igual que la Reina, Wintour ha atravesado una época de cambios y alborotos extraordinarios. Y al igual que la Reina, sonríe y lo soporta: Wintour no se va a ninguna parte. El pasado 2 de mayo por la noche, ofreció una rara sonrisa a los fotógrafos y cambió sus lentes oscuros por una tiara. Y, de acuerdo con su naturaleza estoica, no dijo nada.


GAF

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