La derecha pintada de rojo

Ciudad de México /
LUIS MORALES

Cualquier rufián puede enarbolar causas nobles. Esta verdad de Perogrullo define muy claramente la dictadura de Nicolás Maduro, un tiranuelo vociferante y ramplón que enarbola los ideales de la izquierda democrática, pero en los hechos se comporta como un émulo de Mussolini. Su empeño por desconocer la voluntad del pueblo venezolano, que según las actas exhibidas por la oposición le dio una victoria aplastante a su adversario Edmundo González Urrutia (el chavismo nunca exhibió pruebas de su victoria), se ha vuelto una piedra en el zapato para los gobiernos igualitarios de América Latina. Sólo el presidente chileno Gabriel Boric denunció desde el primer momento el escandaloso fraude. Lula, Petro y López Obrador pidieron a Maduro que exhibiera las actas del proceso como requisito para reconocer su triunfo, y como eso nunca sucedió, los dos primeros ya se distanciaron claramente del usurpador. Tal vez debieron pintar su raya mucho tiempo atrás, pero al menos se deslindaron a tiempo de un régimen que amenaza con enlodar a toda la izquierda. La presidenta de México, en cambio, ha mantenido una posición ambigua y taimada, que en los hechos contribuye a mantener el statu quo de Venezuela. Tal parece que la impostura ideológica es un lazo de familia muy fuerte. 

El 18 de diciembre Claudia Sheinbaum calificó de “progresista” la tiranía sanguinaria de Maduro, sin importarle que sus esbirros hayan asesinado a 9 mil 480 opositores, según las cifras de la ONG Provea, y la semana pasada, para justificar la asistencia de nuestro embajador en Caracas a la toma de posesión, argumentó que la solución al conflicto postelectoral “depende solamente del pueblo venezolano”, como si no hubiera manifestado ya su voluntad en las urnas. Se alineó así con los dictadores de Cuba y Nicaragua, los únicos mandatarios del hemisferio sur que avalaron la usurpación, si bien ellos apoyan abiertamente a su congénere, mientras que Sheinbaum lo respalda con tapujos. Su espaldarazo al tirano progresista demuestra que existe una afinidad profunda entre la 4T y la izquierda autoritaria del continente. ¿Pero se puede ser izquierdista y autoritario a la vez? ¿Cuál es la verdad oculta bajo ese oxímoron?

Los partidos gobernantes de Brasil y Chile, al igual que el peronismo argentino, han acreditado ya su compromiso con la democracia, entregando el poder cuando pierden elecciones. Para esas fuerzas políticas el pueblo es una pluralidad compleja cuya voluntad tienen que acatar, los favorezca o no. Morena, en cambio, comulga plenamente con los gorilatos de Cuba, Nicaragua y Venezuela, es decir, con dictaduras que pretenden representar a la totalidad del pueblo y se aferran al poder con uñas y dientes, aunque hayan llevado a sus pueblos a niveles de hambruna. Tras haber cooptado a los consejeros del INE, nuestra derecha pintada de rojo ya cometió un fraude electoral de gran calado: agandayarse 20 por ciento más de las curules que le dio la voluntad popular, para imponer un paquete de reformas constitucionales que le hubiera encantado a Díaz Ordaz: golpe a la autonomía del poder judicial, ampliación de los delitos que ameritan prisión preventiva oficiosa,  entrega de la seguridad pública a los militares, desaparición de todos los órganos autónomos y modificaciones a la ley del INE que suprimirán las diputaciones plurinominales, devolviéndonos al sistema político de la dictadura perfecta. 

Si Morena creyera que puede lograr un sólido crecimiento económico y distribuir mejor la riqueza, no hubiera necesitado demoler las instituciones democráticas: le bastaría gobernar con inteligencia y honradez, en vez de recurrir a la compra masiva de votos para congraciarse con sus clientelas. Pero como la economía va en picada, porque López Obrador casi duplicó la deuda externa con tal de ganar la pasada elección, y tarde o temprano los disparates económicos del populismo repercutirán en el bolsillo de sus clientelas, desde ahora la camarilla gobernante sigue los pasos de Maduro, para que nadie pueda sacarla del poder cuando termine su luna de miel con el pueblo.

En 1976, 1982 y 1994, el régimen corporativo del PRI llevó al país a tres catástrofes financieras que hundieron en la miseria a millones de mexicanos. Sólo la última fue causada por la tecnocracia neoliberal: las dos primeras corrieron a cargo de gobiernos populistas muy similares al que ahora explota la amnesia o la ignorancia de la gente. Lo más desolador para la juventud politizada de entonces era no poder castigar en las urnas las tropelías de una cleptocracia inepta y podrida. Quizá los jóvenes que no vivieron la etapa más decadente del antiguo régimen carezcan de perspectiva histórica para percibir este claro retorno a la dictadura de partido. Ignoran lo que significa padecer un mal gobierno y no podérselo quitar del cuello, pero pronto lo descubrirán.


  • Enrique Serna
  • Escritor. Estudió Letras Hispánicas en la UNAM. Ha publicado las novelas Señorita México, Uno soñaba que era rey, El seductor de la patria (Premio Mazatlán de Literatura), El vendedor de silencio y Lealtad al fantasma, entre otras. Publica su columna Con pelos y señales los viernes cada 15 días.
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