“Soy fajador en el amor y bailé de todo”: Porfirio Muñoz Ledo

Entrevista

“Más sabe el diablo por diablo, que por viejo”, revira el diputado presidente a quienes lo definen como “el domador” del Palacio de San Lázaro”; también relata sus episodios como alumno aplicado y boxeador.

Sus autores favoritos son Gabriel García Márquez, Jean-Paul Sartre y Honoré de Balzac. (Jorge Carballo)
Fernando Damián
Ciudad de México /

Ex candidato presidencial, dos veces secretario de Estado, dirigente nacional de dos partidos políticos, embajador de México ante las Naciones Unidas y la Unión Europea, el hoy presidente de la Cámara de Diputados, Porfirio Muñoz Ledo, se declara “libro abierto” en conversación con MILENIO y relata sus episodios como el alumno más aplicado, boxeador por autodefensa, totalmente mozartiano y campeón de baile.

Admite sin disgusto la definición de “domador de la Cámara de Diputados” con que algunas voces lo han señalado y asegura, de buen humor a sus 85 años, que “más sabe el diablo por diablo, que por viejo”.

Protagonista del parteaguas que para la transición significó la escisión del PRI y la conformación del Frente Democrático Nacional al lado de Cuauhtémoc Cárdenas hace 30 años, Muñoz Ledo se identifica como un hombre romántico, así como “fajador en el amor” desde siempre y hasta siempre.

¿Qué le ha dado la mayor satisfacción en su trayectoria política?

Varias cosas. Son, diría yo, aquellas actividades en las que te has sentido muy a gusto, muy en tu salsa; otras, en las que ha tenido que vencer dificultades máximas; una enormemente atractiva para mí fue la embajada de México en las Naciones Unidas, estaba como en una montaña rusa. Llegué y a los cuatro meses me nombraron miembro del Consejo de Seguridad, yo no iba a eso, pero me metí y luego me metí a las cosas económicas, fui líder de los 77; ¿qué quedó de eso?, una memoria y un esfuerzo. Que haya evitado una guerra, no, pero sí atrasé una: la guerra Irak-Irán.

Y ahora le toca estar aquí en la Cámara de Diputados frente a una oposición minoritaria, pero incisiva; ¿cómo se definiría como diputado presidente?, por ahí hasta le llamaron el domador de la Cámara de Diputados...

Bueno, porque llegué y había un gran desorden y, además, porque más sabe el diablo por diablo, que por viejo.

Aquí lo que más se aprecia de esta definición es que se percibe que la cámara ha sido muy desordenada, tanto en su régimen interno, en su sistema de trabajo parlamentario, como en su administración y uso de recursos públicos. Tú puedes trabajar tres años en la cámara con mucha definición y no acabas de reorganizarla, pero sí queremos dejar una cámara trabajadora, puntual, seria, representativa y honorable.

¿A qué edad, en qué momento de su vida se percató de que quería dedicarse a la política?

Bueno, yo era estudiante de secundaria, mis padres eran maestros, yo leía muchas cosas sobre historia de México y un día un maestro se puso a preguntarnos, y bueno, yo sabía abrumadoramente más que los demás; me dijo “tú dedícate a la política”, me eché para atrás, pero finalmente lo hice.

Mis padres eran profesores de las escuelas a las que yo iba, que estaban a 500 metros de donde vivía; iba con mi madre, me dejaba en la puerta de la escuela y después regresaba por mí, las maestras eran amigas de mi mamá, yo vivía en un gremio de profesores, totalmente dedicado al estudio.

¿Y a qué jugaba, diputado?, ¿trompo, balero, resortera?

No. Yo era más débil, entonces yo jugaba juegos de habilidad, y cuando pude boxear, me dediqué al boxeo como una forma de autodefensa. Amateur, claro, nunca cobré por una pelea. Era mosca junior.

¿Fajador?

En el amor, fajador. Desde siempre y hasta siempre.

¿Qué aprecia más de su biblioteca?

La verdad es que lo que más aprecio es lo que he organizado. Lo que más me choca es la parte que no he organizado, porque organizar es leer y organizar es conocer. Hay la parte de arte, que está muy bien ordenada y me encanta verla. En cambio, la que tengo sobre el escritorio es una montaña.

A mí me gusta y me quiero dedicar a organizar, y tengo que decidir si termino y la regalo, no lo sé, todavía no he decidido, pero ya me anda por decidir, sí, porque esto no es eterno.

Entiendo que donó parte al Archivo General de la Nación…

Todo. Al Archivo General de la Nación todo se ha mandado. Yo iba de una casa a otra, viajaba, dejaba mis cajas, hay una bodega, hasta que se volvieron una obsesión mis cajas; entonces, dos o tres personas, incluyendo a mi hija, distinguieron libros de documentos, hasta que el último se fue, y un día mi hijo, que es embajador, me dice “papá, ¿no tienes mi acta de nacimiento?, porque yo no la tengo?”, y le dije “¡está en el Archivo General de la Nación!, qué bárbaro”. Es una anécdota.

¿Su autor favorito?

Porfirio Mu… ¡no, estoy bromeando!… Es obvio que, para mi generación, de los autores de habla castellana, es el Gabo García Márquez el que nos pescó todavía muy jóvenes, pero nosotros estuvimos muy metidos en la literatura universal: de Francia prefiero a Jean-Paul Sartre, prefiero a algunos muy conocidos, pero ya en desuso allá, como Honoré de Balzac, por ejemplo.

Ahora estoy leyendo un libro que tengo abierto en mi escritorio, curiosamente sobre la historia de los constituyentes mexicanos.

¿Y qué me dice de sus gustos musicales?

Yo soy mozartiano, totalmente, pero en la vida mi otra vocación fue el baile. Yo aprendí a bailar muy chamaco. Yo fui bailarín, bailé de todo. Es más, les gané. Siendo presidente del PRD, gané el concurso nacional del PRD de baile, porque los obligué a bailar de todo. Todo era salsa, salsa, salsa, y les dije “no, a mí no me hacen una comida de un solo plato”, a ver, pongan paso doble, tango, mambo, vals, aprendan.

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