Estados Unidos invadió Irak en marzo de 2003 so pretexto de frenar el desarrollo de material nuclear que, el entonces dictador, Sadam Husein alentaba.
Tras la operación militar, Husein fue derrocado, sentenciado por crímenes de lesa humanidad y finalmente ahorcado en 2006. Las armas nunca fueron encontradas, pero Irak quedó sumido en un letargo bélico que profundizó las divisiones étnicas y religiosas entre sunitas y chiitas.
Antes de eso, hubo un momento en el que una fracción iraquí creyó, o se obligó a creer, que la llegada de “amigos” americanos era el punto final a décadas de corrupción y violencia.
Ningún sueño ha sido más equivoco.
Ahmed Saadawi (Bagdad, 1973) pertenece a ese grupo de iraquíes que pensó en quedarse. Soportó los estragos de una guerra sin sentido para luego ver erosionada la fe en la tranquilidad y la prosperidad. Acaso, ¿es la violencia un medio para aniquilar la violencia?
Con una prosa ágil, divertida y profunda, Ahmed pone contra las cuerdas el mito del bien y el mal en una hilarante y trágica sátira humana. Los hombres no son buenos ni malos y si es así, entonces, no existen víctimas ni victimarios. Qué deseo no nace profundo, cuando se trata de venganza.
Frankenstein en Bagdad (Libros del Asteroide, 2019), ganadora del Premio Internacional de Ficción Árabe 2014, originalmente publicada en 2013, narra la historia de Hadi; ropavejero y bufón cuya observación acerca de la piedad islámica lo lleva a recolectar sobrantes de las explosiones y atentados. Son piernas, manos, ojos… caras que pertenecieron a alguien y que un buen día toman una existencia, si acaso humana. Este ser, remendado a partir de los sufrimientos bagdadíes, colapsa la vida y las creencias de un pueblo sumido en el caos de las explosiones y el misticismo político.
Ambientada en e Irak de 2005, Frankenstein en Bagdad logra capturar el deseo, la convicción y la humanidad de cada uno de los seres que la habitan. Es un novela que intenta y logra mostrar las vísceras de un conflicto en el que no caben las posiciones maniqueas. Sobretodo es una novela sobre la pérdida, sobre el amor y la venganza del perdón.
Conciso en cada capítulo a lo largo de 325 páginas, Ahmed Saadawi hilvana la vida de una viuda cristiana, un periodista perseguido, el mentor de éste, reflejo de éxito y la desgracia; la vida triste y solitaria de Hadi, dos codiciosos rivales, un exoficial del régimen en decadencia y un vidente que fracasa.
A diferencia de Mary Shelley cuya obra versa sobre el hombre desafiando a la divinidad en la creación, Ahmed Saadawi teje un relato omnisciente sobre el sufrimiento, la nostalgia por aquellos que ya no están y la pérdida.
¿Los hombres matan por qué deben o por qué pueden?
Yo creo que los hombres matan cuando “pueden”, porque creen que “deben”
A continuación Milenio reproduce un fragmento íntegro de la novela finalista del Man Booker International 2018.
@Trineandolibros
***
10. El Como-se-llame
—Uno, dos, probando...
—Está grabando.
—Ya lo sé. Uno, dos, probando...
—Cuidado con las pilas.
—Por el amor de Dios, cállate de una vez. Uno, dos... Sí. »No tengo mucho tiempo. Quizás el cuerpo se me descomponga antes de terminar. Quizás muera de noche en algún callejón sin haber cumplido la misión que me ha sido encomendada. Soy como esta grabadora que un periodista desconocido ha dejado a mi progenitor, a ese pobre trapero. Como estas pilas, tengo las horas contadas. No me queda mucho tiempo. No es suficiente.
»Pero ¿es realmente Hadi mi progenitor? No, él es un medio de la voluntad de mi verdadero padre, que está en el cielo, como diría mi madre, la pobre Elisua. Pobre Elisua. Pobres todos. Yo soy la respuesta a la llamada de esta pobre gente. Soy el salvador, el redentor, el que todos esperaban, al que todos quieren, en el que todos confían. El oculto engranaje, oxidado por el desuso, se ha puesto en marcha. El engranaje de unas leyes naturales que no siempre prevalecen. Las voces de las víctimas y de sus familias se han unido para activar, con su impetuosa energía, el mecanismo secreto que mueve las entrañas de la oscuridad y me ha engendrado. Yo soy la respuesta a la súplica de erradicar la injusticia y castigar a los culpables.
»Me vengaré, con ayuda de Dios y del cielo, de todos los criminales. Impartiré justicia en la Tierra. Ya no habrá que esperar, larga y dolorosamente, a que la justicia llegue en el cielo o tras la muerte.
»¿Podré cumplir mi misión? No lo sé. Pero al menos intentaré aplicar la ley del talión. Vengar a los inocentes que no tienen otro poder que sus almas sedientas de venganza.
»No me importa si los humanos me escuchan o no. No estoy aquí para ser conocido. No obstante, para que mi misión no se malinterprete ni sea más ardua de lo que ya es, me veo obligado a emitir este comunicado. Me han convertido en un asesino, en un sanguinario. Me han equiparado con aquellos sobre los que ejerzo venganza. Es una gran equivocación, pues el deber moral exige defenderme, estar de mi lado, a favor de la justicia en este mundo corrompido por la ambición, la locura, el poder y la insaciable sed de muerte y sangre.
»No pido que se empuñen las armas a mi lado, ni venganza de los criminales en mi nombre. Solo quiero que me allanéis el camino. No temáis cuando me veáis. Me dirijo a la gente pacífica y de buen corazón. Os pido que me apoyéis, que alberguéis en vuestro pecho el deseo de que pueda vencer, cumplir mi misión antes de que el tiempo se esfume y se me escape de las manos y..
—Se están acabando las pilas.
—¿Por qué me cortas? ¿Qué pasa?
—Se están acabando las pilas, mi amo y señor.
—Sí, vale. Sal a la calle y no vuelvas sin una bolsa llena de pilas.
—Al principio vivía en un edificio medio derruido cerca del barrio asirio, en la zona de Dora, al sur de Bagdad. Este enclave se había convertido en palestra de encarnizados combates: la Guardia Nacional iraquí y el ejército norteamericano, por un lado, y las milicias suníes y chiíes, por otro. Mi edificio y los que lo rodean en un radio de un kilómetro se encuentran en la zona cero, ya que ninguna de esas facciones se ha hecho con el control. Era un verdadero campo de batalla, totalmente deshabitado. Como nadie vivía allí, el lugar me convenía.
»Las enormes brechas de las paredes de las viviendas destruidas o abandonadas se habían convertido en una suerte de corredores de seguridad por los que yo iba y venía en mis expediciones nocturnas, con miedo de toparme con un grupo armado de cualquier bando. Y es que todos, ellos y yo, circulábamos por una compleja red de atajos, como en un laberinto infernal, más intrincado cuando caía la noche. Teníamos un miedo atroz de toparnos los unos con los otros, aunque lo que motivaba el movimiento era la búsqueda del otro.
»El Mago había vivido en un piso del barrio de Abú Nuwás, en la orilla opuesta al barrio de Batauín. Había formado parte del equipo especial de nigromancia del presidente del régimen anterior, y formulado conjuros para expulsar a los norteamericanos de Bagdad, para que la ciudad no cayera en sus manos. Pero los norteamericanos también tenían a su servicio, además de su sofisticada y potente red armamentística, un ejército ingente de espíritus que acabó con las brigadas de espíritus que el Mago movilizaba con la ayuda de sus colaboradores.
»Cuando lo conocí, atravesaba un periodo de depresión y profundo abatimiento. No porque hubiera caído el régimen anterior, sino por haber fracasado en la tarea más importante de su vida. La magia que poseía no le había servido de nada.
»Un espíritu salvado de la terrible masacre del aeropuerto de Bagdad seguía revoloteando a su alrededor y lo visitaba para distraer su soledad. Este espíritu le transmitió una misión. Le habló de mí y le hizo una descripción exacta de mi físico.
»La segunda persona en orden de importancia de mis ayudantes era “el Sofista”, como se llamaba a sí mismo. Era muy creativo defendiendo y promoviendo buenas ideas. También muy ingenioso con las malas, que podía defender con idéntico aplomo y desenvoltura. Era más peligroso que la dinamita. Me resultó muy útil para comprender la misión que tenía encomendada, y cuando me asaltaban las dudas, le consultaba qué de- cisión tomar. El Sofista nos transmitía tranquilidad y reforzaba la confianza en nosotros mismos. No creía en nada. Cuando lo encontré una noche borracho, sentado en una acera de la avenida Saadún, se mostró dispuesto a creer en mí, a pesar de su escepticismo, por una única razón: porque los demás no me creían. Nadie creía en mi existencia.
»La tercera persona llevaba por nombre “el Enemigo”. El nombre le venía de su trabajo como agente del departamento de lucha antiterrorista. El Enemigo me proporcionaba un retrato vivo, casi palpable, de mis adversarios, de su forma de pensar y de su comportamiento. Gracias a su privilegiada posición, conseguía información de gran utilidad para mis arriesgados desplazamientos. Se refugió en mí por fuertes convicciones morales. Después de trabajar dos años en un órgano de seguridad del gobierno, se convenció de que la justicia se fragmentaba y diluía en la nada, que nunca se haría realidad. Acudió a mi lado y me prestó sus valiosos servicios porque, en su opinión, era la única forma de hallar la justicia que tanto anhelaba.
»Había tres personas, menos relevantes: el Pequeño Loco, el Gran Loco y el Loco Supremo. El Pequeño Loco me ha interrumpido hace un rato mientras grababa y lo he mandado a comprar pilas a una tienda situada a varios kilómetros de nuestra base, a la que se accede cruzando, no sin peligro, varias líneas de fuego.
»El Pequeño Loco cree que encarno el ideal del perfecto ciu- dadano que el Estado iraquí no ha conseguido moldear desde la época del rey Faisal I. Como mi cuerpo está compuesto de fragmentos humanos procedentes de confesiones, tribus, sexos y estratos sociales diversos, personifico una amalgama que nunca antes ha existido. Para él, yo soy el primer ciudadano iraquí.
»El Gran Loco creía que yo era la mano ejecutora de la Gran Destrucción previa a la llegada del Redentor del que hablan todas las religiones del mundo. Que liquidaré a los extraviados, descarriados y depravados. Ayudándome, precipita la llegada del Redentor.
»En cuanto al Loco Supremo, me veía como al mismísimo Redentor. En los tiempos venideros él tendrá parte de mis cualidades y su nombre quedará grabado junto al mío en los anales que relatarán las gestas de esta época singular y crítica.
»Consulté al Sofista y me confirmó que el Loco Supremo era el más loco. Y, por estar completamente chalado, no tenía límites: su mente desbocada podría producir, sin darse cuenta, la sabiduría más irracional e irreflexiva, o la verdad absoluta.
(Cortesía de Libros del Asteroide, Ed. 2019)